de puntillas

La muralla de Rajoy – Por Juan Carlos Acosta

El debate que quería Mariano Rajoy por fin se produjo. Salió al plató de la Academia de Televisión para confrontar su gestión y la de su gobierno solo con el líder de la oposición. Cosas de dos. Como debe ser, se habrá dicho antes de empezar. Pedro Sánchez, por su parte, salía a ganar, como cuando jugaba a baloncesto, pero sabiendo que cargaba al menos con dos más, Pablo Iglesias y Albert Rivera, en la contienda.

El socialista había medido sus posibilidades con sus asesores y era consciente de que la estrategia del presidente, avalada por las últimas encuestas, sería la del frontón. Al fin y al cabo, más de lo mismo. Solo que esta vez la imagen de plasma había descendido a la arena para mostrar a todo el país su proverbial parsimonia, una ocasión única que podría no volver a repetirse, de confirmarse los datos del CIS, hasta dentro de cuatro años. Así que Sánchez se amontonó desde el principio como un Mihura, con los pitones bien afilados, pateando el polvo y resoplando.

La primera embestida no tardó en llegar. En realidad fue siempre la misma hasta el final del combate: la corrupción y la mentira. Claro que es difícil ir más allá en un escenario virtual clonado de lo que se ha venido produciendo a lo largo de los últimos cuatro años con todas esas embarazosas tramas que afloraron sobre la mesa del Consejo de Ministros. Es complicado poner en un aprieto a alguien que ha incumplido sus promesas con luz y taquígrafos y se ha defendido apelando a la voracidad de una crisis que se ha comido por los pies la base social de esta España nuestra sin un pulgar que la indulte. Y encima gana los sondeos. Rajoy lo negó todo. Dijo que su verdad era capital. Y se parapetó tras su sonrisa de malecón frente la pequeña marejada azuzada por aquel principiante revoltoso, con cara de estudiante, que volvía una y otra vez a tensar la cuerda. Eso hasta el momento álgido y más abrupto de la tienta, cuando Sánchez le lanzó por fin su puñal: es usted un político indecente; le espetó a bocajarro. El presidente no respondió a la primera. Toreó, según su costumbre, y siguió rebozando sus faenas de sobra conocidas. Ustedes nos dejaron al borde de la quiebra y hemos tenido que tomar medidas duras que están dando los resultados que puede ver: somos el país que más crece en Europa, estamos creando empleo, etcétera.

El socialista, bien aleccionado, y con el peso a sus espaldas de los que no estaban, volvió a embestir, entre cuña y cuña con sus propuestas programáticas comprimidas, para seguir avanzando en formación ordenada contra la fortaleza. El presidente se revolvió por una vez, abandonó su tono paternalista y metió en un triángulo biselado a su oponente con un “es usted ruin, mezquino y deleznable”, que repitió tres o cuatro veces. Soy un político honrado y jamás he sido citado por ningún juzgado ni en ninguna causa. No se lo permito, dijo.

Y volvió a calmarse hasta el punto de que ni Bárcenas, ni Gurtel, ni Matas, ni nada volvería a sacarle de su plácido ejercicio de responsabilidad e iluminación con los ciudadanos. Se fue como vino, sobre el zoom de la victoria pírrica de su muralla.
Además, lo cierto es que en el duelo Rajoy-Sánchez lo de menos fueron las propuestas porque, como sabemos, casi nadie las cumple.