superconfidencial

Aburrimiento

1. Nunca pasé un domingo tan aburrido como el último. Además, descubrí una cosa: que los telediarios del mediodía eran iguales a los de por la noche, así que concluí que no pasó casi nada en todo el día; y que lo que pasó se explotó tanto, informativamente hablando, que parecía que habían ocurrido dos veces las mismas cosas. Estamos ante un mundo totalmente errático, que ha perdido las formas, la vergüenza, el respeto y todo lo demás. Ni siquiera se paseó demasiado por las televisiones ese del PSOE que no dice sino boberías, el tal Sánchez; sólo una vez, en no sé qué informativos, ataviado con un jersey rojo y metiéndose -¿cómo no?- con Rajoy, con el que acabará pactando, obligado por los suyos. O no, que esto nunca se sabe. Ayer, precisamente, le decía a un amigo que no sé si debo dejar esto del puto folio y la crónica en general porque le estoy empezando a tomar ojeriza a lo que pasa a mi alrededor y no hay nada peor que vivir a disgusto y escribir forzado. No me había ocurrido jamás en 45 años de profesión.

2. Así que me pasé el domingo adormecido en un sillón, como un verdadero jubileta, y comiéndome un potaje de berros con piñas de millo que estaba del diez. De vez en cuando veía un partido de fútbol, ahora que ya se puede ver al Real Madrid porque juega un poquito mejor y marca muchos goles. Me acabaron de fastidiar el día Messi y los suyos, aunque cuando marcaron el segundo gol al Athletic apagué el televisor y a día de hoy no sé ni siquiera cómo terminó el partido.

3. Creo que le doy demasiada importancia a una profesión que ya no me dice nada. Y que me aburre, porque los payasos de este circo que es España nos siguen tomando el pelo a los que informamos y hacen que ustedes, los desocupados lectores, se sientan también engañados. Menos mal que mis hijas decidieron ser felices y no estudiaron periodismo, ni han pensado ni por un minuto dedicarse a esto. Porque esto es, sencillamente, inaguantable. Me voy a sentar hoy en un banco, con las zapatillas de cuadritos puestas, a ver pasar a la fauna humana que pulula por esas calles con los rasta -o rafta-, las mochilas, los jerséis de canalé y los abrigos más gordos que el tiempo que hace. A ver si así me animo. O no.