el charco hondo

Bufanda

Después de darle mil vueltas, se armó de valor y anunció a los padres que tenía algo que decirles. Aún siendo consciente de que tenían otros planes para mí, espero que me apoyen -así empezó, con la creciente sensación de que le faltaba aire-. Intuyó la madre que el segundo de sus hijos había decidido, por fin, qué quería estudiar. El padre, en su línea, no intuyó nada. No los sorprendió anunciándoles que quiere ser payaso o trapecista, pero el desconcierto de los progenitores fue mayúsculo. Quiero ser bufanda, les dijo. Cuando los padres dejaron de reír, justo en el momento en que dejó de hacerles puñetera gracia, pidieron al hijo que se dejara de bromas y dijera qué demonios quería ser de mayor. Quiero ser bufanda, insistió, mientras con la mano hacía el gesto de pedirles calma, y atención, para poder explicarse. Enumeró ordenadamente las razones de su decisión. Explicó, con sus padres cada vez más enterrados en el sillón del salón, que quiere ser bufanda, pero no una cualquiera, él lo que quiere ser de mayor es la bufanda.

Esa -aclaró- que se permite mantener el acta de concejal del Ayuntamiento de Las Palmas hasta saber si tiene resueltos o no otros cuatro años en el Congreso de los Diputados; la que al ritmo del dale alegría a tu cuerpo Macarena advierte, sin pestañear, que no va a soltar lo del Ayuntamiento mientras su escaño en Madrid siga en el aire -no vaya a ser que disuelvan las Cortes y se quede sin nada-. Si salen las cosas bien -enfatizó- algún día podré ser como esa bufanda, ocupar el cargo de segundo teniente de alcalde, anunciar que renuncio al acta si salgo diputado y luego, con dos, anunciar que no voy a arriesgarme a dejar una cosa mientras pueda perder la otra. Sí, de mayor quiero ser la bufanda de Pedro Quevedo y montármelo a lo grande -les recalcó, para terminar-. Los padres respiraron tranquilos. Tú sí que sabes, le dijo la madre antes de besarlo en la frente. El padre, feliz, salió corriendo a contárselo a los amigos.