SUR

El desafío de Vilaflor y Fasnia

La cigüeña parece pasar de largo por Vilaflor y Fasnia, y sus jóvenes emigran emulando esas bandadas de aves que, cuando llega el frío, buscan un mejor sitio donde anidar. El municipio más alto del país sufre un proceso de despoblamiento preocupante. Valga como ejemplo un dato: entre 2005 y 2013 (último año registrado por el Instituto de Estadística de Canarias) se produjeron 93 nacimientos y 142 fallecimientos, con una particularidad que acentúa el problema: durante todos esos años el crecimiento vegetativo (diferencia entre la tasa de natalidad y mortalidad) fue negativo, con excepción de 2007, en el que las cifras coincidieron. Algo muy parecido, incluso peor, le ocurre a Fasnia. En el mismo período contabilizó 138 muertes más que nacimientos. Todos esos años se cerraron con índices negativos. A esta realidad hay que sumar otra, la de la emigración interna, es decir, residentes que dejan de serlo porque buscan otras zonas de la Isla para establecerse. Solo en 2014 Fasnia perdió a 72 vecinos, mientras que Vilaflor sufrió un descenso más atenuado, con 10 bajas.

Varios expertos en Geografía Humana y Demografía consultados por DIARIO DE AVISOS advierten del riesgo de despoblamiento que corren estos municipios por el “enorme” envejecimiento de su población. Consideran que este factor, unido a la carencia de músculo económico que atraiga a nuevos residentes llamados por oportunidades de trabajo, dibuja un futuro muy complicado. De ahí que subrayen la necesidad de un cambio de modelo económico. La propia alcaldesa de Vilaflor, Agustina Beltrán, comentaba hace unos días a este periódico que su gran preocupación era el despoblamiento del pueblo y el envejecimiento de sus habitantes. De hecho, el Ayuntamiento tendrá que acometer en breve una ampliación de su cementerio.

Ayudas para sembrar

Manuel Cabrera Bethencourt tiene 93 años. Presume de tener parentesco con el Hermano Pedro, primer santo canario, nacido en Vilaflor. Sentado y apoyado en su inseparable bastón, reconoce que hoy viene más gente de fuera que la que hay en el pueblo. Pero cree que la vida antes era más dura que la de ahora: “Donde había trabajo había que ir, ya fuera en la cumbre o en otro sitio, y no había carreteras, estaba el coche del correo y nada más. Había que ir caminando a Granadilla o a cualquier parte y se trabajaba en lo que había: en las huertas, levantando paredes, en galerías… Mi padre murió asfixiado en una y yo entonces me dije: ya no quiero más galerías. Había que trabajar mucho para poder comer, aunque yo no pasé hambre”, recuerda. De sus cuatro hijos, dos se han quedado en el pueblo. Los otros viven en San Isidro. Una de las claves, a su entender, está en que se le ha dado la espalda a las tierras: “La gente ya no quiere la agricultura. No quieren sino plantar cuatro papas y ya está; ya no siembran trigo, ni cebada, ni lentejas, ni nada. También falta agua para regar, nunca hemos tenido problemas con el abasto, pero sí para las tierras”, afirma.

A sus 80 años, Jerónimo González, al que llaman Fulgencio, añora épocas pasadas. “En la plaza ahora se ven tres o cuatro vecinos y antes había 50. En cualquier casa había gente jugando a las cartas, sentados en las puertas… Mira ahora, los bares están casi vacíos. Y menos mal que vienen algunos turistas. Gracias a eso y a Fuentealta, porque si no, adiós que nos vamos”, nos cuenta. Los tres hijos de Jerónimo viven fuera. A la pregunta de cómo imagina el pueblo dentro de 20 años no duda ni un segundo: “Un desierto”. Pese a su visión negativa, acompaña cada respuesta de una risa fácil y contagiosa. “No me preocupa que cada vez haya menos población, porque me queda poco, el que venga detrás que lo arregle”, dice entre carcajadas. Eso sí, antes de finalizar lanza un mensaje reivindicativo: “Lo que tiene que hacer el Gobierno es ayudar a la agricultura. Eso vale más que el turismo. Hay que construir más estanques de agua. Este año la mitad de las huertas se abandonaron porque no hay agua”.

Mariola, representa a sus 37 años el espíritu luchador por sacar adelante el pueblo. Su familia regenta un pequeño restaurante junto a la plaza, parada de muchos turistas que visitan el casco. “Los clientes nos dicen que les encanta Vilaflor y que les gustaría vivir aquí; esto es un diamante en bruto, lo que pasa es que el Ayuntamiento es muy pequeño y no tiene recursos. Yo creo que se podría sacar más partido al Hermano Pedro, como hace Candelaria con la Virgen, o fomentar el turismo agrícola o explotar el binomio salud-deporte”, afirma. Madre de dos niños, reconoce que la movilidad está en el ADN de los vecinos en su día a día: “Estamos acostumbrados a ir al médico a Santa Cruz y a hacer la compra a Las Chafiras, San Isidro o Los Cristianos. Tenemos asumido que debemos movernos”. Sobre el futuro del pueblo ve un rayo de esperanza en quienes regresan: “Hay gente que está volviendo a partir de los 40 años para arreglar alguna casita con su huertita que ha heredado o comprado”.

Nueva carretera

En Fasnia, la calma también parece presidir la vida de sus vecinos. En la única gasolinera del casco encontramos a Kiko, empleado, de 53 años. “Aquí tenemos un problema, que es la carretera, hay que hacerla con menos curvas”, nos comenta. “Los turistas no llegan y una opción sería hacer algo para que vinieran; el pueblo es pequeño, lo poco que hay es la gasolinera, un supermercado chiquito, los bares, alguna tienda y poco más; retener a la gente joven no es fácil”, lamenta. “Y eso que las cosas han mejorado; tenemos geriátrico, campo de fútbol, médico y hasta hace dos años teníamos cine”. Kiko afirma que el pueblo recupera algo de vida los fines de semana: “Hay gente de Santa Cruz que ha comprado casas en la parte alta de Fasnia y vienen los viernes, pero los lunes el pueblo se vuelve a quedar más bien muerto”.
78 años contemplan a Irineo Antonio Rodríguez. “Nací aquí, me crié aquí y nunca he salido de aquí”, nos dice. “Me da pena que los jóvenes se vayan porque no hay trabajo. El pueblo se va quedando solo, las casas abandonadas y los terrenos no se siembran. Yo ya estoy jubilado y le dejé las huertas a mi hijo, pero no las trabaja porque no tiene salida. El Gobierno debería ayudarnos y decir “usted siembre, que nosotros le ponemos el agua y las semillas”, reivindica.

Clotilde, de 48 años, lleva 11 en el pueblo y nos atiende mientras hace la compra en la ventita. “Fasnia no tiene infraestructuras suficientes para dar salida a tanto desempleado. La gente se va al Sur, a Los Cristianos, sobre todo. Hay gente joven, pero muchos están estudiando en la Universidad”. Recuerda que este lugar ha sido tierra de emigrantes “desde finales de los años 40 con aquellos primeros barcos que salían desde Las Eras a Venezuela”. Valora, eso sí, que algunas personas hayan elegido este municipio para fijar su segunda residencia “aunque sea para venir los fines de semana”. Antes de la despedida se suma a lo que parece ser una demanda generalizada entre los vecinos: “Necesitamos una nueva vía. Hay que mejorar los accesos a Fasnia, que se han quedado obsoletos. Yo estudio actualmente en La Laguna y desde Los Roques hasta aquí tardo más que de La Laguna a Santa Cruz”.