por qué no me callo

El factor humano de los Premios de Gastronomía

Treinta ediciones después, los premios de Gastronomía de DIARIO DE AVISOS, que se entregan hoy en el Teatro Leal, han sido testigos y actores de la transformación de la cocina no solo en Canarias, sino en la marca España, de Carlos Gamonal a Ferran Adriá y el boom televisivo de MasterChef. Los fogones locales han ido adquiriendo un sello distinguido más allá del exquisito manjar de la papa arrugada o el mojo picón. Roberto de Armas y Rogelio Quintero ofrecieron en 2011 un manual de tapas (Canaritapa) que se impuso como el mejor libro del género en este país y el segundo del mundo en los Nobel de las ediciones de cocina en París, en la modalidad fotográfica (De Armas): los Gourmand Internacional de ese año de 2011. Las galas gastronómicas de DIARIO de AVISOS hubo un tiempo que marcaban el paso, como reconocía recientemente el propio Adriá, que reunía dinero todo el año para pagarse las vacaciones en Canarias y entrenarse por libre en las artes culinarias de este lugar de tránsito de cocinas de tres orillas de vasta tradición. Era un buen laboratorio a pecho descubierto, cara a cara con el turista. Yo me gocé una vez un têtê à têtê entre Adriá y Manolo Iglesias -inspirador de los Oscar gastronómicos de esta casa- sobre la cocina canaria y las páginas de amor-odio entre chefs, al estilo de Mozart y Salieri, con que se escribe la historia del descubrimiento mundial de la cocina española. Corrían entonces ríos de tinta con las tarascadas de Santi Santamaría contra la cocina experimental de Adriá, contenidas en su libro La cocina al desnudo. Una disputa entre viejos amigos y viejos egos catalanes bajo un cielo de estrellas Michelín. Adriá, el Picasso de la mesa del mundo, me dijo en aquel encuentro -grabado- que Santamaría era un cocinero enorme algo tragaldabas al que traicionaba no solo el apetito, sino unas ansias de celebridad apresuradas. Era fácil apreciar la incoherencia del polemista vehemente, cuando el mismo Santamaría usaba los conjuros químicos que reprochaba a Adriá. Era una amistad encabronada, un duelo de cuchillos como luego hemos visto que se prodigan en este gremio de rivales sin tregua, incluso delante de las cámaras de televisión. Más tarde murieron Santamaría y Manolo Iglesias, uno en Singapur y otro en Málaga. A los dos les gustaba comer bien, a menudo corriendo riesgos. No hemos digerido aún la muerte de Iglesias. Su figura sobresalía por méritos propios en la galería de críticos gastronómicos nacionales. Recuerdo los elogios que le dirigían los popes del sector y la discreción con que Manolo ejercía su autoridad de jurado de prestigio visitando restaurantes en secreto para dar su veredicto dentro y fuera de España. Fue Premio Nacional de Gastronomía en 1997 y era miembro de dos instituciones que lo dicen todo acerca de sus credenciales: la Academia Española de Gastronomía y The World’s 50 Best Restaurants Academy, de Londres. El próximo año habría cumplido 40 en este periódico, del que fue director adjunto. Entramos simultáneamente al decano en el 76. Era un reputado conocedor de las cocinas regionales del Atlántico al Pacífico. En una de las últimas conversaciones que mantuvimos sobre el tema, pusimos en valor al peruano Gastón Acurio, del que Iglesias tenía noticias de primera mano. El esplendor de la nueva cocina española y el auge de la canaria en los últimos años deben mucho a Manolo. Los premios que lideró en el DIARIO y que hoy alcanzan treinta ediciones, bajo la presidencia de Lucas Fernández, la dirección de José David Santos y la tutela de José Luis Conde, están en el origen de un éxito que nos malacostumbramos a ver crecer como algo natural bajo el peso de la lógica. Y estos premios resulta que tienen la trascendencia que tienen por lo que son gracias al factor humano de quienes un día los crean y de quienes hoy los creen llamados a desempeñar un papel cada día más importante en el futuro. Como ya promete la gala que esta noche, al abrigo del 125 aniversario del periódico, nos convoca.