Análisis

Es la hora de la política

El órdago de Pablo Iglesias y la, pocas horas después, respuesta de Mariano Rajoy han introducido en el escenario político español un nuevo enigma, con Pedro Sánchez de protagonista principal, a la espera de sus conversaciones con el líder de Podemos y de lo que finalmente consienta el comité federal socialista, cuya reunión está fijada para el 30 de enero, aunque no sería descartable alguna variación. Según se comenta en fuentes monclovitas, el presidente ya había meditado su decisión de echarse a un lado en la investidura, sin por ello dimitir de sus aspiraciones. La atrevida propuesta de Iglesias a su salida del Palacio de la Zarzuela, donde se entrevistó con el rey, le vino al pelo a un Rajoy aficionado a lidiar situaciones límite y a actuar a la gallega. Por eso se acogió, como disculpa válida para ponerse de perfil, a la iniciativa de pacto de Iglesias con IU y el PSOE, que éste ya había aceptado, y a los reiterados noes al diálogo y al apoyo al PP de un Sánchez que esperaba el aplastamiento y la derrota sin paliativos del jefe del Gobierno en la doble sesión de investidura, para aparecer luego él mismo como única alternativa factible para la formación del nuevo Gobierno resultante de las elecciones del 20D.

Pero lo que son las cosas. Mientras Rajoy parecía falto de iniciativa y con nulas posibilidades de ser investido presidente, el siempre oportunista y chulesco Iglesias le dice públicamente a Sánchez, con pelos y señales, en plan ordeno y mando, que él mismo sería vicepresidente de ese Gobierno de coalición y de progreso, y hasta le cita los ministerios que se quedaría Podemos -Defensa, Interior, Economía y Asuntos Exteriores, nada menos-, el que debería de crear -Plurinacionalidad, y con su colega catalán Domenech al frente- y otro, que no señala, que habría de ir a parar a Izquierda Unida. Y por si todo esto fuera poco, le apunta las líneas maestras del programa… Todo un despropósito, un atrevimiento inaudito que casa, desde luego, con la personalidad jactanciosa de Iglesias pero que coloca a Pedro Sánchez y al PSOE ante una disyuntiva envenenada. La filósofa y catedrática barcelonesa Victoria Camps señala que “la democracia necesita una virtud imprescindible: la confianza”. En este caso, lo verdaderamente sorprendente es que Sánchez se fíe de Iglesias, quien le ha puesto a parir, le ha ninguneado, le ha vejado, y hoy dice una cosa y mañana la contraria: para él lo importante es el partidismo, el sectarismo, el sacar tajada de todo, al precio que sea.

Elegir entre tres opciones
Sánchez contaba con el final político del jefe del Gobierno en funciones a causa de la investidura. Por eso insistió tanto, tras su entrevista con Felipe VI -fue el monarca quien le informó de la osada propuesta de Iglesias sobre el pacto- que “es el tiempo de Mariano Rajoy” y “a él le corresponde la responsabilidad de formar Gobierno”. Pero ahora se encuentra con que es él mismo quien se la juega. Y si no acepta la investidura, o aun aceptándola no puede formar Gobierno, habrá muerto políticamente. El líder socialista sólo tiene dos alternativas: o un Ejecutivo de izquierdas a la portuguesa, con Podemos e IU más el apoyo del PNV -Ciudadanos ha dicho que nunca apoyaría ningún proyecto que incluya al partido de Iglesias-, con o sin respaldo de CC, NC y los partidos independentistas en la segunda votación, o un Gobierno con el PP y Ciudadanos o sólo con Ciudadanos, para lo que sería imprescindible la abstención del PP y su compromiso de no plantear ninguna moción de censura. Y si no sale ninguna de estas dos propuestas, habrá que acudir de nuevo a las urnas, y su partido sufriría las consecuencias… salvo si lo quita a él del medio y coloca Susana Díaz. La hipótesis de pacto PSOE-C’s resulta impensable. Ni parece posible un Gobierno con el solo respaldo de 130 diputados ni es lógico esperar que el PP se conforme con el papel de mero comparsa. Cosa distinta sería la posibilidad, hoy por hoy remota pero nunca se sabe, de que los populares aceptaran la formación de un Gobierno encabezado por un socialista -al modo en que lo intentó Esperanza Aguirre en el Ayuntamiento de Madrid al ofrecer la alcaldía al candidato del PSOE para que no cayera en manos de Podemos-, encabezado por algún militante prestigioso -Solana, Almunia, Jáuregui, por citar tres nombres-, en cuyo caso tanto Sánchez como Rajoy quedarían fuera de juego. Pero parece más factible, con los votos en la mano y vistos los respaldos de cada cual, que ese eventual Gobierno lo encabezara alguien del PP y contara en tal caso con los respaldos de PSOE y C’s. Para que esta última posibilidad llegue a concretarse Rajoy ha maniobrado en busca de tiempo. Tiempo para el diálogo, la reflexión, la negociación a fondo, la superación de viejas diferencias y corsés que imposibilitan los acuerdos de calado entre los dos grandes partidos ante la gravedad de los problemas que acosan al país.

No me imagino al PSOE optando por un acuerdo con Podemos y sus utopías más la inevitable compañía de separatistas y separadores -con un PP que podría frustrar cualquier reforma de ley orgánica o constitucional por sus votos en el Congreso y su mayoría absoluta en el Senado-, en vez de tratar de garantizar al país un Gobierno estable y duradero con PP y C’s, con un programa detallado que afronte todos los grandes retos pendientes, como las reformas constitucional fiscal, educativa, laboral y judicial, pasando por el mantenimiento de las ayudas sociales para no dejar en la estacada a quienes sufren más severamente los efectos de la crisis económica. Simultáneamente hay que seguir profundizando en las reformas pendientes comprometidas con la Unión Europea tras evitar el rescate, favorecer la recuperación económica y la creación de empleo, así como el mantenimiento de la confianza en los mercados, donde estamos obligados a acudir en busca de financiación, además de mejorar los instrumentos para combatir la corrupción, la falta de transparencia y la calidad de nuestra democracia.

El problema para el PSOE es morrocotudo. Frente a las ambiciones personales de Sánchez se halla la sensatez y el futuro del partido y su necesidad de centrarse y recuperar la línea socialdemócrata que desvió Zapatero y su populismo ramplón.

La propia resolución del último comité federal fija a Sánchez las líneas rojas de su eventual negociación y alude al rechazo rotundo de “cualquier planteamiento que conduzca a romper con nuestro ordenamiento constitucional” y a la determinación para que el PSOE actúe “en coherencia con sus valores, con lealtad a los españoles, y anteponiendo siempre el interés de España a cualquier otro objetivo”. Las reacciones iniciales de Luena, Hernando y otros dirigentes socialistas tras conocer la renuncia de Rajoy revelaban que el jefe del Gobierno les ha cogido con el pie cambiado, luego de los optimistas cálculos de Sánchez y su desprecio sistemático al PP, al que hasta ahora ha negado cualquier diálogo, salvo, claro está, para la elección del presidente del Congreso -a cambio de una mayoría en la Mesa de los populares junto con C’s-, que lo es a pesar de lograr más votos en blanco que a favor.

Grave problema para el PSOE
Pero este descoloque socialista queda más explicitado en el enloquecido comunicado de ayer tarde, que califica de irresponsable e inaceptable la postura, inequívocamente legal y democrática, de Rajoy, cuya renuncia definitiva se ve que desea a toda costa, acerca de su investidura. Pero lo más grave es que anuncia que en las actuales circunstancias de nueva consulta con los partidos, el rey debería encargar formar Gobierno a una persona propuesta por el PP y anuncia que “mientras tanto, el PSOE no va a emprender negociaciones con otras fuerzas políticas para intentar fraguar una alternativa de Gobierno estable y, mucho menos, cuando se plantean desde el chantaje y anteponiendo los intereses de partido a los intereses de los ciudadanos”. Una cosa es que Rajoy no quiera irse -y personalmente creo que debería hacerlo con carácter definitivo- y otra muy distinta que siga manteniendo una aspiración a la que tiene perfecto derecho si Sánchez y el PSOE fracasan en un reto que, al parecer, no tienen tan fácil como daban a entender. En fin, son tiempos de política, de alta política, en los que lo importante es que no se juegue, por miserias o ambiciones personales, con los intereses superiores de España.