Asexualidad y agamia: ni en tu casa ni en la mía

SEXUALIDAD

Amar o no amar: esa no es la cuestión. Tener o no tener relaciones sexuales, esa sí es la cuestión. En una sociedad sexocéntrica o incluso sexopática, y que conste que ninguno de los dos términos existe (pero vaticino que existirán), las personas sin deseo sexual son poco menos que una rareza. Cuando no un escándalo.

Por lo menos hasta hace un tiempo. Porque en los últimos dos años han saltado las cifras a la palestra: aunque hay pocos estudios serios, se cree que entre el 1 y el 3% de la población mundial es asexual, según artículo publicado en Journal Sex Research. Y si nos remitimos a Japón, el país de las rarezas, surge una cifra curiosa, imposible de comprobar pero muy llamativa: el 70% de los japoneses no practica el sexo. No necesariamente por ser asexuales, sino por otros problemas relacionados con su cultura y su forma de vida (exceso de horas de trabajo y de formalismo en las relaciones personales). Pero que sirva como muestra: el sexo de ninguna manera es lo mismo para todos. En España, un uno por ciento arroja la sorprendente y nada desdeñable cifra de casi 500.000 personas. Convendría aclarar cuanto antes que no estamos hablando de patologías. No tenemos aquí en cuenta la falta de apetito sexual como efecto secundario del uso de fármacos, de la depresión o de cualquier otra enfermedad o trastorno, ni estamos hablando tampoco de los cambios repentinos en el deseo sexual, sea cual sea la causa, de una persona que hasta ahora lo ha sentido con regularidad. Nos referimos a aquellos que desde siempre no sienten deseo o que lo sienten de manera muy leve y esporádica, y sin que esto esté asociado a ningún desajuste físico o psíquico que pueda causarlo. Simplemente no les llama la atención, no les atrae, no les gusta el sexo. ¿Por qué? Porque sí.

Cariño, no es que me duela la cabeza, es que soy asexual…

Algunos identifican a los asexuales ya como la cuarta clasificación a tener en cuenta en el universo de las opciones sexuales. Están los heterosexuales, los homosexuales, los bisexuales y los asexuales. Pero sin duda, éstos últimos son el grupo más curioso y solitario de todos. Los heterosexuales no tienen nada que aclarar, están avalados por la costumbre, la religión, la economía, la biología y las leyes, prácticamente desde que el mundo es mundo. Los homosexuales y bisexuales, si bien conquistan cada vez más derechos, tienen todavía muchísimo por lo que luchar y reclamar, pero… ¿con qué pancarta reivindicativa podrían salir los asexuales a la calle? ¿“No somos enfermos”? ¿”Compréndannos y acéptennos”? Tal vez. Ser asexual no es una forma de ser socialmente arriesgada, como sí lo es, todavía (y en algunas partes del mundo mucho más que en otras), ser homosexual o bisexual. Pero ya no están tan solos. En gran parte gracias a la acción visibilizadora de la comunidad internacional AVEN (Asexual Visibility and Education Network), que con sus más de 100.000 miembros, luchan por sacar a la luz pública sus principios. Para empezar, los asexuales tienen las mismas necesidades emocionales que los demás y son, como la mayoría, capaces de relacionarse íntimamente. Solo que lo harán sin que haya sexo de por medio. Reciben y dan amor, se comprometen en las relaciones, duermen junto a la otra persona, pueden recurrir al contacto físico afectuoso como abrazos o besos, pero no sentirán atracción sexual hacia el otro; ese instinto primario no está presente en ellos. Y, por supuesto, el sexo no les ofende. Es importante aclarar que no hay presente en esta opción sexual ningún condicionamiento de tipo moral o religioso. No es una decisión por convicciones de algún tipo, ni se trata de una renuncia. Los asexuales recuerdan que existe el sexo cuando lo ven por televisión o cuando alguien les hace mención a él, pero acto seguido lo olvidan. Como alguien a quién no le interesa la música y simplemente pasa de ella.

Pero no es tan sencillo

¿Y cuándo lo ha sido? Incluso para encajar bien en el término asexual hay que pasar primero por sub-clasificaciones, o al menos así lo dejaron claro desde AVEN cuando lanzaron su Primer Día de la Visibilidad Asexual en Twitter con el hashtag #AceDay (Día del As). La plataforma proponía que cada asexual se hiciese un selfie con un as en la mano. Si este era de picas, significaba que la persona no siente ni atracción sexual ni romántica. El as de corazones aludía al alorromántico asexual, alguien que siente atracción romántica pero no sexual, el as de trébol correspondía a quienes se identifican dentro de la asexualidad pero están inseguros acerca de su orientación romántica y el as de diamantes correspondía a los demirrománticos o demisexuales, es decir aquellos que sienten atracción romántica o sexual solo cuando existe un vínculo fuerte emocional con la persona. Según el as de diamantes, por ejemplo, ¿no seríamos todos, al menos un par de veces en la vida, asexuales? Es probable que muchísimo más de un uno por ciento de la población mundial haya pasado por esta situación. Dividir los comportamientos humanos en categorías cada vez más diversificadas y novedosas parece ser uno de los deportes preferidos de las sociedades occidentales de los últimos tiempos. Otra cosa, claro, es que sea necesario.

“Imbecilidad del espíritu” o “debilidad transitoria”

Así se refería Ortega y Gasset al amor romántico, al que despreciaba claramente. Tal vez era de los que ahora llamaríamos no asexuales sino arrománticos (y seguimos inventando palabras). Personas que sienten atracción sexual pero no romántica. Paralela a esta línea estaría también una corriente sexual-filosófica, por llamarla de alguna manera más o menos justa, que está creciendo en España de la mano de un blog llamado www.contraelamor.com o la página web www.agamia.es. Israel Sánchez, su artífice e ideólogo, se refiere a ella como agamia, término que pretende englobar lo que él llama “relaciones sexosentimentales para indignados”: la monogamia y el amor romántico son imposiciones socioeconómicas, fundamentales para mantener aceitado el sistema, el cual excluye de sus filas no solo a un gran número de personas por razones económicas, sino también por motivos de dificultad de encaje en el paradigma relacional. Y aunque nos imaginemos a una legión de seguidores de Pablo Iglesias teniendo relaciones de naturaleza inclasificable, a lo que Israel Sánchez se refiere es al surgimiento de una nueva elección amoroso-sexual como consecuencia directa de la larga crisis de la monogamia. De hecho, él sostiene que el modelo más extendido no es la monogamia, ni siquiera la poligamia, sino una hipócrita y dañina “monogamia en serie”. Los ágamos, en contrapartida, son aquellos que creen en las relaciones con verdad y libertad, sin cernirse a los modelos cerrados de pareja, tanto sean hetero como homosexuales. En este caso se renuncia a establecer el “gamos” o vínculo matrimonial o de pareja. La agamia se entiende como el crecimiento del conjunto de todas las relaciones sociales del individuo, no solo de una en particular, libres de las limitaciones que imponen las relaciones de pareja. La vida social y afectiva de la persona va creciendo en un entramado de libertad que se va volviendo cada vez más rico y sólido a medida que el individuo se desarrolla dentro de sus parámetros. Puede haber sexo o no. Pero de haberlo, no tendrá esa función fundacional que sirve a las parejas monógamas, sino que tendrá la consideración de un hecho más, cotidiano, que convive con el resto de las actividades y que no implica exclusividad.

El amor, ese invento moderno de mediados del siglo XVIII, esa ideología que, según el teórico de la agamia le permite al sistema persuadirnos para realizar el trabajo reproductivo en el tiempo que nos deja libre el trabajo productivo, no deja de presentar brechas por donde se cuelan las críticas, cada vez más organizadas, serias y poderosas. El miedo al rechazo y al prejuicio por reivindicar la diversidad y la libertad de todas las realidades de la vida está disminuyendo exponencialmente. A veces somos muy pesimistas al analizar las posibilidades de las minorías, pero al mismo tiempo no somos conscientes de la cantidad de oportunidades que, en comparación incluso con el pasado reciente, tenemos para explicarnos y ocupar un lugar. Seamos los más fervientes admiradores de la monogamia, el sexo o todo lo contrario, ahora todos tenemos derecho, al menos, a intentar ser comprendidos. El primer paso para una (r)evolución necesaria.