después del paréntesis

En la calle

Es difícil arrogarse más descaro que para la ocasión. Y es que en este país las cuestiones de decencia pintan verdes. Porque puede usted confirmar, incluso los comentaristas más o menos serios se hacen eco de ello, que un gran líder mundial como Barack Obama puede hacer un chiste o un comentario jocoso para la ocasión ante los periodistas. Todos ríen, incluso los republicanos. Lo que será difícil de ver es al presidente Barack Obama en un desfile de Women’secret mostrando la ropa interior de su mujer porque apremian las elecciones. A estos poco les falta, con lo difícil que es elegir las negras, las blancas o las de colores.
Quiero decir que lo que se ha desatado en los últimos tiempos por estas fronteras es digno de antología del disparate, como aquella entrada famosa que apuntó: “¿parejas famosas?”; respuesta: “Ortega y Gasset”. Y es que, mire usted por donde, de buenas a primeras todos simpáticos, todos al alcance de los pies. Así es que don Mariano Rajoy movió el ramo, envió a su vicepresidenta a bailar a un programa famoso que se llama El Hormiguero y él se deja decir que también es bailador. Vistos los éxitos, pues, todos al trapo: el mentado don Mariano comentarista de fútbol, el señor López jugador de pimpón, etc., etc. Y uno se dice “qué bien, qué bien, qué bien”, si siempre sucediera así, no por la gracia divina. Y uno recuerda que (ya que hablamos de EE.UU. o de Alemania o de la Gran Bretaña) el dicho don Mariano sufre de urticaria con eso de la prensa; que no solo abandona el Congreso por la puerta de los garajes sino que se atreve a redactar las preguntas de los periodistas o no admitir preguntas. Ninguno de estos casos, repito, sería presumible en los tres países mentados y de democracias consistentes. Sería un desprecio a los medios de comunicación que ni se toleraría ni se perdonaría. Se prueba que al mínimo problema, Obama, Cameron o Merkel se apostan junto al atril correspondiente en menos de una hora y dan la cara. Pero aquí no ocurre, y eso que tratamos con políticos tan campechanos ¿Cómo la conversión? Se sabe: conveniencia y utilidad, que es lo que saben hacer. Se sabe, digo, y el saber es lo que desdora la píldora.

De manera que el presidente en cuestión tiene tiempo según y para qué. Por ejemplo, tiene tiempo para tres horas en la radio con el fútbol y no tiene tiempo para discutir a cuatro. La reacción del PP a las críticas del día siguiente fueron sublimes: acaso El País sea machista por no aceptar a la vicepresidenta como sustituta… ¡Cabal, lindo y cabal!

Así pues, cualesquiera de esos programas basura de la TV española sirve (por ser cercanos); los políticos en cuestión han de acercarse a la calle y por eso van allí como estrellas, ¡pobre Belén Esteban, puede quedarse sin trabajo! Lo que ocurre es que eso, en puridad, es un craso error. Es posible que los susodichos deban reproducir posturas no regresivas; lo que jamás deben hacer es perder la distancia, la íntima, la social o la administrativa. Tal actitud delimita un disparate tan sublime como el que Borges contestó respecto a los llamados Sencillistas de su época, esos que defendían poesía de la calle y para la calle. Borges dijo: “imbéciles; poesía es poesía”. Aquí igual: política es política. De lo cual se deduce (y por las actitudes vistas lo confirmamos) que en este país llamado España, políticos sí hay, muchos; lo que falta es la política.