ENTREVISTA

Christian Felber: “Si la economía fuera colaborativa, el terrorismo no tendría este caldo de cultivo”

FOTOS: SERGIO MÉNDEZ
FOTOS: SERGIO MÉNDEZ

Hace cinco años, Christian Felber, un filólogo licenciado en Ciencias Políticas que ama y practica la danza y se considera un “ilustrado”, desenvainó una de esas ideas fuerza capaces de cambiar la historia. No siendo economista, fundó la Economía del Bien Común -que da título a un bestseller traducido a nueve idiomas- bajo el axioma aristotélico de que el objetivo no ha de ser el dinero, sino la felicidad, la buena vida. Con un mantra cándido de aspecto buenista, resulta que ha seducido a ciudadanos y gobernantes de varios países, entre ellos España, donde hay municipios que ya abrazan su ideario, y ha fundado el primer banco ético de su país.

Felber trae aire nuevo al debate de las ideas. Instituciones de la Unión Europea (UE) se preguntan por su recetario y lo convocan para conocer la sociedad que anuncia. No es un movimiento político, ni su líder, con rostro de príncipe, aspira a ser candidato de ningún nuevo partido, pero esta entrevista, en un día de urnas crucial, aprovechando su paso por la Isla,donde intervino en la Universidad de La Laguna, invita a repensarlo todo de los pies a la cabeza. Para expresarlo más gráficamente, elige una acrobacia de bailarín y se queda suspendido de las manos en un equilibrio plástico que desafía la gravedad. “Yo soy un todólogo”, afirma este rubio austriaco de 1,85 y ojos azules, de 43 años, con planta de galán de cine, que da clases en la Universidad de Viena y se propone, sin perder la calma, cambiar el modelo económico del mundo. Y alerta sobre el riesgo de guerras civiles en Europa.

-¿Le preocupan los brotes de xenofobia, ultraderecha y terrorismo yihadista?

“Mucho. Me entra miedo, y todo el trabajo que estamos realizando para acabar con las causas de estos fenómenos, de estos conflictos (la emigración forzada, la exclusión masiva, la desigualdad ilimitada y el terrorismo) puede resultar estéril. El terrorismo surge del caldo de cultivo de la desesperación de la gente. Se fragua en el seno de una comunidad que se siente expulsada y excluida de una comunidad mundial. Si esta fuera inclusiva, si los países ricos le tendieran una mano a los pobres, si la economía, las relaciones comerciales en lugar de ser competitivas fueran colaborativas, entonces el terrorismo no tendría este caldo de cultivo. Y si países llamados democráticos no atacaran a países con menor poder militar. En última instancia, tiene que ver con un sistema económico no cooperativo, violento, explotador, basado en valores equivocados”.

-¿La economía del bien común curaría de raíz estos problemas?

“Desde luego, no causaría los síntomas del problema. Si nada cambia y tenemos mala suerte, en lugar de una economía del bien común, vamos a tener una guerra civil”.

-¿Una guerra civil?

“En la actualidad asistimos a una modalidad de guerra internacional, no exactamente una guerra mundial. Son guerras no solo en Irak, sino también en otros países. Hay, asimismo, un terrorismo internacional, que conduce a que Francia dicte un estado de alerta y suspenda los derechos fundamentales. Todavía no se puede hablar de una guerra civil en Francia, pero son fenómenos, todos ellos, que es posible que desemboquen en que un día un país europeo sufra una guerra civil. Si la política sigue así, si todo sigue igual, es posible que volvamos a tener una guerra civil dentro de la UE”.

-¿Sugiere que el capitalismo incuba el terrorismo, y la economía del bien común, la paz?

“Yo creo que el ataque contra Irak ha sido una causa determinante de los problemas que ahora estamos observando. En ninguno de los países de la UE que participaron en aquella guerra la población estaba a favor. Nuestra visión consiste en promover que el pueblo soberano redacte y vote constituciones en Europa y el propio Tratado Europeo, en la seguridad de que abogará por la obligación de la paz. Los pueblos deberían poder impedir que sus gobiernos les llevaran a la guerra. Debería estar prohibida, para empezar, la exportación de armas. En un proyecto común de paz, estaría igualmente prohibido que un país de la UE, so pena de expulsión, pudiera implicarse en una guerra sin la aprobación de la ONU, como fue el caso de Irak. Para hacer la guerra poco probable, solo Naciones Unidas debería tener la potestad de declararla. Habría que democratizar las Naciones Unidas y ampliar el Consejo de Seguridad a todos los países y mejorar los mecanismos de toma de decisiones”.

-¿Si el sistema crea el caldo de cultivo, qué responsabilidad tiene el terrorista?

“Toda persona que ejerza la violencia contra otra persona es culpable”.

-¿Por qué le interesó tanto la economía si no la estudió siquiera en la universidad?

“Al querer satisfacer mi curiosidad por todo lo que tiene que ver con el mundo entero, vi que lo gordo está en la economía. Y me involucré en ella para intentar resolver los grandes problemas que conducen al cambio climático, a la emigración forzada, al paro masivo, a los desahucios… A los 15 años hice un trabajo sobre la selva amazónica en todas sus vertientes: ecológica, cultural, política, económica, geográfica… Considerando el mosaico, encontré la causa principal en el sistema económico y financiero. Y me propuse buscar una solución, arreglar el problema”.

-¿Cómo decidió que el bien común era la clave de bóveda?

“De una manera intuitiva. Uno no puede pensar sin sentir y estar conectado con el Todo, con el Mundo. Yo siempre lo he estado. Me crie en el campo, en medio de un paisaje como el de aquí. Estaba claro. Se trata de ser felices, tener buenas relaciones, una naturaleza saludable, alimentos, satisfacer las necesidades. El dinero solo es un medio para todo lo que hace la vida agradable. Y esto es el Bien Común. La economía no es un fin en sí misma, sino una herramienta y debe contribuir a que consigamos el fin de la convivencia, que es el bien común”.

-Es un bien constitucional.

“Efectivamente, no hay ninguna Constitución de un país democrático que nos dé otro objetivo para la economía que no sea el bien común. Y aquellas que nos cuentan algo sobre el dinero (cuya acumulación está aceptada generalmente como algo prioritario, como el fin) lo plantean, en cambio, como un medio. Así que comprobé que había una congruencia perfecta entre mi intuición y las Constituciones democráticas”.

FOTOS: SERGIO MÉNDEZ
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-Pero el capitalismo no lo ve así.

“Aristóteles hablaba de dos maneras de practicar la economía: en el concepto más sano, el dinero era un medio para alcanzar el fin, que es el bien común, ‘la buena vida’, decía él. Si se invertía esa relación, el sabio filósofo lo consideraba algo antinatural, lo llamaba crematística, o sea, capitalismo”.

-¿Si su alternativa no es capitalista ni comunista, qué es?

“Es una propuesta de economía de mercado plenamente ética, en el sentido de que se promueven los valores constitucionales. Es una economía verdaderamente liberal, en el sentido de que todos deben gozar de los mismos derechos, libertades y oportunidades. Y es una economía de mercado redimensionada, porque ya no vamos a trabajar tantas horas en los oficios remunerados, no vamos a consumir tanto, ni vamos a producir tanto como hoy, con el fin de tener más tiempos para nuestros seres queridos y para nosotros mismos, para gozar de la vida y vivir dentro de los límites ecológicos del planeta”.

-¿En su nirvana económico, cuántos días a la semana deberíamos trabajar?

“Según encuestas, la tendencia apunta a unas 30, incluso 20 horas de modo regular. Esa es una constante antropológica: en otras civilizaciones se trabajaba menos que hoy. Hoy la jornada laboral es un exceso, y por eso no tenemos tiempo para los hijos, para los amigos, para los vecinos, para los necesitados y para nosotros mismos. Esa, como todas las demás cuestiones, deberá decidirse democráticamente.Cuanto más trabajamos, somos más pobres de tiempo y eso conduce a la pobreza interna. No hay espacio para desarrollarnos internamente. Así que la reducción de la jornada laboral media es una condición imprescindible para hacernos más humanos”.

-Me llama la atención que usted propone no solo un salario mínimo, sino también otro máximo. ¿Tiene clara la diferencia?

“Todos los estudios de todas las disciplinas científicas abogan, primero, por obtener la más alta calidad de vida, y, segundo, por una mayor productividad y eficiencia. Y ambas cosas se consigue si limitamos la desigualdad. Un extremo sería: igualdad total, todos ganan lo mismo, no importa qué hagan, ni con qué esfuerzo ni responsabilidad. En ninguna parte del mundo la gente vota a favor de esa postura. Lo mismo pasa con el otro extremo: una desigualdad ilimitada, como la actual. Por eso hemos diseñado un juego: los participantes proponen la relación entre un salario mínimo y un salario máximo. La mayoría es partidaria deque la diferencia sea de factor 10 (diez veces el salario mínimo). Jamás gana el factor 1.000, que se da en Austria, ni muchos menos el factor 6.000 de Alemania, o el factor 360.000 (veces los ingresos mínimos) de Estados Unidos”.

-¿Proponer restringir la riqueza es juiciosamente posible?

“Es un enfoque liberal. El pensamiento liberal siempre ha dicho de forma unánime, no controvertida, que para salvaguardar las mismas libertades para todos tenemos que restringirlas. Y por eso yo no puedo correr a la velocidad que quiera aunque sea un piloto formidable, o tocar físicamente a otra persona ni hacer el amor con ella sin su consentimiento, como no puedo construir mi casa donde me dé la gana. Por todas partes hay restricciones de nuestras libertades. El único ámbito significativo donde no hemos decidido limitarnos es en la desigualdad. A pesar de que esta es una cuestión absolutamente fundamental para la felicidad y la democracia. Está demostrado que ningún ser humano es más feliz si pasa de millonario a milmillonario”.

-¿Cuál sería el techo patrimonial en la óptica de la economía del bien común?

“Si me lo pregunta a mí personalmente (pues ha de ser objeto de la opinión del pueblo soberano), propondría 10 millones de euros como la propiedad privada máxima, porque con ese dinero puedes comprarte una casa bonita y permitirte diversos lujos, pero no influir decisivamente en política y en los procesos de decisión democrática”.

-¿Para de ese modo acotar la plutocracia de los Berlusconi y Donald Trump?

“Todos los países tienen su milmillonario que quiere hacer las veces de jefe del país, de Berlusconi a Donald Trump. En Austria tenemos a Frank Stronach, que, sin presentarse siquiera a las elecciones, ofreció en 2012 a los diputados del Parlamento austriaco cien mil euros si cambiaban el partido para el que fueron votados (una infracción a la democracia directa) y se iban al suyo, que aún no se había presentado a ninguna elección. Y formó un grupo parlamentario con tránsfugas, lo que representa un poder enorme. El Parlamento austriaco se ha convertido en una mercancía negociable, y esto es el final de la democracia y de un país libre. Es una razón de peso para proponer límites a la propiedad privada”.

-¿Qué lección nos procura el caso Trump?

“Con el debido respeto, toda persona debe gozar del mismo derecho de presentarse a las elecciones a la presidencia de su país, pero estoy seguro de que si Mr. Trump solo tuviera el recurso de su intelecto nadie le haría caso. Solo es el dinero el que le permite jugar un papel significativo en la vida pública de Estados Unidos. Ya hay estudios de universidades norteamericanas que sostienen que el país formalmente es una democracia, pero de hecho es una oligarquía”.

-Usted también desaprueba el PIB y aconseja el Producto del Bien Común. ¿Qué cuestiones calcula?

“Los valores constitucionales: justicia, desigualdad limitada, salarios dimensionados, horario laboral decente, sostenibilidad, democracia indirecta,directa y soberana, dignidad, libertad… El pueblo soberano, desde el ámbito municipal,debe decidir a dónde queremos ir. El PIB monetario no es capaz de garantizar ningún valor constitucional. De ahí que es el mayor error que podemos cometer. Según una encuesta del Ministerio de Medio Ambiente del actual Gobierno alemán, menos de la quinta parte de la población apoya el PIB como la guía máxima de la política económica y social,y dos terceras partes desean reemplazarlo por un indicador más amplio en el sentido señalado, que mida la calidad de vida. El PIB no nos dice si hay una guerra en ese país, si es una democracia o una dictadura. Es un dato engañoso”.

-¿Por qué nos regimos, entonces, por un canon estándar que no sirve? ¿Somos tan estúpidos?

“Porque, históricamente, las actividades económicas que servían para darnos de comer, abrigarnos o construirnos una vivienda, o sea la economía real, se iban monetizando a medida que se introducía el dinero como medio de cambio o de pago. Eran las actividades más fáciles de registrar. Y gracias al registro más asequible de las transacciones de pago y no de los consumos, se fue creando una falsa idea de la actividad económica. Se produjo esa especie de confusión. Hay muchas satisfacciones de necesidades que no se reflejan en las transacciones monetarias, y muchas de estas comprenden destrucciones masivas, como sucede con la producción de armas. No existe una relación fiable entre el crecimiento del PIB y la calidad de los valores constitucionales de un país. Para un no economista es fácil de ver; solo a un economista, anclado en determinados hábitos, le cuesta entenderlo”.

-En Bután miden la felicidad.

“Porque no son capitalistas. Ya hemos establecido contacto con el Parlamento de Bután, para un intercambio: nosotros hacemos publicidad de su índice de Felicidad Nacional Bruta y, a cambio, ellos aplican nuestra herramienta en las empresas, el Balance del Bien Común”.

-¿La Felicidad Nacional Bruta y el Producto del Bien Común son indicadores gemelos?

“La idea es la misma; los valores que los integran pueden diferir algo, pero sabemos por estudios de psicología de la felicidad y en el ámbito antropológico, que los objetivos fundamentales de las sociedades son prácticamente idénticos en todo el mundo por el simple hecho de que todos formamos parte de la misma especie. Por eso, la Calidad de Vida es un concepto de alcance universal, salvo detalles puntuales”.

-Cuestiona el afán de lucro del capitalismo. ¿Qué piensa hacer con la codicia y la envidia?

“Cambiar las reglas para combatir esos valores negativos, que, justamente por estar recompensados, proliferan. Una empresa que despide a 1.000 trabajadores a pesar de tener recursos suficientes, obtendrá más beneficios, y se vuelve lógico privar a mil personas de su existencia dentro del sistema laboral. El canibalismo está prohibido entre personas, pero conduce al éxito empresarial. Una persona caníbal va a la cárcel, una empresa caníbal va a la portada de una revista económica. ¿Quién quiere ser un buitre? Nadie. ¿Por qué existen los fondos buitres (que compran deuda pública al borde de la quiebra)? Porque son legales y más exitosos que el fondo no buitre. Este se conforma con una cuota de insolvencia del 50%. El buitre dice, ‘no, no, yo quiero el cien por cien y me importa un bledo que te mueras o sobrevivas’. Las reglas del juego no favorecen al fondo solidario, sino ofrecen un incentivo al fondo buitre. Hay que cambiarlas”.

-En su modelo, los productos del bien común se designan con un color. ¿Ese semáforo ético se traduce en más o menos impuestos?

“Hay una serie de incentivos que ya existen: impuestos, aranceles diferenciados, condiciones crediticias distintas, prioridad en la compra pública y en proyectos de investigación científica, etcétera. Nuestro balance del bien común (en lugar del balance financiero) contempla todos los valores éticos, sociales, ecologistas de la empresa; si se suman todos los puntos puede obtener un máximo de mil,tanto positivo como negativo, y un color distintivo del semáforo: rojo, amarillo o verde. Nuestra propuesta establece el rojo para la empresa de peor resultado, el amarillo para la intermedia y el verde para la óptima. Hoy los productos verdes, los más éticos, son los más caros. Esa es la perversión. Deberían ser más económicos que los rojos. En consecuencia, deberían corregirse los impuestos, para premiar a los más éticos. El criterio, para juzgar a la empresa, es el paro cero, la exclusión social cero, una desigualdad entre hombres y mujeres cero, una desigualdad máxima deseada y un consumo medioambiental dentro de los límites ecológicos del planeta. En ese caso, el balance ético es óptimo y merece el máximo de compensación fiscal”.

-¿Qué le ha parecido la Cumbre de Clima en París?

“A falta de estudiarla en detalle, me parece positivo que haya habido un acuerdo, pero, aparentemente, pobre el contenido”.

-¿Su movimiento derivará en un partido político?

“No, eso lo excluimos. Nosotros somos apartidarios, y colaboramos con más de una docena de partidos de un amplio espectro ideológico. Es como los derechos humanos. No conozco ningún partido importante que esté en contra de ellos, y lo mismo queremos conseguir con la Economía del Bien Común. En una siguiente fase, el esfuerzo no es convertirnos en un partido político, sino trabajar por conseguir democracia directa y soberana para poder elegir y destituir un gobierno; impedir que el Parlamento apruebe determinadas leyes, como el rescate de bancos privados con dinero público; votar el resultado de negociaciones internacionales, o planear una ley que limite la desigualdad.Son los derechos soberanos y el más importante es la redacción de la Constitución. Será solo cuestión de tiempo que el pueblo soberano se reconozca a sí mismo esos derechos. Nosotros ya estamos proponiendo un listado, para su debate. Hay precedentes en la institución de la monarquía. Eran los derechos del rey y de la reina: podían expropiar y adjudicar terrenos, emitir moneda y decidir sobre la guerra y la paz”.

FOTOS: SERGIO MÉNDEZ
FOTOS: SERGIO MÉNDEZ

-¿Qué sistema político prefiere: república o monarquía?

“La república, por supuesto. Yo acabaría con todas las monarquías de España, Bélgica, Suecia, y Luxemburgo, una vergüenza, por favor, lo del gran duque”.

-¿Los partidos siguen siendo válidos?

“En una gran democracia real y soberana creo que es mejor superarlos, porque han generado una dinámica de confrontación entre bloques que obstaculiza una política eficiente. Estoy investigando sobre alternativas, pero admito que aún no lo tengo resuelto. He encontrado un primer modelo, que me parece interesante, y que consiste en votar a cuatro parlamentos, compuestos por ciudadanos individuales y no por partidos políticos: el Parlamento económico, el Parlamento social, el Parlamento ecológico y el Parlamento constitucional. Tengo claro que la democracia directa y la indirecta tienen que complementarse; en mi mundo siempre habrá un poder legislativo”.

-¿La dignidad es el principal derecho del ser humano?

“Es el más alto valor individual. Y a nivel colectivo, es el Bien Común. Uno y otro se corresponden”.

-¿Cuál es la implantación actual de su movimiento?

“Unas 2.000 empresas están adheridas, trescientas ya aplican el balance del bien común. Hay cinco asociaciones en España, una de ellas en Canarias (además de la federal, la catalana, la valenciana y la vasca). Una docena de municipios españoles colaboran con nosotros, y tres ya son municipios del bien común en Castilla y León, País Vasco y Extremadura. Dos grupos locales (campos de energía) funcionan en Tenerife y Gran Canaria. En Tenerife, el Cabildo parece interesado, y un día Canarias podría convertirse en una Comunidad del Bien Común. En Italia, cuatro municipios han creado una primera región del bien común, donde ya celebran referendos. El Parlamento regional italiano apoya a empresas con un buen balance del bien común.Estamos presentes, sobre todo, en Austria, Alemania, Suiza, Italia y España. Pero ahora hay una fuerte movida en Inglaterra, Holanda, Suecia, Finlandia, Noruega, etc. He ido dos veces al Parlamento Europeo y nuestro mayor éxito político acaba de producirse con la aprobación en el Comité Económico y Social Europeo de un dictamen de diez páginas sobre la Economía del Bien Común: un 86%votó a favor de la inclusión de nuestro modelo en el marco legal de la UE. Contamos con el primer banco ético de Austria, el Projekt Bank für Germeinwohl (Proyecto banco para el Bien Común), que realiza las actividades clásicas, de ahorro, créditos y transferencia de pagos, pero no especula ni distribuye beneficios, invita a la renuncia de intereses y evalúa los proyectos según sus efectos éticos”.

-¿Con los pies en la tierra, su proyecto de sociedad es viable en la aldea global?

“Es un modelo completo y al mismo tiempo abierto, hacia un orden económico justo y sostenible. Este proceso es universal, se puede aplicar en todo el mundo. Los resultados no tienen que ser los mismos. Es un proceso de abajo arriba que empieza con las unidades menores de la sociedad: individuos, empresas, municipios, institutos y universidades, que existen en cada región o país”.

-Su desafío al capitalismo asombra. ¿Ha medido sus fuerzas?

“La economía del bien común quiere claramente superar el capitalismo, donde el crecimiento del capital es el objetivo supremo. Sin embargo, como trabaja con los mismos actores que, dentro del capitalismo, persiguen ese fin equivocado -empresas, bancos, bolsas y otras organizaciones e instituciones-, se trata de impulsar su transformación en una metamorfosis ética”.

-¿A qué se debió, a su juicio, la crisis económica?

“Precisamente, al error del sistema: los actores económicos persigan el lucro financiero como objetivo supremo en vez del bien común. Es lo que han hecho la banca, los bancos de inversión y los fondos de alto riesgo”.

-¿Le ha sorprendido el éxito de la economía del bien común?

“Al principio, no, porque entendí que esto es algo con mucho poder, que invoca los valores que teníamos: los trae al recuerdo. Nos dice que podemos creer que estos valores pueden convertirse en las estrellas guía de la economía, y no tenemos que seguir reprimiéndonos, permitiéndonos vivirlos, porque haya no sé cuántos economistas que digan que el mundo no funciona así. Es una idea sencilla y poderosa. Claro, el hecho de que fuera a tener tal respuesta inmediata en empresas, municipios y cabildos, eso sí que no me lo esperaba”.

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La “mano invisible” de Adam Smith

“No siempre tengo tiempo, pero cada día hay momentos en los que disfruto de no hacer nada”. En el pequeño pueblo de 2.000 habitantes, Mattsee, cerca de Salzburgo, Christian Felber creció en un ambiente rural, “feliz en medio de la naturaleza” y nació el ecologista que lleva dentro. “El objetivo no es crecer cada vez más, sino reducir la huella ecológica”. Antes que ningún otro libro, publicó un poemario, pero enseguida devino activista del bien común, una especie de profeta de una economía espiritual y ética que ha revolucionado el patio de Europa, en medio de la crisis, mientras la Puerta del Sol de Madrid y la Plaza de la Bastilla de París eran ocupadas en 2011 por jóvenes que habían leído el opúsculo de Stéphane Hessel, ¡Indignáos! Felber escribió otro libro, La Economía del Bien Común, que remueve los cimientos del capitalismo y pone en jaque los desatinos neoliberales que quedaron al descubierto en esos años. Sostiene que su modelo subsana el vacío de Adam Smith cuando el padre de la economía delega en “la mano invisible” del sistema la labor de corregir las contradicciones internas del mercado en la libre competencia. “La mano de Dios es la economía del bien común”. Antes de crear su movimiento, hace un lustro, había militado en Attac, la asociación que propugnaba una tasa Tobin a las transacciones financieras internacionales. Este visionario capaz de diseñar un mundo confortable en mitad de una crisis devastadora no pierde la calma y tiene una manera fácil de explicarse en las conferencias, en las que sonríe a menudo e ironiza entre dientes como el niño ruin del sistema. De pronto, en medio de la charla, rodea el estrado y, delante del público, permanece un minuto boca abajo con las manos en el suelo haciendo el pino, “para que no se olviden de esta lección”. Hacer danza contemporánea y estar físicamente en forma le permiten la pirueta de la perversión del sistema, que pone patas arriba el orden natural: sacraliza el dinero y relega el bien común, la buena vida.

A los 17 años salió del pueblo y se mudó a Viena en busca de “horizontes más amplios”; con 19 voló a México, donde trabajó de recepcionista en un hotel, y después pasó dos años en España, donde perfeccionó el idioma de Cervantes buscando hablarlo con fluidez nativa. Quizá por deformación profesional, a este filólogo le gusta aclarar los conceptos económicos con ayuda de la etimología y ya ven que, en ocasiones, se vale también de la danza con el mismo fin. Ahora compone una pieza de doce minutos, Baile para el Bien Común, que estrenará el día del quinto cumpleaños de su iniciativa, el 13 de febrero, en el Volkstheater Wien de Viena. Ninguno de sus dos hermanos (uno músico y el otro docente) es economista. Pero resulta que él tampoco lo es, en contra de las apariencias. Realmente, Felber es un todólogo, que, como Stephen Hawking en la física, aspira a la teoría del todo, alguien que quería estudiar ciencias universales (“el alma del mundo”, en la vieja idea de Goethe, el más totalista de todos) y no encontró una universidad que impartiera una disciplina holística de esa envergadura. Por tal motivo se multiplicó entre la filología románica, las ciencias políticas, la psicología y la sociología, y finalmente desembocó en la economía, que es la madre de todas las batallas, de cuya facultad de la Universidad de Viena es profesor asociado. Un ilustrado que compara Tenerife con su pueblo natal y considera un don haber nacido en el campo para imaginar ideas tan simples y geniales como la economía del bien común.

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