CINE

Añadas de celuloide

ENTRE COPAS
ENTRE COPAS

Noviembre, que ya llega a su final, mes de apertura de bodegas y de degustar los nuevos caldos. Una ocasión más que propicia para repasar el fértil y próspero matrimonio entre el vino y el cine, sin duda, dos de los grandes placeres de la vida -el primero de ellos siempre sorbido con moderación, claro-. Y es que el preciado caldo, en sus múltiples variedades y formas, está ligado al séptimo arte desde muchas cosechas atrás, bien formando parte como accesorio de atrezo o de decorado, o incluso, a veces, como parte esencial de la historia. Si hablamos de lo segundo, nos vienen enseguida títulos más recientes en el tiempo como Entre copas o Un buen año (escenas de ambas cintas, en las fotografías de este reportaje), donde el mundo de los caldos es protagonista por derecho propio, al igual que otros títulos más añejos, como Esta tierra es mía o El secreto de Santa Vittoria. Pero también, el vino forma parte del clímax de un filme, como ocurre en Encadenados (1946), donde el maestro del suspense, Alfred Hitchcock, pone en un brete a la grácil Ingrid Bergman y al elegante Cary Grant ante la atenta mirada de un abatido Claude Rains en una selecta bodega, donde algunas botellas no eran precisamente de Château Lafite. Además el vino, el buen vino, sirve para aderezar y decantar un buen diálogo. “Tú proporcionas la comida, yo proporciono la perspectiva, que irá muy bien con una botella de Cheval Blanc 1947”, dice en el filme animado Ratatouille el crítico culinario Anton Ego. La misma marca de ese célebre caldo de la región vinícola de Burdeos es usada -con un ligero cambio en el nombre- en una de las frases del despistado teniente Frank Drebin, el recordado Leslie Nielsen, para sublevar a los internos de una prisión en la disparatada Agárralo como puedas 33 1/3: El insulto final (Peter Segal, 1994) “Este Château Le Blanc del 68 debería servirse ligeramente frío, ¡este está del tiempo!”, se queja. Y cómo no, para impresionar a una dama o camelarse a altos gerifaltes. Así, otro primer crus de Burdeos, el Château Latour, sirve para Simon Templar (Val Kilmer), en El santo (Phillip Noyce, 1997), para camelarse y obtener de paso información a la doctora Emma Russell (Elisabeth Shue), mientras que Oskar Schindler (Liam Neeson), en la oscarizada La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1994), quiere empezar a hacer negocios invitando a exclusivas botellas de esta marca a altos cargos nazis.

RATATOUILLE
RATATOUILLE

Y es que el néctar favorito de Dioniso (o de Baco, si se prefiere a los antiguos romanos) deviene en un vehículo de inspiración para los más altos gourmets, incluidos a los más abyectos, como el cinematográfico doctor Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), un consumado venerador del chianti, como subraya en El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991). “Uno del censo intentó hacerme una encuesta. Me comí su hígado acompañado de habas y un buen chianti”, le comenta Lecter a Clarice Starling (Jodie Foster).

Y qué me dicen de James Bond. El celebérrimo agente 007 no solo bebe Martini con vodka, también tiene querencia por los espumosos, especialmente el Bollinger (aunque no desdeña el Dom Perignon y el Taittinger), que ha aparecido -y sigue apareciendo- en un gran número de las películas del mítico espía del MI6 británico (de hecho, mantienen una antigua ligazón de marketing entre la franquicia cinematográfica y la marca de champán). Una de las alusiones más simpáticas y con doble sentido de este maridaje la dice Roger Moore en Moonraker (Lewis Gilbert, 1979) cuando ve una botella en el dormitorio del personaje interpretado por Lois Chiles -Holly Goodhead-. Al ver la botella de champán exclama: “¡Bollinger! Si es del 69 quiere decir que me esperaba”.

En los últimos años si hay una película (hablamos aquí siempre de cine de ficción) que define bien el maridaje entre el vino y cine es Entre copas (2004), donde los caldos son participantes activos del filme, al mismo nivel que sus protagonistas, en este caso unos Paul Giamatti (que interpreta a un cuasi fanático enófilo, adorador de la variedad pinot noir), Thomas Haden Church, Virginia Madsen y Sandra Oh. La fantástica película de Alexander Payne basada en la novela homónima de Rex Pickett es un viaje placentero al mundo de las sensaciones a través del vino y de la comida de dos amigos que se van de fin de semana a la zona vitivinícola de Santa Ynez, en el condado californiano de Santa Bárbara. El vino es en esta comedia dramática el macguffin ideal para indagar en la complejidad de las relaciones humanas y sentimentales.

ENCADENADOS
ENCADENADOS

Y es que el amor es un buen ingrediente para enlazar vino y cine. Que se lo digan si no a Kevin Kline y a Meg Ryan, protagonistas de French Kiss (Lawrence Kasdan, 1995). Él es un ladrón y ella es una novia despechada a la búsqueda de su amado perdido. Al final, tras una serie de enredos, ambos acabarán juntitos en un viñedo. Algo que también le ocurre de una manera mucho más palmaria a nuestra Aitana Sánchez-Gijón en la que fue -hasta la fecha- su única incursión hollywoodiense, Un paseo entre las nubes (Alfonso Arau, 1995), donde atrajo a Keanu Reeves al terruño familiar, lleno de vides, en la California de la década de los 40 de la pasada centuria. Siguiendo esta línea romántica nos encontramos con Un buen año (Ridley Scott, 2006), protagonizada por el australiano Russell Crowe, que deja a un lado sus adustos ademanes para ejercer de viticultor forzado tras heredar un château de un tío suyo en la Provenza. Al principio quiere venderlo y sacar tajada del viñedo y de la bodega, como buen bróker londinense que es, pero el amor, en forma de la sensual Marion Cotillard, hace que desista en el intento.

España no es ajena tampoco a los efluvios amorosos que deja el vino a su paso. Bon appétit (David Pinillos, 2010) es un ejemplo de ello. Unax Ugalde y Nora Tschirner prenden el amor entre un cocinero y una sumiller con los caldos de Ribera del Duero como testigos.

BON APPETIT
BON APPÉTIT

El vino deviene, además, en un preciado tesoro. En estas aguas navega, en clave de comedia, El año del cometa (Peter Yates, 1992), en la que una enóloga, en la piel de Penelope Ann Miller, viaja a un viejo castillo escocés para verificar un caldo que data del penúltimo paso del Halley por la Tierra, y descubre que la botella en cuestión perteneció al mismísimo Napoleón Bonaparte, sobre la cual hay varias personas que quieren hacerse con ella a toda costa. El vino también se significa como posesión. El filme El secreto de Santa Vittoria (Stanley Kramer, 1969), con un elenco encabezado por Anthony Quinn, Anna Magnani, Virna Lisi y Hardy Krüger, incide en esta cuestión al narrar las peripecias de los habitantes de un coqueto pueblo italiano, quienes esconden su famoso caldo antes de dejárselo a los alemanes, con la Segunda Guerra Mundial de contexto histórico.

El vino como drama se puede ver en Esta tierra es mía (Henry King, 1959), con el Valle de Napa -California- de escenario y con Rock Hudson y Jean Simmons como pareja protagonista, con viñedos y gánsteres de por medio. De esta guisa es Tu seras monfils (Gilles Legrand, 2011), un fresco generacional con la prolífica comarca de Saint Emilion como telón de fondo.

El thriller no se salva de los encantos vitivinícolas, como se ejemplifica en Sangre y vino (Bob Rafelson, 1996), con un Jack Nicholson que pasa de comerciante de vinos a ladrón de joyas, como tampoco lo hace la comedia delirante, leáse Guerra de vinos (Randall Miller, 2008), con un plantel formado por Alan Rickman, Chris Pine y Bill Pullman.

UN BUEN AÑO
UN BUEN AÑO

Como vemos, son muchas las películas (la lista sería inmensa) en las que el vino es actor principal, secundario o representa un simple cameo. Catarlas todas resulta harto imposible, como imposible es degustar todos los vinos, pero por lo menos aquí saboreamos algunas; eso sí, con moderación.