EN LA FRONTERA

La lucha contra la corrupción

El fiscal federal brasileño que investiga la trama de corrupción de Petrobras, Deltan Dallagnol, acaba de afirmar estos días que esta terrible lacra social que no conoce fronteras ni tiempos es un cáncer de una sociedad enferma. Un buen diagnóstico de una realidad que, aunque nos duela, también está presente entre nosotros como día a día se encargan de recordarnos los medios de comunicación y las constantes causas judiciales.

En opinión del fiscal brasileño, además de endurecer las penas contra estos delitos, es menester un programa de concienciación y educación inclusivo a través de acciones culturales que se realicen en la escuela y en la familia para recuperar el sentido de lo que es bueno y malo.

La lucha contra la corrupción suele asociarse a normas jurídicas, procedimientos y medidas de orden formal. Por supuesto que sin un marco jurídico que dificulte estas prácticas hoy tan extendidas, poco o nada se puede hacer. Sin embargo, ni son la única solución ni tampoco la más relevante. Son, eso sí, el presupuesto sobre el que se debe trabajar para ir creando una cultura de la ética que arrincone la corrupción hasta hacerla desaparecer. El gran problema de la corrupción es que existe y está bien presente en la vida social. Con mucha frecuencia aparecen ante nosotros, como ejemplos a imitar, conductas que parten de la premisa de que lo importante es triunfar sin importar el modo de hacerlo. Incluso en la educación de los más jóvenes este tipo de sugerencias, más o menos explicitas, se reciben en los entornos más próximos. De ahí a desarrollar comportamientos en esta dirección solo hay un paso. Y no pocas veces, bien lo sabemos, se llega a la cima o cerca de ella siguiendo a pies juntillas semejantes recomendaciones, con las funestas consecuencias que estas conductas traen consigo.

Del “lo importante es alcanzar el éxito como sea” a la búsqueda de beneficios en la empresa por cualquier procedimiento existente, no hay más que un pequeño trecho. Entonces se sublima el fin y la dimensión ética de los medios se relativiza. Entramos en el mundo de la mentira, de los fraudes, de los engaños, de las simulaciones, el verdadero reino de la corrupción. Un reino, sin embargo, que en ocasiones no solo se tolera sino que se jalea, incluso desde terminales presididas por la solidaridad, porque lo único importante es obtener resultados como sea.

En este ambiente, por más normas jurídicas, admoniciones o procedimientos que se articulen, poco o nada se conseguirá si luego en ciertas esferas de la magistratura o de la fiscalía se mira para otro lado o se renuncia a la imparcialidad con tal de ascender como sea. Por eso el problema de la corrupción está en el seno de la sociedad, en el interior de cada ser humano que es capaz de distinguir entre el bien y el mal, entre lo apropiado o lo inapropiado. Es en el interior de la sociedad donde se libra la principal batalla contra la corrupción. De ahí que el temple cívico y la salud democrática del pueblo sea el principal revulsivo contra la corrupción.

En este contexto todo lo que sea, venga de donde venga, fortalecer los hábitos y cualidades democráticas es fundamental. Fomentar la trasparencia, la rendición de cuentas y la participación social cobra cada vez más una gran importancia. Que existan, por ejemplo, canales independientes hacia donde dirigir denuncias de prácticas de corrupción es clave para que los corruptos sepan que si bien controlan los espacios formales de la lucha contra la corrupción, existe en el interior de la sociedad capacidad crítica y censora frente a la corrupción en todas sus formas.

@jrodriguezarana
*CATEDRÁTICO DE DERECHO ADMINISTRATIVO