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El rastro

1. Para los que sufrimos un cierto síndrome de Diógenes, el rastro es una terapia. Por fin, el martes fui al rastro, pero no es lo mismo ir un martes que un domingo. Si no se publicitan los días extras de apertura, la gente no se entera. Bueno, total que me decidí a ir -los festivos me pongo vago- y vi algunas cosas curiosas. Lo malo de estos mercadillos son las imitaciones modernas de cosas antiguas; hay que tener mucho cuidado. No es que haya visto nada del otro mundo, pero me compré una Olivetti portátil de los sesenta/setenta (cinco euros), que tengo que llevarle a mi amigo Juan Francisco para que le eche un vistazo. Dos cuadritos franceses alusivos a la Belle Époque (un euro cada uno) y el libro de Torcuato Luca de Tena Edad prohibida, en una edición de los setenta, que le compré a un moro. Un euro. Me pasaba lo mismo en el rastro de Madrid, cuando iba; se ha imitado tanto que tienes que andar con pies de plomo. Se me escapó un baúl, posiblemente moderno, pequeño y con incrustaciones heráldicas, que se levantó en un plis/plas una pareja joven por cuatro perras.

2. Me parece entretenido el rastro, pero también es bueno conocerse los trucos. Es menester ir temprano, echar un vistazo y volver más tarde, cuando bajan los precios. El comerciante, a última hora, quiere soltar lastre y va reduciendo sus aspiraciones. Es este el momento de comprar. Yo conozco un tipo de Madrid que hizo mucho dinero vendiendo adaptadores de enchufes. Como han variado las clavijas, por seguridad, no entran en los enchufes antiguos y hay que colocarles el suplemento que ya no venden en las ferreterías porque no están homologados. Pues se consiguen en los rastros y se los llevan por docenas. Yo mismo he comprado varios.

3. Pasé un rato agradable, saludé a algunos amigos y tomé taxis para ir y venir. Allí no se puede aparcar. Algunas asociaciones del rastro se quejan de que el Ayuntamiento no les hace caso, de que Damasito los machaca. Es gente buena, que lo que quiere es ganarse la vida. Mucho extranjero visitando el rastro, comprando flores y sombreros; es curioso. Había un tipo calvo que se llevó media docena. Y eso.
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