soliloquio

‘Don Frasco’ y el hotel Médano

Otra vez, gracias a la vida, las visiones son más reales. Su tierra, sus tomates, su embarcadero, su empaquetadora La barca, su familia, sus amigos, su hotel, su pasión y su visión, un iluminado generoso. Sobre el hotel, la vida del mismo y su verdad se han dicho todo tipo de barbaridades, como en aquel programa de la tele de Narciso Ibáñez Serrador: Historias para no dormir. El propio Ibáñez Serrador había hecho incursiones previas en series como Mañana puede ser verdad, la guinda que le falta al hotel de Don Frasco. En los años 70, Narciso ideó una nueva serie Historias para pensar centrada en relatos más profundos e intelectuales, título que le pareció pedante y lo cambió. A mí me gusta, viene al pelo. Hay que leer y pensar. José Félix te copio, sirva como homenaje a alguien a quién quiero así y a su Barca, La Barca. Con el permiso de mi amigo José Félix Sainz-Marrero.

Ramiro Cuende Tascón he titulado esta reseña con un nombre muy sencillo. Corto para la envergadura de su disertación sobre Don Francisco García Feo, Don Frasco, ese chasnero visionario y emprendedor del Hotel Médano y del Costa Roja, referentes y bandera del turismo sureño. El empaquetado de tomates inicial, que se apoyaba en la roca al borde del mar como almacén de un negocio familiar llamado La Barca, supuso la base del primer hotel turístico del yermo sur de la isla allá por los años sesenta del anterior siglo.

Como dijo Leocadio Machado, autor de la novela El loco de la playa: “en el Médano no hay quien viva…”. Únicamente se puede soñar, cómo lo hubiera cubierto de pinceladas José Aguiar oteando la inmensidad de los horizontes marinos dibujando la silueta de la columna vertebral de la isla.

Disfruté de una velada plena de compromisos con el pasado y semblanzas en color sepia que tiñeron de azul el litoral descrito por Magallanes. Entre los pilotes que sustentan una realidad palpable azotada por las aguas limpias del Médano y la proa divisoria de arenas entre la Playa Chica y la Playa Grande. Los planos firmados por mi padre y Don Francisco Aznar, así como las excelentes fotografías de momentos puntuales en el desarrollo del edificio me hicieron envolverme en la bruma de los tiempos. Allí morían los caminos y la vieja carretera desde el norte de la isla para desembarcar familias sedientas de calor y de bocanadas silenciosas. Un punto y aparte, donde en la red quedaban atrapados los tapaculos y las fulas.

Gracias Blanca, y gracias José Félix. Como dijo Aristóteles: “No se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho”. Deshagámoslo.