después del paréntesis

Enseñanza

La aclamada intelectualidad española asienta sus pies sobre la insigne realidad nacional y quienes los oyen no pueden menos que respirar con penuria porque hasta el aire se congela. Primero fue el sublime Maravall, del regio PSOE, entre el año 1982 y el 1988. Confirmó que aquí en España nos enteramos más bien de poco, porque no andamos por el exterior con solvencia; él lo iba a reparar; estudió en Oxford y desde la fecha la enseñanza no sería lo que fue. Lo consiguió. Como el resto de los ministros que hasta ahora hemos soportado, con Wert en la cumbre. Se avinieron, por no quedar por menos, a ilustrarnos con nuevas leyes de la enseñanza, todas políticas, ninguna profesional y sustancial, para llevarnos a la ruina más absoluta. Así Europa lo proclama cada vez que le viene a bien. El susodicho puso las bases: el esfuerzo no es un mérito porque no hemos de estresar a los alumnos y la democracia-participativa sirve para descolocar a cada cual de su lugar, por no hablar de los infaustos currículos que nos persiguen. Pongo un ejemplo calamitoso: el Estado no se siente obligado a enseñar a leer a los estudiantes, como en otra época ocurrió. Y si eso no sucede, ¿cómo proceder? Si no se lee, no se comparten los discursos alternativos y la capacidad de construir discursos alternativos es nula. Luego, la comprensión por los suelos, igual que el saldo en matemáticas, en lógica o en las otras disciplinas abstractas. Desenlace: eso de los libros no es útil, es útil apretar tornillos como nos mostró Chaplin en Tiempos modernos. Si a ello se añade la sinrazón del nacionalismo, hemos de cerrar el país. Porque a los soberbios mandatarios de este imperio se les ocurrió la feliz iniciativa de no claudicar con el ejército o las relacionas exteriores, y sí con las transferencias de sanidad, justicia y enseñanza.

Así es que el gran pensador Juan Antonio Marina (a la altura de Nietzsche que él está) sentenció: el sueldo de los profesores ha de ser proporcional al éxito de los centros en los que imparten sus labores. Proverbial. El tal Marina no se atrevió a restregarle por las narices al gobierno actual que eso de la enseñanza en este país es una ruina descomunal; les hizo saber solo lo que aceptan oír (de ahí las bajadas de sueldos proporcionales cada año o que nos hayamos quedado sin la paga de navidad en día señalado): el problema de la enseñanza aquí son los profesores, como en época de don Paulino Rivero escuchamos por estos lares. Y eso es una barbaridad. O sea, los profesores que dan clases en ambientes marginales y que tienen a bien sacar adelante a (pongamos) el 20% de esos alumnos con trabajo denodado, esfuerzo descomunal y en situaciones funestas no han de ser recompensados, han de ser penados.

De manera que la base de esas convicciones es expresa. No exclama el pensador tal que de lo que hablamos es de un sistema, que el Estado ha de garantizar que la formación del profesorado ha de ser continua, que la evaluación ha de alcanzar a todos los componentes y al mismo sistema y que ha de ser integral (desde los maestros, alumnos, padres…). Lo que proclama el pensador tal es la ruina de lo universal, la negativa a la igualdad de oportunidades. El prohombre en cuestión y la derecha excelsa divulgan: asunto de élites, y el resto a descansar.