tribuna villera

¿Los nacionalistas podemos ser ciudadanos, conservadores o socialistas?

Esa es la pregunta que está de moda en estas elecciones generales del 20D. Una abigarrada combinación de cuestiones ideológicas. Todas ellas con un denominador común, con una base jurídica clara: la Carta de la Constitución de 1978, que reconoce el derecho de los ciudadanos a participar en la vida pública a través de los partidos políticos en los que debe reinar o imperar el sistema democrático. Por eso entiendo el contenido del artículo escrito recientemente por el profesor Álvarez Junco cuando señala, entre otros aspectos, que la Constitución no fue un acto único, ni cuestión de un día sino un proceso largo. En mi opinión, de una generación que durante veinte años caminó por la senda de la predemocracia, entre 1960 y 1978, y de manera silenciosa desde la perspectiva política. Entre otras cosas porque al que hablaba o protestaba lo encerraban, lo arrestaban o lo marginaban como se refleja en las series televisivas tituladas Amor en tiempos revueltos o en Cuéntame cómo pasó. Eran los años posteriores a la muerte del estudiante en la calle madrileña de San Bernardo, o a las manifestaciones en la universidad de Madrid cuando los catedráticos de Derecho y Filosofía lideraban las protestas estudiantiles y los grises arremetían con caballos y cubas de agua en la ciudad universitaria, o en las glorietas de Quevedo y San Bernardo; eran los años en que se rompía el SEU o cuando aparecían los guerrilleros de Cristo Rey para pegarte por pensar de otra manera. Los que pudimos entrar a convivir como seres humanos civilizados en la España de los 70 no podemos olvidar tampoco el 23F de 1981 ni la protesta general de una semana después por el dichoso golpe de Estado que afectó la libertad y la democracia en España.

No digamos nada los que apostamos en clave nacionalista por participar en la res publica. Los conservadores nos consideraban como buenos muchachos, los socialistas nos miraban con cierto asombro e incluso nos apoyaron, pero los emergentes no habían salido a la luz pública en el siglo XXI. Ni Ciudadanos ni Podemos, aunque en el caso de estos últimos sí conocíamos sus antecedentes chavistas por lo revolucionarios que eran. ¿Pero por qué reemplazar la Constitución? Por lo que costó no vale la pena y si no lo entienden les preguntan a los jóvenes comunistas de antaño o a los socialistas o a los mismos nacionalistas. Supondría sacrificar otras generaciones. ¡Seamos serios, por favor!