acabo de llegar

Respuesta al académico – Por Carlos Acosta García

Creo que dejé bastante claro en un pasado artículo que seguiría leyendo los libros del académico Javier Marías porque creía enriquecer mi mente con tales lecturas. No es de extrañar, pues, que hoy vuelva sobre el asunto, aunque no sea únicamente un tema gramatical el que me trae ante ustedes. Este trabajito que hoy les ofrezco tiene un matiz más bien religioso, aunque lo haga aparecer muy cerca de los que llamamos gramaticales. Y es que la relación -ya lo verán ustedes- es indudable entre ambas materias. Quiero decir a quienes lo ignoren que don Javier es no creyente. Él mismo nos ha hecho llegar, en más de una ocasión, tal apartado. Yo, por el contrario, soy católico practicante. Pero ciertas opiniones que sobre la Biblia nos ha hecho llegar el señor académico me ponen indefectiblemente a su lado. Las traducciones que, con cierta frecuencia, nos llegan del libro sagrado no me parecen reales. O, por lo menos, poco cercanas a las realidades que los católicos tenemos sobre ciertos matices. Quiero decir que suelen dejarme en un mar de dudas que no considero convenientes, aunque creo tener mis convicciones muy arraigadas. O sea, que acepto las decisiones de la Iglesia, aunque en más de una ocasión me llegaran ciertas dudas que procuro eliminar. De mí, de mis decisiones pueden pensar ustedes lo que les dicte su conciencia. Yo no voy a cambiar.

Debo decirles que nunca me gustaron la Bula de la Santa Cruzada, la existencia del Limbo, ni la oposición a que ingresaran en el seminario diocesano los muchachos que fueran hijos naturales. Hoy, gracias a Dios, estos tres asuntos están ya sumamente resueltos. Me proporciona hoy la lectura del señor Marías tantas y tantas traducciones de la Biblia, tan increíbles, que me dejan atónito. Parecen traducciones nacidas de la mente de semianalfabetos, ignorantes totales o hijos de la mala uva, que todo es posible. Los paso ahora por alto debido a su espantable sorpresa y a su extrema gravedad. Sin embargo, también yo tengo alguna duda que no me ha sido posible resolver positivamente. Se las cuento tal y como me fueron dadas a conocer por una persona enterada en detalles de los libros sagrados y cuyo nombre omito. En cierta ocasión -ustedes lo saben- se acercó a Jesús la viuda del Zebedeo y le pidió: “Acuérdate de mis hijos cuando llegue su muerte. Concédeles un lugar a tu derecha y otro a tu izquierda”. Jesús le contestó: “Eso no me corresponde a mí resolverlo, sino a mi padre celestial”. Si la traducción del Nuevo Testamento fuera correcta en esta ocasión, sería tanto como aceptar que Cristo es solo un enviado del Padre, pero no es Dios, como parecen aceptar los testigos de Jehová. Yo estoy firmemente convencido de que Cristo es Dios, como lo es también el Espíritu Santo. Soy católico y lo admito.

Menos mal que en otro pasaje de más trascendencia, cuando Jesús está en el Gólgota clavado en la Cruz, y el buen ladrón le pide: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino”, el Redentor contestó: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Aquí Jesús se confiesa Dios, no embajador del Padre únicamente. ¿No creen ustedes, amigos lectores, que existe una tremenda contradicción entre las dos frases de Cristo que he recordado ahora? Todo habrá que achacarlo a una pésima traducción de los libros sagrados. Me cuesta creer que Cristo, Dios y hombre verdadero, se contradiga de tal modo. Prefiero pensar que tanto el Viejo como el Nuevo Testamento han sufrido la no muy acertada traducción de escritores y más escritores a lo largo de los años, los siglos, los milenios…