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Falca – Por Luis Espinosa García

Qué hacer en aquel villorrio durante las próximas horas? Pensando, pensando, decidí comentar a mis compañeros de viaje en la averiada guagua, que me iría dando un paseo carretera adelante hasta que ellos me alcanzasen. Asintieron en silencio y, mientras ellos buscaban también dónde entretenerse, les dejé. Mirando el cielo, con densas nubes negras que parecían dispuestas a dejar aludes de agua por aquellos predios y casi sin dar siquiera los primeros pasos, decidí cambiar de opinión y me dirigí hacia un grupo de hombres que, silenciosos, contemplaban el paisaje sentados en un poyo de cemento. ¿Alguien me podría conseguir un taxi para ir a Falca? Sin dirigirme siquiera la palabra, un hombrón larguirucho, mal afeitado y con cara de malhumor crónico en sus vísceras más recónditas, señaló un destartalado vehículo aparcado a unos metros más allá, al tiempo que se dirigía hacia él. Entendí la simbología de sus gestos y, caminando detrás de él, me di cuenta de que cojeaba de la pierna izquierda. La atmósfera pintaba tormenta pero, pensé, ya dentro del automóvil, antes de una hora estaré en Falca y podré darme el deseado paseo por su bello bosque de antiguos cedros. Sí, pero no. Apenas un kilómetro más allá, paró el coche y se apeó mi chofer delante de la única casita que se veía en aquella zona. Y se trajo a un amigo, primo o compañero de trabajo, vaya usted a saber, pues en aquella minúscula isla seguro que todos eran familiares dada la endogamia existente.

¿Un kilómetro más? ¿Tal vez dos? Y nueva parada en medio de una discusión que terminó con el conductor echando a su amigo, familiar o compañero de trabajo del coche, de mala manera, ya que aterrizó violentamente en la cuneta mal empedrada de la carretera. Comenzó a llover, pero no me atreví a preguntar lo que podría pasarle a aquel hombre tirado en medio de la nada más absoluta. Quería llegar de una vez a Falca, quería desaparecer en la selva de viejos árboles, quería que aquel paseo terminase de una vez. Y se acabó el paseo. Me desperté durmiendo en mi cama con mi esposa al lado, oyendo las voces de los nietos jugando y riendo en la habitación de los invitados. Llovía (eso sí era verdad) y el día era gris y desapacible. Durante un buen rato permanecí acostado mientras mis sinapsis cerebrales se conectaban y la razón, o lo poco que me quedaba de ella, se instalaba en mi cerebro. Amanecía y la luz penetraba muy adentro en mis receptores de la sensibilidad. Todo había sido un sueño. Pero que real… En mi mente aún tenía el panorama de un bosque de cedros fantástico. En mis pupilas perduraba la imagen de un personaje muy alto y mal encarado, y encima cojo, pero lo más que me molestó fue no saber dónde situaba yo mi sueño pues, de saberlo, un día podría intentar ir a conocerlo y recorrerlo a pie, en taxi no , eso seguro. ¿Alguien, por favor, me podría decir por dónde cae Falca?
*MÉDICO Y MONTAÑERO