domingo cristiano

1.300 millones de años

El hombre ha escuchado los latidos del universo. Ocurrió el 14 de septiembre y lo supimos este jueves, cuando un grupo de científicos comunicó al mundo que finalmente habían conseguido registrar ondas gravitacionales.

Casi nadie entiende en toda su extensión qué son tales ondas, pero da igual. Es arrebatadoramente apasionante que los humanos hayamos dado con esas ondulaciones del espacio-tiempo producidas por los más violentos acontecimientos del cosmos. Einstein, el descubridor teórico del fenómeno, murió pensando que era imposible registrarlas.

Pues resulta que lo hemos hecho. Hace 1.300 millones de años, dos agujeros negros se fusionaron dando lugar a uno inmenso. Lo que hemos escuchado ahora en La Tierra es algo así como el eco de aquel momento, que ha viajado por el espacio como lo hacen las ondas que se forman en el agua de un estanque al tirar una piedra. Impresionante.

Con tiempo para pensar en ello, he caído en la cuenta de lo irónico que resulta que sepamos arrebatarle sus secretos al universo y, sin embargo, seamos tan torpes para intuir la presencia de Dios en la propia vida. Este magnífico escenario que es el cosmos late al ritmo de aquel empujón primero que Dios le diera un día y así hace bien su trabajo: estar, ser. Estando ahí, el universo se convierte en una pregunta que nos impulsa a dirigir la mirada al interior de nosotros mismos.

Descubrimientos como el de esta semana nos recuerdan que somos apenas una mota de polvo en el conjunto de cuanto existe. Y ni siquiera, la mota de mayor calidad. Nuestra armadura es químicamente básica, frágil. Pero somos los únicos conocidos que pueden preguntarse sobre sí mismos y sobre quién o qué les arrancó de la nada y les llamó a la vida. Y eso nos hace poderosos como ningún otro ser puede serlo. “La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón”, les recuerda san Pablo a los creyentes de Roma. Al corazón, a los adentros, es a donde nos invita la Iglesia a dirigir la pregunta por el sentido de cuanto somos. De esos lugares interiores que Dios ha elegido para habitar es de donde surgirá la respuesta más liberadora de cuantas puede escuchar el hombre sobre sí mismo. El mundo tiene sentido, cuanto existe es una gran excusa inventada por Dios para encontrarse personalmente con cada hombre y cada mujer.

Claro que también existe la tentación de creer o vivir como si uno fuera dios. Cuando eso ocurre, esclavos de nosotros mismos, se desmorona nuestra grandeza, que no se resiente por la existencia de Dios, sino por la pretensión de convertir el polvo de estrellas que somos en el dador de la vida, sin más. Es Cuaresma y el universo todo se confabula para proponernos una mirada al interior, allí donde resuena el eco que Dios dejó al hacernos.

@karmelojph