por qué no me callo

Centenario de César

Ahora que es verano y aflojamos la marcha, uno de los hábitos del oficio consiste en escudriñar algunos aniversarios del mundo de las letras, las artes, las ciencias y la política. Gorbachov lanzó la perestroika y la glásnost allá por el 85, hace ahora 30 años, cuando decidió contarle a su imperio en ruinas la verdad del ocaso de la URSS y dar un volantazo de 180º al mundo. “¿Es consciente de haber sido el hombre que cambió el rumbo de la historia?”, le preguntamos en septiembre del 92, en Lanzarote, en una entrevista para El País: “Sí, lo sé”, contestó en mangas de camisa, con el mar a la espalda, en La Mareta, donde pasaba con Raisa, su esposa, las primeras vacaciones de su vida fuera de casa. Los 30 años de la perestroika, que era como un fetiche comercial -inspiró el decorado de un pub que yo frecuentaba en el barrio de Salamanca- se suma a otros acontecimientos más o menos inadvertidos al cabo del tiempo. Treinta años es la media de los hechos fundamentales de mi generación, cuando no cuarenta, como se cumplen de la muerte de Franco en noviembre. Veremos con qué cuerpo se hace el inventario de 40 años de posfranquismo en la resaca de las elecciones catalanas de septiembre. Ángel Viñas sostiene que Franco mandó matar a Balmes para tener una excusa y volar a África en el Dragon Rapide donde empezar la rebelión.

Cuarenta años después de su desaparición, no está escrita ni contada toda la verdad sobre el personaje político que, envuelto en la capa de su propia impostura, marcó radicalmente la vida de este país tras la guerra civil. Todavía hoy nos hacemos preguntas de parvulario sobre la entrevista de Franco y Hitler en Hendaya, donde el alemán descubrió su trío de ases: Canarias, Gibraltar y Marruecos. Las operaciones Félix y Pilgrim, alemana e inglesa respectivamente, albergaban la idea de tomar Canarias y otros territorios de la región norafricana para anular la expansión del adversario en la II Guerra Mundial. Si Franco hizo desistir de invadir las islas a Hitler y a Churchill, por separado, dando largas al Fuhrer y guiños de neutralidad al inglés, o fue producto de la casualidad que los canarios nos libráramos de aquel conflicto sanguinario, esta es la fecha -75 años después- que no sabríamos contestar a ciencia cierta qué pasó en el vagón del tren y en los días sucesivos. Sí sabemos qué paso en Hiroshima y Nagasaki hace 70 años esta semana, las ciudades japonesas arrasadas por la bomba atómica que el hombre (el hombre norteamericano llamado Truman) estrenó sobre sus poblaciones el 6 y 9 de agosto de 1945, respectivamente. La herida que aún sangra en el corazón de la humanidad, pero no entonces, cuando hasta Norman Mailer se mostraba comprensivo con el ataque nuclear. Hay aniversarios que nos denigran humanamente. Mientras Gorbachov causaba un impacto mundial con sus pócimas de glásnost y perestroika, Tenerife y La Palma inauguraban el Astrofísico y los Observatorios con media docena de reyes y presidentes, bajo la argucia de Francisco Sánchez, que con una aportación simbólica española lograba el 25% de período de observación científica. Las canalladas que el IAC ha tenido que soportar por celos y envidias corporativas o de las jerarquías de la Administración no han logrado truncar estos 30 años en la vanguardia de la ciencia, con una media de una publicación diaria en alguna revista especializada, y el éxito más reciente de Rafael Rebolo, tras tomar el testigo de Sánchez, pese a la crisis, consiguiendo los telescopios Cherenkov para el Roque de los Muchachos, desvanece las miserias humanas que torpedeaban cada nueva apuesta del consorcio lagunero. Encadenamos 30 años de esto y de aquello, sobre una misma huella del tiempo, como si a quienes pasamos del medio siglo de existencia nos hubiera tocado, entonces, mediados los años 80, dar un salto de vértigo en distintos órdenes de la vida. Porque son también 30 años de matrimonio europeo, un tratado en el que los canarios fuimos una cuestión aparte, una historia larga de contar. En aquella década logramos, por fin, la autonomía que la guerra civil frustró tras los primeros proyectos de estatutos como el de Gil Roldán.

Eran años principiantes en muchos aspectos. Al costado de África, el problema del Sáhara no nos era ajeno. Y ahora mismo, en noviembre, se refrescará la memoria de Naciones Unidas, incapaz de celebrar el referéndum preceptivo tras 40 años del Acuerdo Tripartito de Madrid (14 de noviembre de 1975). Esa tierra baldía, como el título del poema legendario de T.S.Elliot, cuyo primer verso habla de abril como “el mes más cruel”; el mes en el que, sin embargo, nació nuestro César Manrique en 1919. Hablando estos días del artista lanzaroteño, a cuyos trabajadores dedica el cineasta Miguel G. Morales el documental Las manos, comprendí que su muerte, hace más de veinte años, se resiste a parecernos remota. Sigue pareciéndonos que fue ayer aquel cortejo fúnebre bajo una lluvia de flores. Cuando la Fundación CajaCanarias y la Fundación César Manrique pusieron en pie, hace un par de años, la retrospectiva La conciencia del paisaje sobre el creador, reparé en una cita pendiente con César, que debería ser a lo grande, a la altura de su vida y obra espacial y plástica (como recuerda Pepe Dámaso, que reivindica al pintor): el Centenario de su nacimiento en abril de 2019. ¿Está esta fecha en la cabeza de quienes tiene que estar para hacer el Centenario de César como César se merece? No tengo la menor duda, pero ese año, el año de César en Canarias, 2019 (como 2015 ya es, precisamente este mes, el año del centenario de mi admirada Ingrid Bergman, inseparable en la memoria al recuerdo de Humphrey Bogart, en Casablanca, como el cinéfilo Manrique convendría) debería ser objeto de preparativos y preliminares, de actos anunciadores que fueran con tiempo creando el ambiente de un programa de actuaciones que tendrá, con certeza, repercusión internacional y resucitará sus ideas agitadoras sobre el arte del hombre y la naturaleza y la manera de educar a la sociedad en su relación con el paisaje. Nada nos debería distraer de ese objetivo.