cuestión de grises

Mi anarquía – Por Indra Kishinchand

Ayer solo me quedaba una habitación vacía y una vida en cajas; ahora la estancia ha pasado a estar ocupada por alguien que no soy y los paquetes han partido hacia un lugar que siempre será casa. El mismo día que embalé mis excusas me di cuenta de que mis viajes en tren se habían agotado. Yo era la única que no sabía que aquel día era la fecha de caducidad de una existencia que no se volvería a repetir y tuve que enfrentarme a ello con sorpresa y algo de desesperanza. Todos repetían que nos encontraríamos de nuevo y sí, puede que así fuera, pero ni el lugar ni las circunstancias serían las mismas, y, por supuesto, nosotros tampoco. Lo extraño de las despedidas no era decir adiós, sino qué hacer después con tanta duda.

En una de esas conversaciones que tuvo sabor a separación, alguien me confesó que la situación a la que nos enfrentábamos no era más que un cambio, y él se negaba a cambiar a peor. Decía Eduardo Galeano que “al fin y al cabo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”. Hoy, desde un aeropuerto y con el alma en el aire, he sentido la insoportable certeza de que ambos tenían razón y no he sido capaz de controlar la pena.

Desde la distancia es mucho más fácil decir la verdad. Así que, después de todo, esperaré a asentarme en cualquier otro lugar y permaneceré atenta hasta que vuelva la calma, reposen los miedos y reaparezcan las incertidumbres.