Querer, tener cariño o cualquier tipo de sentimiento de aprecio es la herramienta que pretende justificarlo todo. Es una falacia, desoye las palabras bonitas, las que vienen tras el falso arrepentimiento. No lo permitas porque no tiene derecho. Nadie puede aniquilarte, destruir tu vida hasta las ruinas mientras proclama amor eterno. Y ponle nombre de una vez por todas, porque aunque quieras ocultarlo, es maltrato, y no, no te lo mereces. Hay cosas que están claras y ese golpe, sin querer como te dijo, porque se le fue la cabeza, como excusa barata que puso, es la evidencia extrema de la vejación. Pero esa es la punta del iceberg. Las caras de esta situación se han anclado hasta tal punto, que igual ni te has reconocido como víctima. El tiempo dictó la sentencia, convirtiendo la anécdota en rutina, extendiendo el mal como un correoso virus, que silencioso, se fue propagando sin darte cuenta. El abuso se dispersó así, con sus mil rostros, a cada cual más envenenado.
Quien bien te quiere no puede dictar el curso de lo que acontece, tomar todas las decisiones, ser el centro del universo. Sus neuras, trabes o frustraciones más jodidas, no deben convertirse en el paraguas donde caigan todas las desgracias. No es posible que esa pareja, amante, familiar, amigo o lo quiera que sea, te deje en ridículo, menoscabando y haciendo que te sientas tan pequeño, que aunque dijo que era por tu bien, para que espabilases, lo único que hacía era dar alas a sus absurdas paranoias. El vocabulario que emplea tampoco es normal. Eso no se dice, lo sabes, las palabras hacen daño, el tono y la actitud, la mirada con la que las dice, también. No lo permitas. El camino de las relaciones es complejo, pero dejar de ser tú mismo no es una opción. El amor debe hacernos sentir libres y no esclavos. Júntate solo con personas que sumen, que dejen ser, que potencien quien eres, que discutan desde el respeto, que aporten una sonrisa detrás de cualquier situación. Cuando se tiene buena gente alrededor, la vida es más sencilla.