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La estación de cruceros

Está la gente tan harta de política que hoy la dejaré de lado para centrarme en la nueva y parece que flamante estación de cruceros del Puerto de Santa Cruz. Los trabajos avanzan rápidamente. Y a simple vista se puede observar la estructura del edificio del muelle de Ribera junto al edificio del Puerto-Ciudad. Me cuentan que estará lista hacia finales de año y que podría entrar en servicio a comienzos de 2017. Personalmente, lo que ven mis ojos no me desagrada, aunque tendremos que esperar a que finalicen las obras para emitir un juicio de valor definitivo. Dicen que ha sido diseñada siguiendo los consejos de los mejores expertos del mundo en el turismo de cruceros. Parece que los especialistas son americanos, de Florida. Y concretamente del fenomenal puerto de la ciudad de Miami. Desde la nueva estación se manejará al personal llegado por mar de forma eficiente, rápida y segura, garantizándose la mejor movilidad de pasajeros, guaguas y taxis y, por tanto, la conectividad entre Puerto y ciudad. Y entre ambos y el resto de la isla. Se habla de que podrá atender simultáneamente a unos cuatro o cinco mil pasajeros llegados en cuatro o cinco gigantes de las olas. Y que el calado de esta zona de los muelles será ahondado, es decir, que el fondo marino será convenientemente dragado para que las quillas de los grandes buques no tengan que afrontar ningún problema durante las maniobras de atraque. Todo lo cual, así narrado, parece muy bonito. Y suena a cuento de hadas. Pero hay algunos interrogantes que me gustaría plantear (no para hacerle la puñeta a nadie, sino para aclararme y aclararnos respecto del futuro y casi inminente funcionamiento de la instalación). Hay dos cuestiones que me preocupan: la maniobrabilidad interior de estos grandes barcos una vez dentro de la rada portuaria; y la altura máxima de las techumbres de las estructuras de madera que, en el centro y los laterales norte y sur del edificio, restan alguna visibilidad del mar según la posición en la que se encuentre el observador. Por ejemplo: caminando por la Avenida de Anaga, en dirección a San Andrés, hay varios sitios desde los que las citadas techumbres ocultan parte del macizo de Anaga. No parece que entorpezcan demasiado la visión de dicho paisaje. Pero sí es cierto que, en determinados momentos del paseo en dicha dirección, se pierde la perspectiva del cercano océano y, asimismo, de la parte final o litoral de las montañas de Anaga, cosa que se podría haber evitado bajando la cota de las techumbres un poquito. Observo también una especie de pasarela superior -en la que se ha estado trabajando en los últimos días- que remata o corona la edificación en su sentido longitudinal y no alcanzo a saber si tales metros de exceso, respecto del inmueble, van a impedir aún más la visibilidad del mar en dirección al Muelle Sur o, por el contrario, no llegará a impedir la visión del horizonte hacia este lado del Puerto. Sobre la maniobrabilidad interior de los cruceros, es claro que sus dimensiones superan con creces las de los buques de Naviera Armas, por ejemplo, que cada vez que entran al Puerto, en procura de sus puntos de atraque, se ven obligados a girar sobre sí mismos, unas veces por babor y otras por estribor, para retroceder por popa hacia las zonas de despliegue de las rampas de las bodegas de carga. Es obvio que esto lo puede hacer un barco pequeño o mediano, pero no un supercrucero. De lo que deduzco que los trasatlánticos tendrán que seguir maniobrando de proa o de popa para entrar y salir de la rada según las circunstancias y las directrices de los prácticos. Pues, entre el dique de contención del mar del Muelle Sur y el Muelle de Ribera, es, me parece a mí, de todo punto impensable que un gigante del mar pueda revolverse sobre sí mismo para atracar y largar los calabrotes de las amarras en dirección de los norays y bitas del Muelle de Ribera. Esta última apreciación es verdad que ya no tiene nada que ver con la nueva estación. Y como no podemos rodar el dique del Muelle Sur por mucho que lo empujemos entre todos hacia el sureste, pues está claro que los monstruosos cruceros, cuya visita aguardamos ansiosos, tendrán que entrar como hasta ahora: unas veces de culo, o sea, de codaste. Y otras con la nariz, es decir, la roda, por delante…