a contracorriente

Libertad de expresión

El cantante judío Matisyahu pudo actuar al final en Rototom, sin necesidad de condenar al Estado de Israel, que es lo que pretendían sus detractores. Resulta sintomático que el único músico de éste y de otros festivales veraniegos a quien se le haya exigido un striptease ideológico haya sido quien no oculta su condición de hebreo. ¿Por qué no se les ha demandado a otros que se posicionaran, por ejemplo, sobre los atentados yihadistas, sobre la violencia de género o sobre los nacionalismos? Muy sencillo: porque los detractores de Matisyahu lo son por ser él judío y porque defienden su propia libertad de expresión pero no la de los demás. Lo cierto es que nunca se nos ha llenado la boca tanto con la libertad de expresión y nunca hemos sido tan hipócritas sobre ella: se agrede a conferenciantes que no piensan como nosotros o, simplemente, se les niega su derecho a hablar; se denuncia a tuiteros por sus opiniones en la red, mientras que los insultamos con expresiones aun peores que las suyas; se boicotean manifestaciones de rivales ideológicos, a la vez que protestamos cuando se nos paga con la misma moneda… Y es que es falso que defendamos la libertad de expresión. Dos datos bastan para corroborarlo. Uno: la extensión de lo considerado “políticamente correcto”, para denostar todo lo que se oponga a ello (desde considerar idílico todo lo sucedido durante la República Española hasta demonizar a los “mercados”, como si éstos no estuviesen compuestos por millones de pensionistas y de otros modestos ahorradores).

Y dos: el tabú generalizado a cualquier crítica al Islam, mientras que no hay empacho alguno en hacerla a la Iglesia católica y a otras ideologías. ¿Hay quien cree pues, que en este contexto aún existe la libertad de expresión?