Antes (y después)

Firma Jorge Carrión en la edición de enero de la revista Letras Libres un reportaje titulado Borges antes y después de Borges en el que disecciona algunos hechos sobre la vida del genio argentino en las dos épocas -ese antes y después- en las que, a su juicio, lo mejor de la obra literaria del bonaerense no estuvo presente. Así, Carrión localiza las obras maestras del “monumental” Borges entre 1930 y 1975, pero revela la importancia vital de esos periodos anteriores y posteriores a su rica y prolífica producción literaria. Es más, defiende que, probablemente, el joven y viejo Borges fueron los más felices de todos los Borges que existieron. Uno, con el camino de la vida por delante, y otro, oteando ya la despedida, construyen un perfil más humano y, a la par, más controvertido y contradictorio porque frente a su obra, esa que refleja su universalidad e inmortalidad, Borges fue mucho más terrenal cuando de joven rondó burdeles, exageró con el alcohol, hizo turismo en Mallorca o, ya anciano, eligió morir –con su amor- en Suiza, tan lejos del resto de su biografía.

Y es que es inevitable para un ser común, como para uno que no lo era como Borges, que la construcción de esa parte de la vida que nos define, que nos asienta en el mundo, que nos hacer surcos profundos en el camino que recorremos, y que, en realidad, nos define se eleve sobre nuestras primeras experiencias. De igual manera, a la hora de hacer balance, supongo, el resultado del mismo nos hará valorar mejor o peor nuestro tránsito terrenal. En el primero de los casos, en el prólogo, es la educación -la reglada y, sobre todo, la otra- la que marca muchísimo. Los jóvenes españoles de las últimas décadas se han enfrentado a un grave obstáculo que, sin duda, se está reflejando en muchos de los problemas que ahora nos desconciertan. Esa piedra en el camino para toda una generación ha sido, y es, un sistema de enseñanza y de formación de valores estúpidamente denostado y, lo que es peor, reducido a la desagradable anécdota de ser un arma para el adoctrinamiento en manos de los sucesivos –y por lo que se lee y escucha de los que vienen- gobiernos del país. Nos asombramos de que entre los jóvenes y ya no tan jóvenes españoles anide con facilidad la falta de participación real en la política; la escasez de herramientas y habilidades sociales; la incomprensible pervivencia del machismo, el maltrato a los animales, la homofobia, la xenofobia, la intransigencia hacia las ideas no compartidas o la escasez de ambición por mejorar; y que, en líneas generales, se dé por sentado que, puede que por primera vez en la historia moderna de España, una generación vaya a pasar por la vida en peores condiciones que las de sus padres. Y eso no es solo por culpa de la crisis económica. Cualquiera que nos analice en el futuro, estoy convencido, detectará que el fracaso de los sistemas educativos en este país ha significado, a su vez, el fracaso del sistema de valores y, en general, de una sociedad que mira hacia a otro lado ante esa cuestión, pero que se rasga las vestiduras ante la degradación actual.

Y para ello, no hay que leer a Borges, por supuesto, pero habría que, al menos, leer, dialogar, pensar, razonar, argumentar, compartir y tantos otros verbos que bien conjugados terminarían por, al menos, paliar la desazón y comenzar a, con medios y argumentos, reconstruir aquello que la economía, la dichosa y perfecta excusa de la economía, parece que ha roto. Jamás en su historia España, a comienzos del siglo actual, había alcanzado tales cotas de bienestar y prosperidad. Aún estamos a tiempo de recuperarnos y seguir adelante. Pero lo que es seguro es que perder a otra generación sería un suicidio colectivo y, leyendo y escuchando lo que nos rodea, parece que vamos camino de ello.

Y, al contrario que Borges, no podremos mirar colectivamente hacia atrás y decir, al menos, que tuvimos la oportunidad de ser felices. Sería un epílogo muy triste.