CD TENERIFE

El club de los incomprendidos

El delantero grancanario, después de una derrota de los chicharreros en el Heliodoro. / Sergio méndez
El delantero grancanario, después de una derrota de los chicharreros en el Heliodoro. / Sergio méndez

Aridane Santana se verá las caras el próximo domingo con el que fue su equipo. En su día, su salida del club era cuestión de tiempo, teniendo en cuenta lo protestado que fue por la afición blanquiazul dentro y fuera del terreno de juego. El ariete grancanario, que había sido uno de los artífices del ascenso de Segunda B a Segunda, cayó en desgracia tiempo después. Lo mismo ocurrió con Álvaro Cervera, técnico de aquel ascenso, que recientemente ha declarado que salió de la isla “por la puerta de atrás”, algo en lo que razón no le falta y que no es algo extraño.

El éxito es lo de menos
Aridane y Cervera son dos ejemplos de que, no por conseguir los objetivos se triunfa en el Tenerife. El tan nombrado entorno blanquiazul es sumamente exigente, algo aceptado casi por la totalidad de jugadores y entrenadores que llegan al Heliodoro, por lo que lo que no sea optar, o estar, a Primera División vale de bien poco.

“En el último año, tuve que dirigir los partidos custodiado por la policía. Nunca lo entendí porque tuve que salir como a escondidas después de un trabajo magnífico, estaba bloqueado mentalmente, sin tiempo para pensar” señalaba Cervera al diario Levante antes de admitir que no le gusta “recordar” cómo se produjo su salida.

Cervera había llorado al conseguir el ascenso a Segunda, había recibido los gritos de Con Cervera nos vamos a Primera, desde el balcón del Cabildo, pero todo aquello se olvidó como en el caso de Aridane, al que el entrenador ecuato-guineano defendió hasta el último momento. Tampoco le valió a Javi Moyano afianzarse en el lateral derecho blanquiazul, o actuar en el izquierdo si la situación lo requería, porque también tuvo que pasar el trance de ser pitado contínuamente por su propia afición en su propio estadio.

No eran, ni mucho menos, los primeros casos en un lugar acostumbrado a la crítica y la exigencia. Antes, el malogrado eterno ídolo tinerfeñista como fue Rommel Fernández también escucho abucheos antes de convertirse en santo y seña de la afición del Rodríguez López.

El Tenerife era aún un equipo pequeño, pero cuando más grande fue, con los mejores jugadores, tampoco se libró del sonido de viento que llegaba desde la grada.

“Es verdad que no me salían las cosas, que pasé momentos muy malos, en los que incluso no quería salir a jugar. La gente me pitaba, era normal por cómo lo estaba haciendo pero, al final, todo cambió”. Lo dijo Felipe Miñambres, héroe en Auxerre, en los actos de homenaje a Javier Pérez. Ni aquella histórica UEFA logró que, al menos por un tiempo, el club de los incomprendidos, desapareciera por momentos del estadio capitalino.

Lo que mal empieza…
Pero también han habido jugadores que, por los motivos que sean, nunca han acabado por cuajar y conectar con la afición. Fue el caso, por ejemplo, de Jacobo Sanz, que después de un muy mal inicio de temporada, en el que reconoció sus errores, acabó abandonando la entidad por la vía de la rebeldía, sin presentarse a varios entrenamientos y después de alguna declaración malsonante en sala de prensa. Julio Álvarez, Natalio o Melli podrían ser incluidos en una lista de jugadores que, desde sus primeros partidos, comenzaron a tener desencuentros con la grada.

Hay casos contrarios, como el de Maxi Pérez, sumamente discutido a su llegada y durante toda la primera vuelta, del que se llegó a decir que en la cantera había jugadores más válidos que él, pero que con un gol a Las Palmas comenzó a dar la vuelta a su situación hasta convertirse en un ídolo. El uruguayo fue un incomprendido a tiempo parcial.

Jacobo Sanz. Portero. Su paso por la Isla fue todo un esperpento. Tras cometer algunos errores graves en el inicio de temporada, Jacobo, que tenía unas condiciones espléndidas para la meta, pasó a la suplencia. Su mal rendimiento y determinadas declaraciones lo pusieron en el punto de mira de medios informativos y aficionados antes de salir de la entidad de mala manera (por su parte).

Cristóbal Juncal. Lateral derecho. Era tan discutido que, un día, en rueda de prensa, quizás ya cansado de todo aquello, tuvo que afirmar que si era titular cada jornada “sería porque algo bueno” vería el entrenador en él. La temporada del regreso a Segunda B pasó factura a la plantilla, al tener que lidiar con un entorno exigente y que, posiblemente, no se había adaptado aún a un fútbol amateur.

Melli. Central. Su caso es el de un jugador superado por las circunstancias. Las referencia que llegaban del Betis una vez conocido su pase a la Isla eran malas, pero le avalaba haber sido importante en el club verdiblanco y las categorías inferiores de la selección española. Nunca cuajó, jamás mostró su calidad, fue pitado y llegó a pasar verdaderos malos ratos antes de los partidos.

Tarantino. Central. Eligió Tenerife a Albacete una vez consumado el descenso a Segunda B de ambos conjuntos. En la etapa en la que los blanquiazules buscaron centrales de garantías, el vasco era uno de los que más maneras apuntaba, pero no fue el defensa férreo que todos esperaban. Algunos de sus lanzamientos de falta llegaron a desesperar a la afición blanquiazul, en la que nunca llegó a poder calar como en la albaceteña.

Javi Moyano. Lateral. Fue discutido cuando llegó, mientras estuvo y hasta el día que se marchó traspasado al Real Valladolid. Para el lateral jienense jugar entre silbidos fue algo habitual de lo que trató de aislarse, entre otras cosas, porque siempre consiguió ser titular, a pesar de las mofas de las que fue objeto. Cuando Alfonso Serrano lo vendió a los pucelanos también él fue discutido, por supuesto.

Maxi Pérez. Centrocampista. Luego se convertiría en un ídolo, pero cuando el atacante uruguayo aterrizó en Tenerife estaba considerado el de menos calidad de la pareja de aquel país que formaba junto a Diego Ifrán. Un tanto a la Unión Deportiva Las Palmas en Gran Canaria cambió por completo la historia, pero antes Maxi tuvo que aguantar una primera vuelta llena de críticas, al “cerrar el paso” a jugadores de la cantera.

Antonio Longás. Centrocampista. Seguramente le perjudicó haber llegado con fama de ser un buen pelotero y procedente del Real Zaragoza, por entonces en Primera. En 28 encuentros disputados marcó un solo gol, lo que provocó que la grada chicharrera, que lo había recibido como un jugador decisivo, capaz de ganar partidos y con la calidad que necesitaba el equipo para dar el último pase, perdiera la paciencia.

Julio Álvarez. Centrocampista. Su procedente del Mallorca se recibió con mucha ilusión, algo que suele preceder en muchas ocasiones a los posteriores pitos de la grada. Marcado como culpable del descenso a Segunda B, el centrocampista nunca pudo mostrar la calidad que atesora. Fue uno de esos futbolistas que nunca llegó a conectar con los aficionados, aunque nunca se escondió ante los medios, en los que siempre dio la cara.

Sebastián Dubarbier.
Centrocampista. Llegó en 2011 cedido por el Lorient francés para tratar de mantener al equipo, algo que no logró. Muy rápido, lo que primero era una virtud se convirtió en un defecto porque jugaba “sin cabeza”. No acabó de adaptarse del todo a Tenerife, pero, tras abandonar la isla, logró ser importante en el Córdoba y el Almería, en Primera División. Sigue compitiendo en la ciudad andaluza.

Natalio. Delantero. Señalado junto a Julio Álvarez como uno de los principales culpables del descenso a Segunda B, el jugador, en la previa de su visita contra la Llagostera, mostró su cansancio con la situación. Para colmo de males, llegaba a la isla después de varios descensos de categoría, algo que no pudo evitar vistiendo la camiseta blanquiazul y que le colgó el cartel de cenizo.

Aridane.
Delantero. Ídolo del ascenso a Segunda que luego se convirtió en villano. El grancanario, que salió vitoreado cuando entre lloros dejó el Heliodoro tras no ascender en aquella eliminatoria frente a la Ponferradina, recibió insultos dentro y fuera del terreno de juego dos cursos después. La situación era insostenible, por lo que se marchó a jugar a Thailandia antes de regresar a España.

Álvaro Cervera. Entrenador. Su mayor error fue salvar al equipo demasiado pronto en la temporada del regreso a Segunda. La campaña mediática orquestada a su alrededor fue de tales dimensiones y tan salvaje, como él mismo ha recordado esta semana, que tuvo que llegar a dirigir partidos del Tenerife en el Rodríguez López con seguridad privada a su espalda, algo jamás visto.