Domingo Cristiano

Hijos de Satanás

Creo que el Obispado de Cádiz ha trastabillado ruidosamente al sacar a colación no se qué sobre ritos demoniacos para referirse a la tontuna ésta de Halloween. Si se lo ponemos tan a huevo a quienes nos tienen ganas, no podemos luego quejarnos de ser malinterpretados. En la era digital, todo lo dicho queda grabado. Y mejor será que no apelemos al diabólico origen de la efeméride para desprestigiarla, porque nos pueden sacar los colores si nos recuerdan a nosotros el empiece de algunos de nuestros ritos o costumbres. La mamarrachada ésta de la noche de los fantasmas sabemos bien que no tiene otro horizonte que el de encumbrar la caja registradora de los comercios. Si un día hubo un satán de por medio, ni está ya ni tiene previsto reunirse esa noche con sus hijos. Lo que revolvió las entrañas en el Obispado gaditano fue la decisión de una cofradía de montar una fiesta de Halloween. Pues no. Por muy santos y nobles que fueran los destinos de la recaudación, no les corresponde a los cofrades regalar desconcierto a una sociedad que nos mira a los ojos para saber qué pensamos. Ahí tiene razón el obispo del lugar. Lo malo en estos casos es que siempre hay un cofrade que se apunta al “si no me dejas hacer lo que quiero, pues te vas a enterar, que yo tengo un amigo periodista”. Poco importa a este tipo de encapuchados que la imagen de la Iglesia sufra. A fin de cuentas, se puede estar en una cofradía y no tener fe. Frente a los que restan, hoy la Iglesia nos ofrece a los que suman. En la fiesta de Todos los Santos se hace memoria agradecida de la legión incontable de hombres y mujeres que han ayudado a que este mundo sea mejor. Y de quienes ahora ayudan, porque los creyentes estamos seguros de que compartimos la cola del supermercado con personas que son santas, amigos fuertes de Dios, buscadores incansables de la verdad y luchadores por la justicia. Hay una forma singular de mejorar el mundo: hablarle de su origen y de su destino. Ahí sí que no hay nada que esconder. Santo es quien siembra esperanza anunciando que no somos el fruto de la casualidad química, sino el resultado del amor de Dios. Quien planta esa semilla en otro ser humano le está regalando vida, le sube al carro de quienes a través de los siglos han esperado contra toda esperanza porque se han fiado de la Palabra de Dios y de lo que sus ojos y su ser entero experimentan día a día. Santo es quien no se cansa de confiar en la promesa de Jesús. Y quien en la espera arrastra a otros a descansar en esa misma confianza. Esos dos que aguardan y mil millones más empujan el mundo hacia arriba, compensando la oscuridad de los que restan, de los que se cansaron de creer en la verdad de las cosas, aburridos quizá de su propia falta de autenticidad. A ésos sí les tengo miedo. Por cierto, la Conmemoración de los Fieles Difuntos es mañana, lunes. Que hasta en eso les faltan luces a quienes se visten de calavera.