la claqueta

Un agitado y no mezclado sabor a epílogo

Siempre resulta gratificante, y más si eres un irredento fan, sumergirse en una nueva entrega del inefable espía parido por la animosa imaginación de Ian Fleming, aun a riesgo de ser cándidamente condescendiente en su juicio. Spectre, la película número 24 del agente menos secreto más famoso de todos los tiempos, pisa fuerte y sigue de cerca la estela dejada por Skyfall, el anterior filme de esta veterana y prolija saga y el mejor producto -al menos el más completo- de la era de Daniel Craig como 007, tras recuperar el pulso de una franquicia algo alicaída por la inconsistente y fallida Quantum of Solace. Spectre arranca de manera sublime, con un extraordinario plano secuencia en la mexicana plaza del Zócalo en el Día de los Muertos, en un alarde de buen oficio de Sam Mendes, director a quien -para ser justos- le debemos esta ulterior inyección de adrenalina a la serie; no en vano ha sabido combinar de manera magistral la consabida acción con oscuras tramas, marca de la casa de este James Bond introspectivo, circunspecto y letal que representa Craig. El 007 más sobrio se enfrenta aquí, ayudado por los rejuvenecidos Q (Ben Whishaw) y Moneypenny (Naomie Harris), además del remozado M (Ralph Fiennes), a la fría y poderosa organización Spectre, la madre de los más abyectos contubernios criminales, dirigida por un villano con la cara entre cínica y burlona de Christopher Waltz -el germano lo borda en este tipo de papeles-, en un elenco que se completa con Lèa Seydoux y Monica Bellucci (lamentablemente, la presencia de la italiana es de casi un suspiro) como partenaires. La muerte -pasada y presente-, el control absoluto de la información y la megavigilancia con reminiscencias orwellianas subyacen en el argumentario de la cinta, que se liga -de forma un tanto artificial- a las anteriores películas de esta etapa, que comenzó con la brillante Casino Royale. En Spectre se reivindica lo antiguo -desde el espionaje de la vieja escuela hasta el Aston Martin más clásico-, destilando nostalgia y un aparente sabor a epílogo, no tanto por el anunciado adiós de Sam Mendes -asegura que no volverá a rodar otra de James Bond- como la más que posible marcha de Craig. Esperemos que ambos no cometan el pecado -luego enmendado con una peli oficiosa- del gran Sean Connery de proclamar a los cuatro vientos: “Nunca jamás”.