sobre el volcán

El arte del ‘tiquitaca’ en la política

Luis Aragonés le devolvió al fútbol español el orgullo y la sonrisa, poniendo en práctica el famoso tiquitaca, tomando decisiones valientes y poniendo a jugar a los mejores, a los bajitos, como se denominaba al talento de la médula del equipo nacional. Zapatones dejó atrás la Furia y cambió las neuronas por la testosterona para ganar los partidos. Del Bosque no tuvo más que darle cuerda al reloj que había calibrado Aragonés para cosechar los siguientes éxitos. Desconozco la ideología política del sabio de Hortaleza, si es que la tenía, pero por mucho que le molestara a cierta corriente de opinión conservadora, devolvió la identidad a un equipo al que bautizó como la Roja. Una Roja sin exclusiones ni complejos, con la que se identificaba un país al completo, tan dado a exterminarse por los colores. El fútbol no es democrático. Es fruto de una especie de proceso darwiniano, no siempre exento de algo de suerte, en el que van sobreviviendo los mejores en un corto pero intenso proceso selectivo, muchas veces despiadado, en el que se van quedando por el camino muchas carreras frustradas. Por esa razón, cualquier paralelismo con la política en democracia puede parecer algo aventurado. Pero ese tiquitaca que conquistó a la nación, menos a Guardiola, que también lo practicaba por mucho que le pese reconocerlo, nada tiene que ver con el tic-tac que marca el reloj del advenimiento del nuevo mesías de la política, que en lugar de aparecer tras las elecciones con un espíritu de diálogo y consenso, arranca poniendo líneas rojas a la hora de negociar. Vista esta actitud, Pablo Iglesias, como entrenador, tendría más de Clemente que de Aragonés, quien valoraba más la circulación del balón y la imaginación que el patadón y a correr del rubio de Baracaldo. Y sorprende, porque después de realizar la mejor campaña electoral, con el leitmotiv de la remontada, que tan bien funcionó a Podemos, ahora se repliega a un sistema defensivo en el que en vez de ganar, lo que busca es ser segundo. La ambición de Aragonés, queda solapada por el pragmatismo clementista de contentarse con ser el primer referente de la izquierda en España en unas segundas elecciones más que previsibles. Entender la política como líneas excluyentes sólo conduce a una derrota programada. Lo mismo le pasa al PSOE, que no ha tardado en poner también sus líneas rojas. Primero fue un no rotundo al PP y a renglón seguido al referéndum catalán. Vuelta a la exclusión sin tan siquiera sentarse a negociar. Por no hablar del bochorno que ha supuesto que los socialistas estén más preocupados en quitar de la silla a Sánchez que en ofrecer un Gobierno estable al país. Esas líneas rojas que han trazado los partidos, también las azules y naranjas, nada tienen que ver con aquel espíritu de la Roja que ha dado los momentos de mayor gloria al fútbol español. Nuestros políticos prefieren el estilo de confrontación de Clemente al fútbol asociativo con el que España cosechó sus mayores éxitos. Parece que es mejor perder por separado que ganar haciendo equipo.