Al año en curso que acaba de cruzar el ecuador lo dieron por amortizado desde el primer momento, se dijo: un año perdido, bah. Un año en vano de promesas electorales. Borrón y cuenta nueva. Un lapsus calami. ¿Este año patológicamente polielectoral es, en verdad, un período de prórroga de pato cojo? En la práctica, este año ha alumbrado acontecimientos y fenómenos que es posible que marquen el destino de muchos años futuros. Las campañas electorales, en sí mismas, tan poco dadas a generar debates de ideas útiles a largo plazo que provoquen avances considerables en la sociedad, esta vez imprimen, forzadas por el contagio del clima de regeneración, un cambio de conceptos y fórmulas más rápido y efectivo que de costumbre, obligando a las fuerzas políticas a un auténtico tour de force disruptivo, en clave con lo que sugiere el economista y empresario José Carlos Francisco en su último ensayo sobre la transformación. “Nada es estable, todo se transforma sin cesar”, proclamó hace 2.500 años Heráclito de Éfeso. La conferencia política del PP de este fin de semana (con el nuevo logo en el cadalso de Risto Mejide, según vi el sábado en laSexta Noche) alienta el fantasma de Grecia y del PSOE/Podemos. Ni el espantajo de Grexit o de Sáncheziglesias harán ganar o perder elecciones, sino la solución del acertijo. Algunos debates preelectorales suelen ser, como digo, superfluos, y caducan muy pronto. Este, el de Grecia en el corredor del rescate europeo, es, sin duda, un asunto de fondo, que valida el año por sí solo, y le da una razón de ser casi histórica y mitológica. Me decía hace unos días Loly Palliser que Varufakis, el ministro griego de Finanzas dimitido tras el referéndum para no ser un obstáculo en las negociaciones de su país, se ha marchado habiendo derrotado a los dioses económicos para que esos dioses no castiguen a su pueblo. Rajoy y, menos expresamente, Sánchez ven detrás de la palabra Grecia la palabra Podemos, y a ninguno le hace gracia que Grecia le haga la campaña a Iglesias si no lo impide, a última hora, Ahora en Común. En el país que lidera el crecimiento de las economías avanzadas (el 3,1%, según asignó el jueves el FMI para este año 2015 desorientado como un anciano en el muelle de Santa Cruz), tras una larga recesión, puede ocurrir que el partido en el Gobierno sea desalojado. O que por la misma razón macroeconómica y muy suya renueve la confianza del electorado in extremis. Y ambas hipótesis tienen cinco meses para dilucidarse. En el Reino Unido, Cameron desarboló a la oposición, laboristas y UKIP incluidos, con mayoría absoluta, tras ir empatado en las encuestas. No es el caso, porque España no se rige por el mismo sistema electoral mayoritario simple a una sola vuelta que penaliza al que pierde por un voto. Sin embargo, el laboratorio de ideas impagable que es 2015 nos va a permitir desvelar, de sus múltiples incógnitas, esta: qué porvenir le aguarda al Gobierno y a la oposición en la presente encrucijada excepcional: este es un año A en la hora H, en contra de lo que se postula. La izquierda asiste en Europa a una catarsis existencial sin precedentes, bajo un holismo ideológico urgido por la necesidad de tener que recuperar el espacio a toda prisa, tanta para llegar como la que demuestra el partido en el Gobierno para no marcharse. Las recientes elecciones autonómicas no dieron todas las pistas que PP y PSOE necesitaban, como tampoco a Podemos le sirvió de mucho para saber qué constructo le conviene más vender estos días de bazar y mercadotecnia: si un giro a la izquierda (un carmenacolau con tónica), al centro o a la derecha, con los rostros de qué gremios hacer las listas y en qué momento usar el iPhone como una ocarina para seducir al público afín a las nuevas tecnologías. Acaso Ciudadanos tenga más clara la vereda. Un año como este de sobredosis electoral (andaluzas, autonómico-locales, quizá catalanas y, finalmente, las generalísimas) estaba condenado a acabar encerrado en el frenopático y, sin embargo, registra datos de empleo y PIB que parecen obra de Houdini. 2015, un año capaz de escapar a las trampas de la crisis. En el timeline de los tuits de este semestre hay todo un repertorio de funestos vaticinios. En Canarias también se hacían pronósticos catastrofistas y hay un pacto aritméticamente estable. Sospechar qué alianzas decidan antes de Navidad el Gobierno que nos lleve a un final de década poscrisis convive con otras incertidumbres propias del momento español, europeo e internacional (el tratado comercial trasatlántico, por ejemplo, del que los partidos en España parecen ausentes). Hemos visto en poco tiempo enterrar a unos demonios (Al Qaeda, Irán, pronto Hamás) con la irrupción de otros nuevos (Estado Islámico y, de un modo impensable, Rusia). Morgan Stanley, el banco de inversiones norteamericano, vaticinó en febrero de 2013 que España -que como una macroGrecia había estado abocada meses antes al rescate- sería “la próxima Alemania”, el motor de la zona euro. Aquella profecía risible, más creíble hoy tras el baremo de la señora Lagarde el pasado jueves, define a este español año 2015 como un vagabundo disfrazado con smoking que asiste a una gala de la alta sociedad. Nada era más previsible que una hecatombe en 2012, el annus horribilis. Como los taxones de un dendrograma, partidos y acólitos de viejo y nuevo cuño se ramifican, y el Estado es un árbol con las espadas en alto. Rajoy invade con sus gaviotas el círculo de Podemos como Los Pájaros, de Hitchcock, y Sánchez, envuelto en la bandera española, recuerda a Albert Rivera. El voto calla, más no otorga por ahora.
El voto calla, más no otorga publicado por Carmelo Rivero →