La agresividad y la genética

Durante los años en los que estudiaba criminología, una de las primeras cuestiones que me planteaba era la de si había en una sociedad delincuentes, ¿qué les pasaba a esas personas que no podían ser como la mayoría? Lo cierto es que no hay una respuesta clara. La agresividad tiene mucho que ver con la conducta delictiva porque es una variante. Sin embargo, los actos criminales más brutales, y aquí incluyo los pasionales, responden a la denominada violencia impulsiva.

Ahora bien, la cuestión es: ¿llevamos el crimen en los genes?, o más concretamente, ¿está en ellos escrito nuestro comportamiento antisocial? y lo más importante: ¿podría ser considerado esto como una exención de responsabilidad criminal o, al menos, una atenuante de esta? Ya les adelanto que algunos tribunales de diversos países lo han tenido en cuenta para aplicar una reducción de la pena. Leyéndolo así nos podríamos echar las manos a la cabeza y parecernos una barbaridad, pero no lo es tanto, porque siendo esto así la solución y, por tanto, la reinserción en la sociedad de esas personas pasa por el hecho de aplicar el tratamiento adecuado al problema detectado. Ustedes podrán ser recelosos con esto que expongo, pero les daré un dato importante solo el 10 % de una población como la de Santa Cruz de Tenerife o de cualquier otra que ustedes deseen de similar característica es la causante de más del 50 % de los crímenes. Rhee and Waldman ya indicaron que tanto el perfil biológico y psicológico de una persona influyen en su comportamiento criminal. Que poseemos unos genes concretos que nos predisponen a cometer crímenes; sin embargo, el factor ambiental es determinante, de ahí que en un ambiente delincuencial algunos toman el buen camino y otros no: son los que a consecuencia del factor hereditario se encaminan al lado negativo. Los causantes de esto son los genes implicados en los circuitos neuronales serotoninérgicos y dopaminérgicos.

No es la primera vez que hablo del gen MAO-A que se encuentra en el cromosoma X y que fue puesto de manifiesto en 1993 al estudiar a los miembros masculinos de una gran familia holandesa que poseían una gran agresividad impulsiva. Por su descubridor tomó el nombre de síndrome de Brunner. Todos ellos poseían este gen guerrero: dos quemaban todo lo que encontraban a su paso, otro trató de atropellar a su jefe y otro violó a su hermana, además, de intentar matar a un guardia de un hospital psiquiátrico en el que estaba recluido. Todos carecían de la monoaminooxidasa A, lo que sugiere que poseían una versión defectuosa de este gen.

César Lombroso sostenía que el hombre delincuente era un producto de sus genes, e inclusive descubrió un fenotipo propio del transgresor. El genetista Jerome Lejeune, el mismo que describió la trisomía del cromosoma 21 o síndrome de Down, actuó en un juicio para pedir la absolución de Daniel Hugon, acusado de asesinato, aduciendo que era portador de un cromosoma Y excedente, y por lo tanto presentaba una “tendencia hereditaria para la comisión de delitos violentos”. En el año 2009 en Italia, un juez redujo la sentencia de un acusado por tener la predisposición genética a la violencia.

La cuestión está ahí y avanzará en los próximos años. Personalmente, en cuanto al delito en general me gusta jugar con la teoría de la probabilidad del comportamiento criminal como un modelo probabilístico que incorpora tres categorías de variables: que predisponen, que facilitan y que inhiben.