de Puntillas

Diversificación – Por Juan Carlos Acosta

Cuando se habla de economía se suele hacer desde la convicción de que se trata de una ciencia exacta, y puede que en su origen, sobre el plano, lo sea, pero abundan demasiados factores entremezclados para determinar sus innumerables entresijos. Eso sí, actualmente se podría decir que es la principal cadena de transmisión de los pueblos, determinante para la supervivencia o el estado del bienestar, pero asimismo para la pobreza y, un estadio más allá, la inanición.

Si partimos del rango de las necesidades básicas para la vida, estas se remiten a los alimentos, el agua y al refugio de los elementos atmosféricos desatados. Está claro, pues, que las regiones tienen mucho que ver con la prosperidad de sus habitantes y con la mayor o menor fortuna del lugar de nacimiento para el desarrollo de la existencia. No es lo mismo vivir en medio de una campiña que en un desierto, con un río cerca o en un pedregal perpetuo donde las cosechas son imposibles.
Se ha hablado mucho también de la diversificación económica, es decir, de incidir en la implementación de diferentes fuentes que aseguren nuevos ingresos a comunidades para que no dependan de un solo sector productivo. Eso está ocurriendo en países que han basado sus exportaciones en algún recurso natural sujeto a los vaivenes de los mercados y los avances tecnológicos, sobre todo, en África, donde Nigeria, Angola o Guinea Ecuatorial han disfrutado de un El Dorado petrolero hasta que descubrieron en Estados Unidos el fracking, esa técnica que fractura hidráulicamente pizarras y esquistos para extraer hidrocarburos, y que ha roto sus expectativas emergentes en menos de tres años.

Ahora bien, entre esos muchos factores que determinan la economía, salvando fenómenos naturales e imprevistos, en el centro está el ser humano, que no es poco, y un galimatías de intereses derivados que se han multiplicado en función de operaciones sofisticadas de ingeniería especulativa, de tal forma que un vaso de agua ya no vale lo mismo que hace cien años, es decir prácticamente nada, ni el resto de productos que componen la pirámide que va desde la indigencia hasta la posesión unipersonal de valores cuantitativamente incalculables, sin un límite claro o restrictivo en función de un bien común.

Canarias es un lugar privilegiado del planeta por muchos motivos. El clima, la seguridad o su ubicación geográfica hacen que las Islas sean un oasis sobre el mar, un enclave ideal para una de las industrias internacionales que más crecen, el turismo. Los años han ido pasando desde el inicio de esta actividad, hace unas cuatro décadas, favorecida últimamente incluso por coyunturas conflictivas del entorno, pero también cautiva de muchos otros intereses inherentes a las grandes cadenas y agentes especializados, a las inversiones foráneas y a los avatares del capital.

La diversificación, sin embargo, no ha cuajado, a pesar de esa posición estratégica. Seguimos funcionando como rentistas, alquilando el territorio y recogiendo beneficios cada vez menos sustentables, y prueba de ello son nuestras altas cifras de paro. Cabe preguntarse si la apuesta de internacionalización entre continentes ha pasado ya de largo o si queda alguna oportunidad al margen de los discursos de turno.