soliloquio

Líbrese del ‘malquistismo’

Ya en el Pentateuco se citaba esta perversa práctica que, como la calumnia, sobrevuela nuestras vidas. Malquistar viene de malquisto -mirado con malos ojos por alguien-, este a su vez del participio irregular de malquerer -tener mala voluntad a alguien o a algo-, compuesto por los términos mal y quisto -querido-. Como no puede ser de otra forma atendiendo a su etimología, malquistar es cizañar, enemistar, indisponer, desunir, encismar, crear disensión oponiendo y contrariando a alguien con otra u otras personas.

Sus practicantes disfrutan hablando más de la cuenta desde la inconsciencia del daño que causan sin motivo ni razón; duda, enemistad, desconfianza y otros. Se parecen a esas personas que se autoafirman diciendo que “lo tienen todo claro”. Una conducta descrita en el Antiguo Testamento, en las Tablas de la Ley, en la Torá de los hebreos que también se refiere al Pentateuco, varias descripciones de esta miseria humana.

Mi gente me enseñó a separarme de cuantos necesitaban desprestigiar y desvencijar a otros con la pobre finalidad de sentirse alguien o algo más que otro por la puerta de atrás. Los expertos en malmetismo viven en el que si esto que si lo otro, son esos personajes que te vienen diciendo aquello de ¿si supieras lo que dice de ti, lo que piensa de ti? Y otras parecidas formas de interposición entre personas, espacio en el que insidia y disfruta el malmetedor.

Junto a los anteriores actúan los correveidiles, personas que viven del traslado de cuentos, habladurías y chismes de toda condición. Una condición más literaria es la del alcahuete, figura que concierta relaciones amorosas. En la calle San Martín vivía la Corrigüela, una señora mayor que regentaba una venta a la que se accedía bajando unos enormes escalones, con el tiempo escuché que era una alcahueta de lujo que controlaba un viejo negocio -dicen que el más antiguo- tratando citas a precios asequibles. No sé si es cierto, pero podría serlo, de no serlo, un bulo más Fernando Díaz-Plaja lo clavó en un gran artículo que rezaba: “Palabra antigua, pero, ¡qué expresiva! ¡Cuántas veces se habrá repetido la acción en este país para que una frase se convierta en el nombre de una profesión! Corre-ve-y-dile, tres órdenes de velocidad, dirección y comunicación se han reunido para formar el oficio de quien se desplaza a menudo ¿para comunicar una batalla ganada?, ¿el nacimiento de un niño? No. En general, el correveidile existe sólo para trasladar algo mucho más frívolo: el rumor, el chisme, la acusación”. ¡Líbrese!