de puntillas

Un nuevo ciclo – Por Juan Carlos Acosta

El escenario político de España parece atravesado estos días por una continua polémica sobre la realidad precisa del país. No solo van y vienen elementos de última hora y desmentidos casi inmediatos, o giros sorprendentes, en un panorama cuando menos interesante para los politólogos, sino que la coyuntura se ve afectada asimismo por lo que ocurre en el exterior, de tal forma que, mientras siguen las consultas entre los candidatos para conformar el Gobierno, emergen casi a diario las presiones de los estamentos financieros, representantes del mundo empresarial, agencias de calificación o la propia Comisión Europea, aunque esta última haya aclarado que no ve en peligro la estabilidad económica nacional, por ahora.

Si uno realiza un barrido informativo global, es notorio que los pronunciamientos llevan casi siempre implícitos intereses de todo tipo, algunos de lo más estentóreos, y que las elecciones españolas están siendo analizadas hasta en las capitales más alejadas de Madrid. Posiblemente también las idas y venidas de los principales partidos implicados en las negociaciones -PP, PSOE, Podemos y C’s- permanecen solapadas por la trama en la que se mueven el resto de los países europeos, con la crisis de los refugiados en Alemania, el escándalo bancario en Italia, el nihilismo de Londres, el amurallado de los socios del Este, el espectacular ascenso de la extrema derecha en Francia y, claro está, la escurridiza economía, concepto omnipresente de cada segundo, tan complejo y poliédrico que aparentemente puede ser instrumentalizado con suma facilidad e indolencia, a expensas del interés de turno. Abundan interpretaciones sobre los fundamentos de esta piedra filosofal del nuevo milenio como si fuera un ente divino, cuando en realidad es la cadena en tiempo real de transmisión y equilibrio del planeta, donde las bolsas se asemejan cada día más a su conducto umbilical. Ahora bien, una ciencia tan relevante y tan cargada de dobleces, con componentes aritméticos, pero también sociales o éticos, que aboca a no pocas ambigüedades y lecturas amañadas, puede estar coartando los logros de las democracias y la capacidad de maniobra de los estados soberanos.

Es posible que estemos ante un cambio inaplazable de un modelo caduco, abusivo y poco respetuoso con la sostenibilidad, precisamente debido a la voracidad de un consumo compulsivo y unos hilos que se mueven cada vez en menos manos y en contra de la lógica, de las proporciones y de la razón colectiva.

En esa dinámica, uno de los asuntos más llamativos de las últimas horas han sido los informes y contrainformes sobre las diferencias de rentas en España, en los que se utilizan datos estadísticos contradictorios para llenarnos aun más de confusión, y que hablan a las claras de lo lejos que estamos de transitar por la recuperación económica. Cierto que la realidad es interpretable, pero no las cifras del paro, por ejemplo, o las personas que duermen a diario en los bancos de nuestras ciudades, ni los parientes que ya han perdido la fe en encontrar un trabajo.

Puede que lo que ocurra en nuestro país los próximos días marque el paso a otros estados que esperan una señal para perder el miedo a una tendencia que a todas luces pugna por entrar en un nuevo ciclo de mayor transparencia.