POR QUÉ NO ME CALLO

Las arrugas de la democracia

Dos políticos en la reserva abrieron la boca la semana pasada y dieron que hablar, como decía José Hierro, “por dar libertad a mi demonio”. Mientras la política española está como ese rascacielos de Dubái en llamas en año nuevo, la política canaria vive en estado de hibernación desde las autonómicas del 24M, pues esa misma noche se hicieron cábalas interesadas de que todo iba a depender de las generales, dando a entender que el pacto naciosocialista nació en falso si ganaba el PP. Dependía, por tanto, del 20D. Y de las generales resulta que no depende ni el propio gobierno de la nación, si acabamos abocados a nuevas elecciones, al cabo del no de la CUP a Artur Mas, o sea, a la pira funeraria de las urnas para más de uno en último caso. El pacto canario está ahora sujeto por el ataharre de unas Cortes que envidian la mayoría que rige en las islas y ya quisieran para sí nuestra experiencia en materia de alianzas, y si, al final de los hechos que se barruntan en los grandes partidos, estos se sientan y ponen orden, paradójicamente viviremos, tras las tarascadas, una etapa inusitada de estabilidad. ¿Han reparado en qué sencillo sería recobrar la senda que conviene a la economía y la política (Cataluña, inclusive) con tan solo dos partidos que se hablen, que podrían ser tres, y sumarían más del 70% del hemiciclo? A tal extremo llega el veredicto popular, que ha ideado la fórmula del mayor consenso posible que rebaje la temperatura país -la homeotermia política al poder-, poniendo en ese brete a los actores de este momento político orbital. Si Rajoy, Sánchez y Rivera no resuelven el sudoku, que es de cajón, se merece (aquel que lo dificulte) irse a casa y un cenotafio. Si se imponen las tesis de coturno de los sénecas mediáticos en las rondas radio-televisivas -excluyentes y sectarios-, significa que este país no tiene remedio. Un tertuliano rayó en la soberbia culpando a los ciudadanos de haberse equivocado la noche del 20D. El error no ha sido de los votantes. El error ha sido votar, si no va a servir para nada. El error, este craso error de las prepotencias jerárquicas de los partidos, es de ellos, de los líderes y cúpulas, y lo pagarán caro. No bajarse del burro y descifrar el mandato palmario que proclaman los votos no es torpeza, sino arrogancia, intransigencia y mala vejez. Jóvenes, pero cascarrabias, algunos chochean y no están para estos trotes. El año 20 nos dejó un paralelismo del 20D. Fue la última vez que se votó en diciembre hasta el otro día, los dos grandes partidos (conservadores y liberales) entraron en barrena, el Parlamento se fragmentó y el país resultó ingobernable bajo múltiples facciones. Se venían sucediendo inútilmente convocatorias electorales a capricho: hasta tres en los tres últimos años. La gente estaba harta y el desencuentro de los jefes políticos jurando en arameo fue el caldo de cultivo de Primo de Rivera. La Gran Guerra por entonces trajo consigo una crisis de caballo y los partidos se echaron a la bartola bajo cismas internos y un auge de tribalismos. No estamos hoy al final de la restauración ni a las puertas de una dictadura. Pero entonces y ahora hay algo que se parece: la ineptitud de la clase política (Ortega ya había conceptualizado la vieja y nueva política que algunos creen haber acuñado estos días). La historia no tiene más historia. Pero es implacable con quienes no dan la talla. Jerónimo Saavedra, fiel a su grado de oráculo -a este paso, nos quedan Saavedra, Corcuera y los restos de Felipe González- respondió con apólogos a la llamada de esta casa y soltó lo que soltó, a gusto o disgusto del consumidor. Saavedra no dice lo que dice porque frise los 80 años. Con poco más de 70 me soltó en una entrevista televisiva que el ministro de Justicia Bermejo debía dimitir tras la cacería con Garzón -Google está lleno de entradas con esa noticia- y con 50 me dijo en El País que discrepaba de Guerra; por entonces, también, objetaba de González. Voces insobornables como la suya no son frecuentes. Que el exministro dijera públicamente que se impone un gobierno en minoría popular con la abstención programada -leyes a cambio del voto pasivo- del PSOE y Ciudadanos, y, llegado el caso, una Gran Coalición a la alemana, habrá podido chirriar a algunos instalados en el purismo estético de la alternancia maniquea. Pero ha vuelto a ser certero, al pan, pan y al vino, vino. Unas nuevas elecciones serían una vergüenza nacional. Un insulto a la inteligencia. Volver al año 20. Y el PSOE no está para bromas vendiendo la moto de un pentapartito ni exponiéndose a segarse la hierba bajo los pies. El ocaso de este ciclo no es el cambio ideológico en las urnas, todavía no -hay un mero revoque de fachada por ahora-, sino la incapacidad innoble de los líderes para hallar fugas imaginativas al laberinto y ahorrarles a los ciudadanos una recaída económica y otra bofetada electoral. Si el personal mañana, pasa de votar y gana la abstención o el famoso voto en blanco de la fábula de Saramago, ese sí será el cambio, la muerte de un sistema inane de partidos obsoletos, sin cintura, que dejan el escenario para quienes vengan, podemos, ciudadanos y otras fratrías (aflorarían fuerzas por generación espontánea en la nueva era fractal), a sustituirles. Es la esclerosis de los cíclopes. Como Casandra, políticos bregados en las mudanzas de la democracia, vienen advirtiendo -Saavedra lo ha hecho desde estas páginas con repercusión nacional- del peligro de ceder a los odios viscerales de un bipartidismo más propio de las guerras bizantinas del fútbol -como la de Kapuscinski- que de las cosas de gobernar y comer. La política y la economía, ahora mismo, exigen a los líderes llevar gafas de lejos, para verlas venir. Pero son miopes, y como en el mito griego, no creen a los augures. Desde El Hierro, Tomás Padrón -que ayer rompía aquí su silencio- invocaba la política sin egos, para formar gobierno. Su profecía es que el GM -el Gran Mercado en abstracto- descolgará el teléfono, llegado el momento, y se pondrán de acuerdo. Mandó, de paso, algunos recados en clave interna, a los suyos -Coalición Canaria- y al propio Gobierno de la Comunidad, para evitar, ante el nuevo brote pleitista, una Canarias “de dos velocidades”, con “islas colaterales y nodrizas”. Saavedra aventura que si el PSOE no sabe leer -el escrutinio-, corre peligro el socialismo en España, y Tomás Padrón -ambos en un retiro cauto e influyente- avisa de que si CC no toma nota, se la juega el nacionalismo en las islas -la mera sospecha de un pacto PP-PSOE en Madrid ya alimenta en las islas la gran venganza de un pacto clon, la gran coalición virgen, el acuerdo maldito que vetó Alfonso Guerra-. Juan Manuel García Ramos (PNC) y Tomás Padrón (AHI) han lanzado el mismo S.O.S. en las últimas horas. Estas elecciones generales de 2015 han dejado una huella envenenada en los partidos. Los ha colocado delante del espejo. Y se han visto las arrugas. Ahora comprobaremos quién ha sabido envejecer y quién no.