La aplastante victoria de la oposición en las elecciones legislativas del pasado domingo y el enroque del presidente de la república contra la nueva mayoría de la Asamblea Nacional y las aspiraciones con las que trabaja de cara a su próxima constitución, pone de manifiesto que el país va a estar sometido los próximos meses a una tensión todavía mayor a la que ha vivido estos últimos tiempos. Si Venezuela era una olla a presión, la temperatura va a elevarse todavía más si le hacemos caso a las soflamas lanzadas por el presidente Nicolás Maduro para poner en marcha una “contrarrevolución” o por el propio Diosdado Cabello, el gran derrotado de los comicios del 6 de diciembre. “Me niego rotundamente a rendirme, desde la trinchera que sea mi vida le pertenece integramente a la revolución bolivariana y a nuestro pueblo”. Este es uno de los mensajes que ha dejado el número dos del chavismo y todavía presidente de la Asamblea Nacional, que pasará a partir del próximo mes de enero a manos de la Mesa de la Unidad, en las redes sociales como respuesta a la derrota electoral. El lenguaje belicista aflora en la persona que ha dirigido hasta ahora la casa de la palabra, el Parlamento, sin dar ni tan siquiera una oportunidad al diálogo a quienes en breve tendrán formalmente la mayoría. No es extraño, Cabello ha dirigido la Cámara venezolana con mano dura, con el rodillo o el mazo (Con el mazo dando es el título del programa que tiene semanalmente en la televisión pública) de la mayoría oficialista, dejando en manos del presidente las facultades para gobernar por decreto mediante la ley habilitante. Un poder que está empleando Maduro para tomar decisiones y atar una serie de cuestiones, antes de perder esta facultad especial que le otorgó el Parlamento y expira a finales de este año, alguna de ellas de carácter socioeconómicas y otras simbólicas o de culto a la personalidad al líder de la autoproclamada revolución, Hugo Chávez. Así entregó la gestión del Cuartel de la Montaña, donde se encuentran enterrados los restos del comandante, a la Fundación Hugo Chávez, que preside su hija mayor, Rosa Virginia Chávez. El Gobierno no está acostumbrado a establecer un diálogo con el Parlamento y mucho menos todavía cuando esta cámara no está controlada por sus fuerzas políticas, tal y como ocurrirá en breve. Casi todos los analistas coinciden en denunciar que no se respeta en Venezuela una de las principales características de un sistema democrático, como es la separación de poderes. La configuración de la nueva Asamblea, al obtener la oposición más de dos tercios de los escaños, le otorga una serie de derechos, como la de designar a los magistrados del Tribunal Supremo, promover referéndums o promulgar leyes orgánicas. Ya Maduro ha dejado claro que va a impedir la primera medida que tenía previsto adoptar la Mesa de la Unidad: la liberación de los presos políticos, entre los que se encuentran una serie de líderes de las fuerzas de la oposición, como Leopoldo López. Aquí está la primera línea roja.
La primera línea roja en Venezuela publicado por David Sanz →