POLÍTICA

Susana Díaz, Pedro Sánchez y el número 5

En tan solo una semana se han precipitado los acontecimientos. El tiempo corre en contra de Rajoy, sin margen para cerrar gobierno, y de Pedro Sánchez, sin margen para cerrar el partido. A Susana Díaz -tras las elecciones del 20D-, la retranca de Sánchez y el discurso navideño del rey Felipe VI demandando gestos de Estado de los partidos bajo el apremio de Cataluña, le han decidido a asestar un golpe de mano, que le sitúa en el centro de la escena. La reunión informal de Sánchez, anoche en Ferraz, corresponde al guion de una huida hacia adelante. Sanchistas y susanistas libran una batalla interna por el poder orgánico del partido. La izquierda siempre antepuso las luchas de a bordo a las de gobierno.

¿Susana Díaz es la solución? En Twitter ya campan los hashtags #YoConPedro y #YoConSusana abiertamente. Desde que Pedro Sánchez dio un portazo a Rajoy el miércoles, la presidenta andaluza descolgó el teléfono y recabó apoyos para quitar al secretario general. También llamó a Canarias. Lo acusa de falta de autocrítica tras el mal resultado el 20D y de querer blindarse aplazando el Congreso Federal del partido previsto para febrero. La secundan los restantes presidentes autonómicos socialistas (Castilla-La Mancha, Extremadura, Asturias, Aragón), que amasan el grueso del poder orgánico del partido. Sánchez tiene a su favor haber ganado unas primarias y estar más dispuesto que su adversaria a pasar de nuevo por el test de la militancia. Pero si lleva la pelea al cuerpo a cuerpo, sería una guerra abierta en un partido en llamas. Nunca el PSOE estuvo en peores condiciones para pruebas de fuego de ese tipo, con menos votos que nunca y los jirones de la zarpas de Podemos.

Un Sánchez turbado y tenso, con mirada perdida en las fotos, facilita la irrupción de la dama del sur sobre este tablero trabado. En el comité federal socialista de hoy lunes -250 voces con autoridad para fijar la estrategia de pactos y adoptar medidas de emergencia- se hablará del PSOE y de España, en cuya bandera se envolvió Sánchez en su día para competir con el PP antes de girar a la izquierda para frenar a Podemos.

Sánchez, a poco que se obstine, va camino de repetir el destino de Hernández Mancha, que ganó en unas insólitas primarias a Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón la presidencia de Alianza Popular en 1987 y que perdió todo el crédito en una efímera carrera con algunas salidas de pata de banco (la esperpéntica moción de censura a Felipe González) y el testimonio de que la Virgen se le había aparecido. Al actual líder socialista se le ha aparecido Susana Díaz, y le ha robado el protagonismo.

Salvo los minutos de la noche electoral, en que dio su mejor versión (reconoció la victoria del oponente, le cedió la iniciativa de formar gobierno e invocó el mantra del diálogo…), hemos asistido después, en tan solo una semana, al deterioro progresivo de su imagen acuciado por los problemas intestinos. A aquellos minutos de Warhol siguieron las fotos de Sánchez con la mandíbula tensa, mordiéndose la lengua. En el duodebate arremetió contra Rajoy y contra las encuestas. En esta resaca poselectoral tiene enfrente a Susana, pero debe contenerse, le debe la cuarta parte de los escaños.

La estrategia de pactos la marcan él y su ejecutiva, a su entender. Esa tarea corresponde estatutariamente al comité federal convocado para hoy en Madrid, a juicio de ella. No es el mejor momento para tener esas diferencias, cuando el ciudadano espera que alguien forme gobierno pronto y otras fuerzas se frotan las manos viéndolos dividirse por momentos. Los barones (el castellano-manchego García-Page dijo “la cuentas no salen”) rechazan la idea de Sánchez de un pentapartito (PSOE, Podemos, Unidad Popular y nacionalistas catalanes y vascos). Sostienen que con menos del 25% de los votos no se puede pretender gobernar (el PSOE obtuvo el 22%). “¡Con Podemos, ni hablar!”, vociferan a coro metiéndole presión. Pablo Iglesias se crece siendo el coco del PSOE antes que el PP.

Alfonso Guerra en Adeje y Felipe González en el mitin del barrio madrileño de Vicálvaro cargaron contra Podemos como contra el demonio. Consideran los amos tutelares del PSOE en la sombra que el partido surgido en la Universidad sobre el caldo de cultivo del 15M amenaza su hegemonía en la izquierda durante casi 40 años de democracia.

Sánchez puede dimitir o “morir matando”. Si se va por dignidad (ni con Rajoy ni con Iglesias), antes de inmolar a su partido en unas nuevas elecciones, habrá elegido la puerta grande (“una retirada a tiempo es una victoria”, decía Napoleón). Si se enfrenta a Susana y pierde, se va por la puerta chica. Y si gana, no tendrá un partido, sino dos. Ahora Sánchez está rodeado de cocodrilos releyendo a Churchill, que decía aquello de que los enemigos están en tu partido y los adversarios en la oposición.

¿Debe gobernar Rajoy?

¿Rajoy debe presidir el Gobierno o Soraya Sáenz de Santamaría o un tecnócrata como Monti a la italiana (para acabar de italianizar España)? Esta es una hipótesis de ludopolítica, de adictos al juego de cromos de los partidos. Con 123 escaños (el 28,7%), Rajoy debe gobernar, porque ha ganado las elecciones y controla con holgura el Senado, clave en la reforma constitucional. Sánchez, que hizo bueno a Rubalcaba empeorando su suelo electoral de 2011 (veinte escaños y 1,4 millones de votos se quedaron por el camino), fue el cuarto en su circunscripción, Madrid. De manera que forzar las cosas no tiene sentido. Se trata de saber si el PSOE y el PP son capaces de entenderse tras la constitución de las Cortes el 13 de enero, cuando las urnas si han dado un mandato es ese: que se entiendan. O si por el contrario son incapaces de ello y España es ingobernable.

Este es el debate que precipita la crisis sucesoria en el seno del PSOE. En el PP callan a sabiendas de que el líder no va a repetir de cartel, aunque resultara reelegido en el próximo Congreso popular. En el PP se mastica el ascenso de Cristina Cifuentes -la presidenta madrileña cónyuge de C’s-, pese a otras mujeres y varones con posibilidades: Sáenz de Santamaría, Núñez Feijoo, Soria.

La que todos ya conocen como una legislatura corta podría llevar, en dos o tres años, a dos mujeres -Susana y Cifuentes- a intentar el cambio que no consiguieron hacer los hombres de sus partidos. Las mujeres harían la segunda Transición.

El PSOE no ignora que Pablo Iglesias, al contrario que Albert Rivera, anhela nuevas elecciones para intentar darle sorpasso al PSOE, tras quedarse a un 2% de votos de conseguirlo. El entorno de Susana Díaz teme bajar entonces a 50 diputados raspados, y no quiere darle ese aguinaldo navideño al profesor de Ciencias Políticas de la Complutense. Las líneas rojas de Podemos se oponen a las señales de consenso que parecen demandar las urnas. Su exigencia de consulta soberanista alarma en las tripas del PP y el otro PSOE por temor a una España yugoslava regada por referendos en los próximos años. Vade retro, Satanás. Ayer, la CUP aplazó al sábado su voto a Mas, tras un rocambolesco empate de la asamblea. En esta película poselectoral no remite la intriga.

Los grandes partidos que acatan el mandato electoral anteponen el interés de los ciudadanos: el “interés general”. Esa es la paradoja positiva de un sistema democrático de convivencia constituido por partidos con sentido de Estado. Lo contrario es la barricada.

Sin tradición de pactos
En España no hay tradición de pactos. En Canarias hay de sobra, desde el pacto de progreso de Saavedra, a mediados de los 80. Saavedra es el político del PSOE que más sabe de pactos en España. Tampoco hay cultura de grandes coaliciones, como la que invocaba Vargas Llosa este domingo en El País -trending topic-. La experiencia alemana con Merkel y Schroeder en 2005 salvó al país y castigó a los socialdemócratas en las urnas (pero estos venían de enlazar gobiernos desde 1998), y ahora han vuelto a comer juntos encantados de la vida Merkel y Sigmar Gabriel. Quizá en España ahora sea pronto para ello. Pero mañana quizá ya sea tarde. Los mercados y Europa aguardan. Cada día que pasa se erosiona el margen de confianza.

¿El panorama invita a tensar la cuerda con soluciones situadas en los extremos o urgen alternativas que abunden en el centro, lo que en la aritmética política se conoce por el número 5? La concertación que invocó el rey en su discurso del jueves 24 en aras del interés general de España se dilucida en esa quintaesencia, el círculo central donde la pluralidad se asocia y converge. El caos no es buen caladero, sino fuente de naufragios. La última prueba del bipartidismo que condujo este país hasta aquí es descifrar la noche del 20D: o los padres se ponen de acuerdo, o mañana los hijos lo harán a su manera.