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Affidávit

“Ya nadie pregunta”, comenta Enrique con cierta nostalgia. El capitán asiente con la cabeza, convencido de que él mismo podría haber acuñado la frase. Sus ojos brillan cómplices al ver que todavía queda quien comparte credos y emoción. Los que transitan terrenos inhóspitos en soledad sufren el desasosiego de la lucha silenciosa. Solo en ratos como estos, de compaña, vino blanco y recuerdos, se encuentra el sosiego que permite renovar las fuerzas para seguir andando. Los titanes hablan y a mí me toca el papel notarial. Doy fe de lo que acontece levantando un acta imaginaria entre arroz amarillo, papas arrugadas, huevos fritos y atún con mojo, combinación que ahora se me antoja harto difícil, pero que en el contexto no resultó extraña. Apunto en el corazón las emociones, recojo las reflexiones en el cerebro. Cada enseñanza es importante; cuando se comprometen la honradez con la vida es necesario aprender. Yo me empapo de sapiencia entre nociones de agricultura, geología, literatura o periodismo. Nunca sabré callar lo suficiente.

En la quietud de mi casa vacía repaso las notas mentales con el sopor que dan las siestas de listán blanco. Mantener la conciencia inmaculada cuesta un trabajo enorme, vivimos tiempos convulsos, me digo en una conclusión temprana. Pienso en el uso actual de los medios como acoso y derribo. Es demoledor. Desapareció la curiosidad, la pregunta insistente, incómoda. Nadie les cuestionará por los asuntos que merecen atención, no se profundizará para sacar la esencia, indagando en lo que preocupa por encima de la banalidad más ridícula. A los que llegan nuevos porque son incómodos. Porque es mejor no dejarlos respirar que escucharlos; en la sociedad del mercantilismo vende más el morbo de lo diferente que lo que tienen que decir. A los que llevan toda la vida porque son intocables. Porque ellos crearon el sistema, lo moldearon a su antojo y reprodujeron una estirpe de fieles lacayos. Difícil dicotomía. ¿Levantará alguien la mano?

@cesarmg78