Domingo Cristiano

Vienen días malos

Se lo advierte Pablo a los creyentes que viven en Éfeso: “Vienen días malos”. La vida, contemplada desde un cierto ángulo, es una sucesión de días malos. No es solamente eso, ya lo sé. Pero, dejando aparte la sensiblería repelente de las postales que se comparten en Facebook y los espiritualismos sin carne de los oradores huecos, con los pies en la tierra, casi siempre vivir es andar cuesta arriba.

O, al menos, así lo percibimos. Nuestro cerebro está preparado genéticamente para que guardemos un registro más elaborado de lo bueno que de lo malo, así es cómo nos ayuda a evitar todo aquello por lo que hemos pasado y que puede volver a hacernos daño. Por eso, no es de extrañar el éxito que ha tenido en alguna tradición cristiana la consideración de la vida como un valle de lágrimas o la sesgada interpretación del texto de santa Teresa de Jesús, cuando compara el vivir con “una mala noche en una mala posada”.

Los días malos nos hacen experimentar el acoso del sinsentido al que nos somete el solo hecho de estar vivos. Sobre todos planea la sospecha de que las noches en vela cuidando al enfermo, los días atropellados tratando de ganar el pan, los esfuerzos por sacar adelante mil y un proyectos, las pasiones y las desesperanzas… todo lo que somos y lo que hacemos está impregnado de la ambigua intuición de que, o este mundo es más de lo que parece, o no vale la pena.

Aunque muchos se esfuerzan para disfrazar la realidad con colores nuevos, escaparates donde exponer sucedáneos de la alegría, no hay forma de acallar una pregunta que nos hierve dentro. Una pregunta, no: un grito que nos cuestiona por el sentido de todos estos desvelos. Bueno, en realidad sí hay formas de anestesiar las grandes preguntas, pero son todas malas, todas pasan factura tarde o temprano.

Sabiduría, sensatez. Ésta es la hoja de ruta que proponen las lecturas en las misas de hoy. Sabiduría, que no es saber muchas cosas, ni siquiera haberlas experimentado. Sino la capacidad para ver más allá de las apariencias y reconocer en cada hombre una aventura irrepetible; en cada acontecimiento, una oportunidad para transformar la vida; en cada cuesta arriba, una ocasión para preguntarse por el sentido de la escalada. Y en cada sonrisa, en cada descanso, en cada sereno atardecer, una invitación a vivir y a esperar de tal forma que nunca se haga de noche.

Jesucristo es la respuesta de la Iglesia a las más hondas preguntas. Jesús no es un mantra que sirva para todo, ni una ilusión que por irreal no puede defraudar. Jesús es el secreto a gritos escondido en la Historia a través del cual Dios ratifica su apuesta por el hombre y todo lo verdaderamente humano, lleve o no el visto bueno oficial. Comida y bebida, dice hoy el evangelio. Como aquella fría noche en la que el cielo se hizo carne y penetró en las entrañas de lo cotidiano. Así se funde Dios con quien todavía se hace preguntas sobre los días malos que están por venir.

@karmelojph