tribuna

El presidente del fenómeno social

Contagiaba su serenidad en las vísperas de aquel encuentro trascendental. Fuera, en el exterior del hotel, los seguidores del Deportivo de La Coruña hacían sonar sus cláxones, sus pitos y sus tambores con tal de distorsionar la concentración de los jugadores del Tenerife. En la expedición tinerfeña los rostros delataban preocupación, sin angustias, de modo que alguien aún se permitía bromear en la cena y en el almuerzo temprano del propio día del partido. Y allí estaba Javier Pérez, presidente del club, rumiando en su interior la importancia que tenía seguir en Primera División. Gesto adusto, mirada escrutadora, expresión afable, el respeto a la seriedad que inspira la figura del médico… El Tenerife se predisponía a librar el segundo partido de la promoción en Riazor después de un mal encuentro y de un empate inquietante en la ida. Pero un gol de Eduardo Ramos, de cabeza, pareció balsámico en el control de juego por parte del Tenerife, en medio de una notable pobreza creativa y de escasas ocasiones. El gol sería determinante en la suerte promocional. Cuando termina la incertidumbre, vemos desde la tribuna los gestos de contento de Azkargorta y de Justo Gilberto. A Pérez también se le percibe dichoso. La alegría se desbordaba por minutos. El gozo albiazul (por los colores tinerfeños) era una especie de liberación. Seguían en el primer estrato del fútbol nacional.

A Pérez le conocimos en el tramo final de nuestra andadura en Radio Popular de Tenerife (Cope), donde hicimos Radio Deportes durante siete años ininterrumpidos. Pérez llegó a los estudios, antes de entrar al locutorio, con ganas de explicar que tenía ganas de producir un cambio en el Tenerife. Guardaba las mejores intenciones. “Soy un palmero que ama sin reservas este club que merece estar más arriba”, fue su definición, a la que correspondió con creces ulteriormente. El fenómeno social -como nunca antes se había experimentado en el fútbol insular- se fue desmoronando. Los críticos de Pérez, con su obra y gestión, acaso esgriman ese argumento: no supo retirarse en el momento apropiado, aunque si lo hubiera hecho -la oportunidad es siempre una apreciación muy subjetiva-, es probable que esos mismos se lo hubieran reprochado. A fin de cuentas, de la gloria a lo contrario, hay muy pocos pasos.

Claro que en la historia siempre quedarán las dos Ligas arrebatadas al Real Madrid en la última jornada; los dos quintos lugares en la clasificación que posibilitaron participar en la Copa de la UEFA, de la que fue semifinalista en una ocasión; igual condición en una Copa del Rey. Hasta culminar en 1997, cuando el Tenerife llegó a ocupar la decimoquinta plaza del ranking FIFA. Algunas veces, cuando coincidíamos en aeropuertos o en el estadio, además de desearnos suerte en los respectivos cometidos, nos preguntaba por qué había abandonado el ejercicio del periodismo deportivo cuando estaba probado que era bastante menos ingrato que la política. “Es sangre que corre por las venas”, dijimos en una de aquéllas. “Como la tuya que has dedicado al Tenerife”, añadimos.

El club rinde ahora tributo a su memoria, una iniciativa que no solo propicia un reconocimiento a su tarea sino que salda algo que parecía pendiente. Pérez llegó al Tenerife para engrandecerlo. Quienes conocimos de aquellos inicios, ahora, con el paso del tiempo, hemos comprobado que el presidente doctor, su afán emprendedor, no se detuvo ni en los momentos más adversos, de ahí que este homenaje, cuando el equipo, deportivamente, se debate en la actualidad en la zona inquietante, resulte todo un estímulo para reivindicar el sentimiento y aquella iniciativa suya de unirse y hacer propio el sueño de progresar hasta donde se pueda llegar.