por qué no me callo

Caro Baroja, Vallejo y morir en París

París en los años 30 era un nido intelectual de primer orden, donde el canario Óscar Domínguez se movía como pez en el agua, coaligado a la tribu de Breton y cercano a Picasso, que se dejaba falsificar por el lagunero cuando se trataba de uno de sus apuros económicos. París es la ciudad en la que César Vallejo compuso el soneto inmortal de su muerte premonitoria, Piedra negra sobre una piedra blanca, y habló de un jueves -no de un viernes negro-: “Me moriré en París con aguacero,/ un día del cual tengo ya el recuerdo”. En París ha vivido parte de mi familia. Hasta allí volé una vez en el Concorde. París era de los escritores latinoamericanos y de Emilio Sánchez Ortiz. Valdría la pena aprender francés para vivir una temporada en París y leer a Proust en su punto de cocción natural. No cabe en cabeza alguna pensar en Europa sin pensar en París. Es la perla del primer destino turístico del mundo. Venimos y vamos a París alguna vez en nuestras vidas como si fuera cierto que la cigüeña nos trajo de París. La sentimos una ciudad propia -antes, incluso, de conocerla- y los atentados del viernes 13 se equiparan al 11M, es más nuestra que Nueva York, y la noche de la masacre la pasamos en vilo, si cabe, más concernidos que cuando el 11S. El primer ministro galo es catalán, lo cual tercia para decir que, en la escala de valores, el problema de Artur Mas lo es menos, pierde poder de convocatoria. Así son los sinuosos caminos del estado de opinión. Las elecciones del 20D iban a versar de economía, porque llevábamos ocho años con la soga al cuello y ese era el argumento estrella. Pronto la corrupción lo destronó. Y, más tarde, Cataluña se apropió del guion. Hasta el viernes. Vuelve la amenaza yihadista a irrumpir en el podio del CIS oficioso de campaña, y en la radio este fin de semana ya ningún líder hablaba del desafío secesionista catalán, sino del desafío yihadista en París. Todos le ven, le vemos, las orejas al lobo en una España alerta cuatro. Todos dijimos, ah, si tocaron a las puertas del estadio parisino donde jugaban Francia y Alemania un amistoso, ojo con el clásico de este sábado. Hicimos las conjeturas de rigor, si ves las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas a remojar. En Canarias nos vino a la mente, de sopetón, el Sahel. Yo memoricé las palabras del general Ballesteros en el Círculo de Amistad XII de Enero, en enero -precisamente- de 2013. El director del Instituto Español de Estudios Estratégicos entonó un himno a la alta seguridad de Canarias, pero no nos hurtó un ápice de la verdad. El Sahel es ese ápice, y la crisis de Mali la punta del iceberg. En esa guerra se mojó Francia, buena parte del tiempo sin aliados, para desalojar a los yihadistas que avanzaban por el país como Pedro por su casa. De esa implicación vienen estos lodos para Hollande, cosa que le honra; se la jugó y desde enero con el ataque a Charlie Hebdo y ahora a la sala de conciertos Bataclan y otra media docena de cruces sobre el mapa del corazón de París, lleva un año sumando muertos. O sea, que Francia paga los platos rotos de Europa -de la falta de política africana de Europa-, pero España no se libra de la lista negra, ni Italia, ni Bélgica. El mundo seguirá su curso, París -si no hay contraorden- celebrará la cumbre del clima este mes y Francia bombardeará el Califato y hará redadas masivas durante una buena temporada. Luego habrá más sustos y derramamiento de sangre y se redoblarán las medidas de seguridad. Estamos en plena espiral, esto no ha hecho sino empezar. Ya nada volverá a ser como antes, porque el enemigo está en casa. Bin Laden es prehistoria. El Estado Islámico, Boko Haram y todas las filiales magrebíes y norteafricanas de la burbuja fundamentalista nos tendrán (pre)ocupados en adelante, como una raya más en las espaldas del tigre. Viajaremos con más miedo, pasaremos por filtros más sofisticados antes de coger los aviones y entrar en los estadios y las grandes superficies o hacer la cola del pan, como se decía antes. A mí, por ejemplo, que me resuelve la vida llevar la mochila, se me plantea un problema: ya la desaconsejan las autoridades por temor a kamikazes en los metros, las guaguas y el tranvía. Esta clase de tragedias se cuela en nuestras vidas como algo irremediable. La barbarie humana ha ido escalando peldaños que jamás hubiéramos sospechado, hasta instalarse en el soliloquio del lobo solitario o las puertas de un estadio abarrotado de miles de hinchas. El drama de París me sorprendió redactando la entrevista con Juan Cruz publicada ayer en este periódico. Le envié un wasap preguntándole su opinión, y me transportó a la sinrazón sanguinaria de la Edad Media. Después, movido por el instinto, repasé la primera entrevista de su libro Toda la vida preguntando, la que hizo a Julio Caro Baroja en 1968, cuando el etnólogo venía del García Sanabria y le soltó esta reflexión (hace 47 años): “He estado esta mañana viendo los monos en el Parque y he pensado que de ese estado que hemos sobrepasado a este la diferencia es mínima. Los hombres se matan, los estadistas se creen supremos hacedores…”. Por un instante, Caro Baroja, como César Vallejo, tuvo el recuerdo, casi medio siglo antes, de este viernes negro en París.