tribuna

La inseguridad nuclear

Soy partidario de la energía nuclear. Y de los alimentos transgénicos, porque el ser humano y las especies que pueblan la tierra, y las familias vegetales, no son otra cosa que la consecuencias de trasngenésis casuales y azarosas.

La energía nuclear es barata, a la larga, y es limpia, siempre y cuando se empleen los severos protocolos sobre los residuos radiactivos, y la estricta vigilancia sobre las centrales. Y aquí es donde aparecen las desconfiadas, justificadas, no porque la energía nuclear sea el diablo, sino porque los intereses económicos influyan y pongan a los seres humanos en peligro.

En España existe un Consejo de Seguridad Nuclear, que vienen a ser los vigilantes de la playa radiactiva, pero en serio. Y los trabajadores, o sea, los técnicos, están mostrándose inquietos por lo que ellos califican de presiones. ¿Y quiénes presionan? La empresas que explotan las centrales nucleares. ¿Por qué? Porque, a veces, se producen incidencias que no tienen importancia, y, otras, que podrían tenerla. Estas últimas han de evaluarse con prudencia y, en pura ética, debe primar la salvaguarda de la salud de los ciudadanos sobre la cuenta de resultados. No quiero afirmar que el halago empresarial hacia los componentes del Consejo produzca relajación en su misión vigilante, pero algo debe ocurrir para que los trabajadores muestren su inquietud. Y los primeros interesados en aclarar estas incomodidades son los miembros del Consejo, porque esta circunstancia los coloca como sospechosos. ¿Sospechosos de qué? Hombre, sospechosos de relajar los protocolos, de considerar los fallos en las centrales como tonterías veniales, etcétera. Lo de Chernobil se produjo por una mezcla de falta de dinero y de corrupción. O sea, que ventanas abiertas, y que sepamos que los consejeros son estrictos. Porque son estas situaciones las que abonan el rechazo a una energía, repito, limpia, pero que debe someterse a una constante y rígida vigilancia. Y es mala cosa cuando se sospecha de los vigilantes.