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Desapariciones

Hay cosas que desaparecen de nuestras vidas y no nos enteramos. De pronto, un día, reparamos en que ya no están y comenzamos a echarlas de menos. Y no es que fueran muy importantes, pero… estaban ahí. Algunas, incluso, pertenecían al paisaje humano de Santa Cruz, como las lecheras. Aquellas señoras vestidas de negro, que venían del campo a la ciudad, con grandes seretas llenas de cántaros de leche que portaban en sus cabezas con aptitudes equilibristas dignas de un artista de circo. Recuerdo verlas concentradas por la plaza Weyler después de bajarse de las guaguas rojas que las traían del interior y cómo afrontaban las empinadas calles de la ciudad. Me quedaba extasiado observándolas cuando, en las puertas de las casas, vendían aquella leche, con nata, que extraían de unos cántaros que eran una belleza. Esos que han quedado como figuras decorativas en algunos restaurantes de nuestra isla.

Las pescadoras. En realidad, vendedoras de pescado. Con un atuendo similar al de las lecheras y también con unas seretas parecidas. Recuerdo las balanzas que portaban y unos pesos rumbrientos que utilizaban en el momento de la venta. Era llamativo escuchar cómo pregonaban los productos que llevaban. ¡Chicharrooos. Chicharros frescos!

También los cobradores de recibos. Tocaban el timbre, les abrías la puerta y allí estaban con su carterita y una sonrisa de oreja a oreja. Poco menos que te decían: “Deme un abrazo, que vengo a cobrarle el agua y la luz”. La verdad, no sé por qué, pero ese encuentro te producía menos desasosiego que cuando ves que te ha llegado una carta del Banco e intuyes que lo que trae no son buenas noticias.

Otra de las imágenes que ha desaparecido de los atardeceres de la ciudad es cuando se venía a buscar la “comida del cochino”. En algunas casas se guardaban aparte los restos de comida y a última hora de la tarde, venían campesinos a recogerlos e iban depositándolos en unos bidones malolientes. Recuerdo con horror el olor nauseabundo que quedaba flotando en el ambiente.

Esta actividad generó, en algunos, una actitud que a mí me hacía mucha gracia. Cuando veían a alguien alardeando en plan fantasma, de esos que siempre hablan muy alto para que los escuche todo el mundo, los cogían por sorpresa y le gritaban: “Fulanitooo, a ver si pasas por casa…” ( y  hacían un silencio, para a continuación soltarle) “…a buscar la comida del cochino”. Está claro que no es que los cochinos no coman, lo que está claro es que les han cambiado la dieta. Lo que no ha cambiado es la proliferación de fantasmones, ni las ganas de plantarles la mosca con lo de “la comida del cochino”. Deja ver…