análisis

En espera de un milagro político

Sólo un milagro podría evitar la celebración de nuevas elecciones. Tal y como se presenta el panorama político, todo presagia que la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno será un absoluto fracaso. En primera votación, porque se descarta por completo que pueda lograr la mayoría absoluta de votos en el pleno del Congreso de los Diputados, pero también en segunda, donde, si se cumplen las declaraciones de sus líderes respectivos, PP y Podemos votarán contra el candidato socialista, Pedro Sánchez, con lo que la mayoría simple también resultará imposible.

Si este resultado era previsible desde hace semanas, cuando tanto Pablo Iglesias como Albert Rivera anunciaron que sus programas de Gobierno eran radicalmente incompatibles, excluyentes, y por tanto no podrían comulgar en ningún pacto, ¿por qué Sánchez se empeñó en sus conversaciones primero con Ciudadanos y luego, simultáneamente, con Podemos más IU y Compromís? ¿Qué le indujo a propiciar el primer gran acuerdo nacional que se suscribe en España entre una formación de centro derecha y otra de izquierda? ¿Por qué se plegaba Sánchez a este pacto cuando durante la campaña electoral previa a las elecciones del 20-D descalificó en varias ocasiones el proyecto político de Albert Rivera y repitió hasta la saciedad que entre el PP y Ciudadanos no había diferencias ideológicas ya que ambos “representan a la derecha”? ¿Trataba de demostrar que quien llevaba la iniciativa política era él? ¿Qué persigue en el fondo un acuerdo de esta naturaleza, que no es de investidura, ni tampoco de Gobierno y que nace muerto si no logra nuevas adhesiones? ¿Lo hacía Sánchez por afán de poder y para demostrar a la dirigencia del PSOE, y en especial a los barones territoriales, que no estaba dispuesto a tirar la toalla ni a que en su partido se cuestionara su capacidad de liderazgo? ¿Pretendía ganar tiempo para consolidar su figura política y, luego del fiasco de la investidura, demorar cualquier posibilidad de ser pasado a la reserva por su formación política? ¿Está el 8 de mayo, fecha del próximo y hasta ahora no suspendido congreso del PSOE, que elegirá el secretario general, en el centro de su estrategia política, y en donde Sánchez podría quedarse sin otra oportunidad para optar a la Presidencia del Gobierno?

Tengo la impresión de que hay una buena dosis de verdad en cada una de las respuestas que puedan darse a estas preguntas. De una parte, Sánchez trata de salvarse y consolidarse al frente del PSOE, no en vano su propio partido -que no se fía de él ni de sus ambiciones personales- le ha tenido que marcar las líneas rojas de las negociaciones y el control final de los acuerdos por parte del comité federal, que tiene siempre la última palabra sea cual fuere el resultado de la demagógica consulta formulada a las bases mediante una pregunta genérica que lo mismo sirve para un barrido que para un fregado.

Sánchez ha sido capaz de pactar cuestiones esenciales para el socialismo español y ceder en distintos aspectos impensables para el electorado de izquierda. Y lo ha hecho porque necesita agarrarse a Ciudadanos para, sabiéndose fracasado en sus aspiraciones, aducir que la culpa es de otros, del PP por la derecha y Podemos por la izquierda, tras haber logrado sumar nueve millones de votos y 130 diputados (siete más que los populares), a modo de cifras mágicas que se dice esgrimirá como argumento en su discurso del primero de marzo, de modo que se visualice que sobrepasan las logradas por el PP y le otorgan legitimidad para optar a la Presidencia.
Se trataría, si finalmente lo emplea, de un argumento falaz con el que justificar su derrota electoral, de la misma manera que falsamente ha hecho creer a todos -incluido el rey- que sería capaz de ganar la investidura porque contaba con los apoyos necesarios cuando, como le recordaba hace unos días un veterano dirigente de su partido, “no se ha dedicado precisamente a esa tarea, sino a otra muy distinta, a desenvolverse como si estuviese investido de una dignidad especial, exhibiéndose como hombre de Estado, y recibiendo con magnificencia y solemnidad a todas las fuerzas políticas, agentes sociales (no se entiende qué pintan en la investidura), e incluso organizaciones sociales”. En plan exhibición y propaganda inútiles, añado yo.

Lo que nadie puede negar es que, en teoría, el acuerdo PSOE-C’s supone una destacable aportación al entendimiento entre fuerzas políticas distintas, que señala un buen camino para terminar con el tradicional enfrentamiento izquierda-derecha y que, además, marca el comienzo de unos afanes regeneradores de la vida pública por los que tanto viene clamando la ciudadanía, según revelan las distintas encuestas de opinión. Pero el pacto también tiene mucho de venta de imagen, de intento por ocupar la centralidad por parte de sus firmantes y de anticipo de campaña electoral. Y no parece lógico que en las conversaciones previas al pacto no sólo no fuera invitado el Partido Popular, sino que reiteradamente, de manera sectaria, por ese odio visceral de algunos socialistas hacia la derecha, le ninguneara el secretario general del PSOE, que rechazó cualquier diálogo y acuerdo con las gentes de Rajoy.

Si se pretende reformar la Constitución, si se buscan pactos en materia constitucional, educativa, laboral, electoral, judicial, de regeneración política, etc., etc. no es lógico no contar con el PP, cuyo visto bueno parlamentario resulta imprescindible para cualquier reforma de importancia. Por eso suena a ridícula y ofensiva la pretensión de contar ahora con su generosidad para propiciar esa imprescindible abstención que permitiría el acceso de Sánchez al Palacio de la Moncloa, como pide Albert Rivera mientras el propio candidato sigue criticado duramente, en sus intervenciones públicas, a Rajoy y a los populares. Además, ¿cómo va a votar el PP contra algunos de sus acuerdos más importantes, que ahora Sánchez, vía acuerdo con C’s, pretende derogar cuando está demostrado que aportaron beneficios a la economía nacional? Y si, puesto a llegar a un entendimiento, el PP decidiera suscribir el pacto PSOE-C’s que va a costar la friolera de 50.000 millones de gasto público, ¿no sería lógico que quien encabezase un posible Gobierno de coalición fuera precisamente Rajoy, ganador legítimo de las elecciones?

Rivera, que ha ganado imagen y aparecido ante la opinión pública como político responsable, generoso y centrado, ha rectificado algunos de sus planteamientos anteriores, entre ellos el de que nunca pactaría con el PSOE, pero está por ver, pese a lo que dicen las encuestas los últimos días, si su electorado no le pasará factura por estas idas y venidas teniendo en cuenta que buena parte de sus votantes proceden del PP y no ven con buenos ojos las inclinaciones del líder de C’s hacia los socialistas, tras insistir al principio en que el mejor pacto sería aquel en el que se incluyera a los populares en un Gobierno dirigido por Rajoy y dejando fuera a Podemos.
Habría que ver si, fracasado y en su caso retirado el actual candidato, Rajoy, en el caso de no dar un paso al lado -que sería lo ideal en un escenario sin Sánchez-, sería capaz de tomar la iniciativa política y de sumar a su causa a Albert Rivera, con el que tiene previsto reunirse el 7 de marzo, y al propio PSOE, incluso sobre la base de negociar con los dos partidos a partir del pacto que firmaron. Tampoco puede descartarse que un superviviente Sánchez buscase una salida por su izquierda a la vista de que no puede lograr más por su derecha. Todo va a depender del desarrollo de la sesión de investidura, de las ofertas que se escuchen en el hemiciclo, de la dinámica de cambio y de que unos y otros, para evitar otras elecciones que seguramente dejarían las cosas más o menos como están, acorten diferencias y sean capaces de ponerse de acuerdo en un programa de mínimos.

Los dirigentes de Ciudadanos han anunciado que si Sánchez no logra sus propósitos, se reunirán con los socialistas para decidir con ellos si el pacto tiene futuro en su actual redacción o si, propuesto un nuevo candidato a la Presidencia del Gobierno, cambian las posibilidades de alcanzar acuerdos con otras fuerzas para romper la actual parálisis institucional. Incluso, pese a la escenificación de la ruptura del diálogo, PSOE y Podemos han confirmado que tienen previsto reunirse en un eventual nuevo escenario político siguiendo esa “mano tendida” de la que habló Íñigo Errejón al levantarse de la mesa a cuatro que dinamitó el acuerdo entre Sánchez y Rivera.
Si la investidura no sale adelante, todo quedaría abierto tras el 5 de marzo y en cualquier caso se da por seguro, a la vista de la experiencia, que el rey no designaría candidato a menos que el elegido garantice que cuenta con el respaldo de votos imprescindible. En otro caso, sería inevitable la convocatoria de nuevas elecciones.