EN LA CARRERA

Don Damián Iguacen

Cuando escribo esta columna, lo hago desde la humildad. Sé que mis palabras sobran para recoger el fondo, el sentido de vida, el que yo veo, de este hombre, sobre quien ofrezco mi reflexión, pues cuenta con muchos motivos para dedicarle columnas y libros. Textos y textos, que quizás quedarían resumidos, con una frase suya, que la he escrito alguna vez: el último de todos. Conocí a don Damián, siendo Obispo, como la mayoría de mis amigos, los que rondamos mi edad, cuando estábamos en la parroquia de la Cruz del Señor, ejerciendo labores y misiones de apoyo social, en aquellos años donde un gran amigo, como gran cura, Paco Arteaga, llevaba las riendas de aquel, el que todavía es, templo en el que no solo se ofrece oración, sino cercanía y apoyo a la gente. Don Damián vino a la Cruz, invitado por Paco para que nos ofreciera una serie de charlas y mesas redondas durante, creo recodar, dos años seguidos, en los primeros días de septiembre y últimos del verano, es decir, los inicios de curso. El tema, la persona. Era un lujo escuchar a aquel hombre, como lo sigue siendo saber que ora y reza por todos desde su retiro en Huesca.

Hace unos días, un buen amigo, Domingo Navarro, me contaba que don Damián sigue orando y que, con sus 99 años, sigue activo, con las limitaciones de su edad, pero que esas limitaciones no lo limitan, permitan la redundancia, para acordarse de nosotros. Me pareció justo, por eso, por lo que me contó Domingo, considerar que nosotros tampoco debemos tener limitaciones para acordarnos de personas como él y hacerlo ahora, por qué no. Pues sí, aquel don Damián que nos tendió la mano para la Confirmación de nuestra fe, sigue apostando por la fe. ¡Cuánto amor da a la gente! Como si fuera ayer, le recuerdo hablar tanto con el señor que vendía el periódico en el quiosco por fuera de la Catedral, como pararse a dialogar con la persona que pedía en una esquina.
Hoy está en Huesca, sé que todos portamos la santidad, el ser santo, pero unos más que otros. En el caso de don Damián, creo que se refleja en su rostro. Cuando Domingo me contó su estancia con él, y cómo pudo intercambiar momentos y palabras, recordé aquellos días inmensos.