sin pelos en la tecla

Distopía deshonesta – Por Cecilio Urgoiti

Emilio Lledó, contestando a una pregunta después de que le fuera entregado el premio Princesa de Asturias de la Comunicación 2015, llegó a afirmar que: “Nos gobiernan indecentes con poder”. Esa condición es totalmente opuesta al pensamiento de Rosa de Luxemburgo y si no fuese cierta tal afirmación, viviríamos en una auténtica distopía, pues la señora Luxemburgo concebía en su pensamiento la sociedad de manera totalmente diferente a lo que hoy se vislumbra. “Seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y socialmente libres”. El camino que esta tomando la socialdemocracia en estos tiempos, no es el válido antagonista del capital, con lo que el neoliberalismo no pierde su popularidad, incluso en la mermada clase media, eso sí, se están aglutinando las sociedades en torno a ese nuevo paradigma que podríamos llamarlo democracia participativa, surgida tras el 15M. Distopía es el término opuesto a utopía. Como tal, distingue un tipo de mundo imaginario, recreado en la literatura o el cine, que se considera indeseable, pero en los ámbitos políticos esta abriendo una brecha, en la que se entreve una constante falacia, sirviendo de hilo argumental y base del sostén de los gobernantes y hasta actuando de válvula de escape a la mayor. Actuando como burladero de la corrupción. La distopía bosqueja un ideario, donde las consecuencias de las soflamas ideológicas son llevadas a sus efectos más extremos, con lo que son, fáciles de adaptar a este neoliberalismo donde el objetivo es, subyugar a una sociedad que aspiraba a un “estado de bienestar” potenciado en la propia guerra fría, “exigencia” esta planteada por una socialdemocracia colaboracionista tras la II Guerra Mundial.

Indagado en la actual realidad, con la sana intención, de predecir y por tanto, afianzar cómo axiomático el neoliberalismo, podrían derivar en un sistema injusto y cruel. Por ejemplo: una nación con una legislación con la actual Ley Mordaza, podría derivar en un régimen totalitario, que reprime al individuo y escinde sus libertades, en función de un supuesto bienestar general, que solo es fruto de un embustero discurso. Las distopía nos sugiere sobre los riesgos permisibles que provocan las corrientes políticas, prácticas sociales y conductas sociológicas, sobre los cuales se forman nuestras sociedades actuales en base a la dependencia tecnológica, las trasnacionales, económicas e incluso, si se me permite, puntos de consumo entre muchas más asuntos vivenciales de la vida en sociedad. Si no nos plantamos ante la actual realidad y somos capaces de entender que el socialismo está en sus peores horas y que como tal es un sistema político que no tiende a eternizarse, mas bien su objetivo es eclipsarse, no seremos capaces de entender que el oficialismo socialista y por ende el comunismo ya no son una opción de futuro. Ahora bien, esto no hay que contemplarlo como tragedia, salvo para los que lo han utilizado como una profesión, a ellos nunca les interesara que tal cosa ocurra. Nosotros nos vemos en la obligación de crear un nuevo paradigma, con fundamento de Estado. Hay que desarrollar los impulsos necesarios, aunar las fuerzas, trabajar en las claves de la organización de clase, en las claves de la democracia popular, es decir, participativa e inclusiva. Las clases sociales, por consiguiente, los trabajadores asumiremos y redactaremos un nuevo formato constitucional, muy representativo y más democratizador. Tendremos que cimentar una proclama que nos sitúe en este nuevo tiempo histórico que estamos viviendo. Un trabajo que cuanto antes lo hagamos antes saldremos de este atolladero y antes se descolgaran los actuales arribistas socialdemócratas, acomodados en sus escaños remunerados. Un recordatorio al que se oculta, no hay nada que perder, solo nuestras cadenas.