después del paréntesis

Rossi

Lo señaló hace unos días Andrea Iannone, que es italiano: “Márquez ha arruinado nuestro deporte”. Pero tal confirmación viene precedida por dos luminarias más: una, explicó que él no iba a ser obstáculo en la remontada de Valentino Rossi; dos, sintió pena porque Rossi no ganara el mundial, “era suyo”, “se lo merecía”. Dicho lo cual descubrimos a Marc Márquez haciendo de protagonista de una película que no es la suya. De manera que es cierto que cabe confirmar: Rossi es un gran campeón, Rossi es italiano, Rossi pudo ganar su décimo mundial, pero… Lo que no es asumible es que Valentino Rossi ganara el dicho campeonato por ser italiano o por ser Rossi. Así lo proclamaron al unísono los columnistas, los famosos, los entrenadores de fútbol, los periodistas que asaltaron la casa del motociclista español o los que insultaron a su madre al abandonar el circuito de Cheste el pasado domingo. Porque, en razón, no estaría por demás confirmar que sobreponer lo connacional (cual si la mafia apretara los tornillos) o los trofeos acumulados a eso que se llama deporte es insensato y primitivo. Por eso el juicio de Iannone se da la vuelta: si él no es un obstáculo, es por ser compatriotas ambos, no por ser deportistas. U otra cosa: ¿si lo hubiera sido, perdería la cabeza allí, no podría regresar a casa? La cuestión se justifica, ya digo: Valentino Rossi es un héroe y los héroes, por tradición, en Italia son sagrados. Con Márquez eso no ocurre; no está sujeto a semejantes códigos. No habría de responder como respondería Iannone (de no haberse caído) o los otros italianos de la carrera (cual se vio). Márquez habría de arruinarle el mundial a Lorenzo (que también es español). Aquí la igualdad no cuenta. Hubo de haber corrido más para pasar cuando lo hubo de pasar… Y después Pedrosa, claro, ¡Valentino campeón! El mundo a veces nos fustiga con estas fatuidades. Es un gran lujo para un campeón llegar a la cifra de diez campeonatos. No es un lujo para el campeón llegar a la cifra de diez campeonatos sin ganarlo en el asfalto. Digamos que en un momento de la historia, Rossi se percató de un problema: en las últimas carreras había tres que aceleraban más que él: Pedrosa, Lorenzo y Márquez. Sabe que su sustituto es el último y que la gloria es efímera. Luego, si diez, Márquez tardará más en igualarlo. Sobre el que fue su admirador más supremo, se le escaparon los dardos. Márquez contestó con lealtad: Rossi no tiene un problema conmigo; lo tiene con Lorenzo, al que ha de adelantar.

Pero no, Rossi, que es italiano, sabe cómo funciona la teoría de conjunto. Para el caso, solo dos alternativas: una, pelea Rossi/Lorenzo, Lorenzo/Rossi y los demás que se aparten; dos, Márquez ha de adelantar a Lorenzo cuando sea imprescindible adelantarlo. Eso ocurrió: llegó a donde tenía que llegar, los que corren más que él, corrieron más, tanto que los 10 segundos de diferencia con el tercero fueron 17 al final, y otros habrían de hacer su trabajo, aunque fueran españoles los tres que subieron al podio. En definitiva: pobre caída del campeón. En este caso el asunto no es que hayas de confirmar que fulanito de tal no sabe perder, que en el deporte es tan digno ganar como encajar con pundonor las derrotas; la cuestión es que, con lo que dicen de aquí y lo que llega de allá, te colocan en la posición de imbécil, y eso no se debe tolerar.