Domingo Cristiano

Recuperar el deseo

Ya sé lo que es. He observado en silencio y finalmente creo haber dado con lo que de verdad envejece. No me refiero a las ruinas que se enseñorean cada mañana de nuestra piel. No hablo del cuerpo. Me refiero a que creo saber qué nos convierte en fósiles de espíritu, seamos ancianos o adolescentes. Es la esperanza. La falta de esperanza. Quien nada espera, ha muerto. O casi. No esperar ya nada es lo que va resecando la alegría y ensombreciendo la mirada hasta apagarla.

A menudo se dice que la culpa de la vejez la tienen los disgustos, que se acumulan sin remedio como un pesado equipaje que mina la confianza de quien espera. Cuando se sufre mucho o se ve sufrir a otros, entonces es cuando se empieza a morir. Eso es lo que piensan no pocos.

Pero yo creo que no. Yo creo que es la esperanza. Hemos sido construidos con un barro ansioso, una materia necesitada de un poco más de todo. Más alegría, más serenidad, más amor, más mañanas y mejores atardeceres. Nos han hecho para desearlo todo, para esperarlo todo. Nos han hecho indigentes, limosneros.

Por eso, esperar es el secreto de la lozanía. Si, a pesar de los golpes, no dudo de que habrá un mañana, entonces ese mazazo me desequilibra, pero no me tumba. Llorar, rebelarse, maldecir, blasfemar… no es más que la carne que protesta. Si no he dejado de esperar, hasta la peor tormenta se libra en esa superficie, mientras que más al fondo el agua transita serena, a la espera de mejores momentos.

Quien espera es porque confía. Fiarse de alguien no es entregarle un cheque en blanco. Eso es una temeridad. Quien se fía de otro es porque sabe que su confianza no va a ser defraudada. Lo ha experimentado, lo intuye como se sospecha la llegada del día, lo respira, lo siente, lo huele. Y no lo puede explicar, porque son cosas de los adentros. Pero lo sabe.

Hoy empieza el Adviento, una antesala de la Navidad que la Iglesia ha inventado para ayudar a los creyentes a recuperar el deseo. Como en otros apetitos, de Dios se siente necesidad cuando se toma conciencia de la propia sed de felicidad y de sentido. Es entonces cuando se le pone nombre al desasosiego. Por eso, si ya se espera poco, si se ha atrofiado la capacidad de seguir esperando, es preciso hacer un parón y recolocar las añoranzas.

“No te engañes. Es Dios lo que te falta”. Ése es el mensaje del Adviento. “Él vendrá”. Ésta es la buena nueva: que nuestra esperanza no es en vano. Esperar a Cristo que viene es mirar al mundo y a quienes los habitan con una mirada nueva, confiando en que todo lo mejor es posible.

Se convierte uno en un cristiano fosilizado cuando se limita a repetir ritos navideños y a sonreír por decreto. ¡Que te hicieron con pasión! ¡Qué te fabricaron para desear al que viene!, grita el Adviento.
@karmelojph