Análisis

Pedro Sánchez puede afianzar su liderazgo

Un amable lector me pregunta a bote pronto: “¿Cómo interpreta usted ese viaje de Pedro Sánchez a Portugal?”. A decir verdad, la consulta se las trae. No se trata tanto, creo yo, de valorar las similitudes existentes en los resultados electorales de los dos países durante su entrevista con el primer ministro, el socialista Antonio Costa -quien gobierna en coalición con marxistas y comunistas tras desalojar al Ejecutivo de centro derecha mediante una moción de censura-, como de interpretar en clave interna del PSOE los porqué de su viaje tras diez días de calculado silencio en medio de las intrigas y los navajazos que se despachan en el principal partido de la oposición.

Quienes ven a Sánchez como un secretario general de transición se equivocan rotundamente. Sánchez es un político ambicioso, calculador, precavido, buen estratega y dispuesto a apostar todo por su futuro político; un futuro que distintos barones y destacados dirigentes del partido quieren hipotecar o condicionar, como hicieron al marcarle líneas rojas para negociar con Podemos la eventual formación de un Gobierno a la portuguesa, con la incorporación de IU-Unidad Popular y la suma o abstención, según el caso, de otros partidos (PNV, ERC, DyL, CC e incluso Bildu, si las condiciones lo permiten).

Sánchez ya da por perdidos el apoyo y/o la abstención de Ciudadanos tras las manifestaciones de Albert Rivera contra el posible acuerdo para la formación de un Ejecutivo de izquierdas, al entender que la situación de los dos países ibéricos no es parecida -además de que aquí la izquierda no suma suficientes escaños para investir a Sánchez presidente, si no es con el apoyo de los independentistas- y considerar que lo que España necesita es un Gobierno estable y con un programa que refuerce el sentido del Estado y la unidad del país para hacer frente a las reformas constitucionales y estructurales que reclaman los nuevos tiempos políticos.

De candidato desconocido, Sánchez pasó en cuestión de semanas a lograr una gran popularidad en su partido, merced a los apoyos de Susana Díaz y los socialistas andaluces, quienes le dieron una cómoda victoria en las primarias a la secretaría general que dejó vacante un Rubalcaba dimitido, frente a su entonces -y ahora también- rival, Eduardo Madina, que ha quedado fuera del Congreso de los Diputados, donde sí están dos figuras no afiliadas al partido elegidas por la lista madrileña: la ex comandante Zaida Cantero y la ex UPyD Irene Lozano.

Según la rumorología socialista, Sánchez fue una especie de adelantado de Susana Díaz; ambos habrían pactado que dejaría paso a la actual presidenta de la Junta andaluza tan pronto ésta se lo solicitara para encabezar la candidatura socialista a la Presidencia del Gobierno… o a la secretaría general. No está claro que se haya producido esta última eventualidad -la anterior sólo sería posible tras la celebración del congreso federal socialista pendiente y tras desplazar a Sánchez de su actual puesto orgánico-, sobre todo cuando la propia señora Díaz se comprometió con sus votantes, en plena campaña electoral y a la vista de los rumores que ya circulaban, a “cumplir” su mandato de cuatro años. Pero lo cierto es que quien impuso las líneas rojas a Sánchez fue ella, que sigue instalada en la indefinición, aunque el viernes pasado le mostró su “apoyo y confianza” para que entable contactos con Podemos.

Por su parte, Sánchez parece que tiene importantes respaldos -incluso, se dice, el de Felipe González- en el comité ejecutivo de su partido y que controla la mayoría del grupo parlamentario, a través de sus fieles César Luena y Antonio Hernando. Además, el tiempo juega muy a su favor: resulta impensable adelantar el congreso del partido o tratar de cambiar al secretario general en plena negociación del próximo Gobierno y con la investidura pendiente. De ahí que los observadores admitan una verdad que ya cuenta en el PSOE: Sánchez está en condiciones de defender, e incluso afianzar, su liderazgo, y por tanto su continuidad, al frente del socialismo democrático, más aún si lograra formar Gobierno -lo cual no parece fácil a día de hoy- o, cuando menos, pudiera demostrar en sede parlamentaria que tiene un programa alternativo al del Partido Popular bien elaborado, con posibilidades de ser llevado a la práctica, y propiciar la recuperación económica, la creación de empleo, la lucha contra la desigualdad social y la regeneración política.

Gobernar o ir a la oposición
El candidato socialista a la Presidencia del Gobierno cuenta -lo ha dicho por activa y por pasiva- con que Rajoy no será investido presidente del Gobierno ya que no dispondrá de los votos ni de la abstención del PSOE, que tampoco propiciará la gran coalición que sugirió Rivera y que hoy también se defiende desde las filas del PP, con la complacencia de las instituciones financieras internacionales, las instituciones europeas y el empresariado. Sánchez, por el contrario, es partidario, según declaró en Portugal ante el posible fracaso de Rajoy, de propiciar “una gran coalición de fuerzas progresistas para liderar el cambio político que España necesita”, según dijo.

No opinan lo mismo algunos destacados socialistas -aquí, en Canarias, lo han dicho Jerónimo Saavedra y Eligio Hernández-, para quienes los resultados del 20D deben situar al PSOE en la oposición, donde debe seguir salvo en el improbable caso de que se forje la mentada gran coalición. Entonces el Partido Socialista -opinan algunos dirigentes- tendría una oportunidad que ni pintada para marcar la agenda política reformista del Gobierno, superar batallas internas, centrarse ideológicamente con una vuelta a los orígenes socialdemócratas y prepararse con tiempo para una vuelta al poder en mejores condiciones de competencia con populismos y extremismos radicales tipo Podemos.

Los observadores políticos ven más lógica y sensata esta coalición que un acuerdo con la izquierda extrema, a la que los socialistas seguramente tendrían que hacer concesiones que van contra sus propios principios. Ello -aparte de que no estaría bien visto en el mundo económico ni facilitaría la aplicación de algunas políticas comunitarias- tampoco traería consigo la estabilidad política y la necesaria coherencia ideológica y programática para no tener que estar negociando permanentemente -como de hecho ya ocurre en Portugal- cada uno de los acuerdos departamentales o del Consejo de Ministros.

Del SPD a lo por venir

Al respecto se pone como ejemplo el caso alemán, donde el SPD pudo desalojar, pero se negó, a Angela Merkel de la Cancillería de haberse aliado con La Izquierda, el partido de Oskar Lafontaine, y Los Verdes. El argumento fue muy simple: con los comunistas no nos une nada; con la derecha, los valores y el modelo de sociedad. El SPD prefirió formar la gran coalición como segundo a obtener la cancillería y gobernar como primero, algo impensable en el socialismo español de hoy, al menos en parte de su dirigencia, que ve al PP como una bicha y a Podemos como un partido hermano o casi hermano y a que en el fondo es su verdadero adversario. Eso sí: ambos se han favorecido tras las elecciones autonómicas y municipales: mientras Podemos gobierna en importantes ciudades como Madrid, Barcelona, Zaragoza, La Coruña o Cádiz, con apoyos del PSOE, este partido lo hace en comunidades autónomas como Extremadura, Castilla-La Mancha, Aragón, Valencia, Baleares y Asturias con el respaldo de Podemos o sus marcas blancas. Lo cual dice mucho de la interdependencia existente entre los dos partidos.

El que se forme uno u otro Gobierno o no quede más recurso que convocar nuevas elecciones va a depender de las conversaciones bajo la mesa, la capacidad de diálogo, las presiones -de todo tipo, y muy importantes- que se suceden en favor de una fórmula de derecha u otra de izquierda, la marcha de la economía -que se ha estancado- y, sobre todo, de la decisión del rey Felipe VI según evolucionen los acontecimientos. Si Rajoy no obtiene la investidura y Sánchez no logra apoyos para la suya, el monarca puede acabar con la incertidumbre política, cortar por lo sano y ni siquiera permitir al candidato socialista la defensa de la investidura. No existen precedentes similares, pero constitucionalmente podría hacerlo. En otro caso, se alargaría el vacío político, Sánchez podría exponer su programa, pero el resultado sería el mismo: fracaso total, disolución de las Cortes y nuevas elecciones. La pregunta sería: ¿Es esto lo que le conviene al país en estos momentos?