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Multitudes y garrafones

1. Me han dicho que el Carnaval -al menos el de noche- no es otra cosa que una multitud vociferante que se apodera de medio Santa Cruz. Que el de día -que inventó Paco Padrón- es otra cosa, mucho más colorista, de menos cargaceras y de mejor gusto. Además, el de la noche ya supera las fronteras de Méndez Núñez y algunos bares de las calles adyacentes hacen su agosto con bocadillos que para encontrar el pollo que se anuncia en ellos es preciso realizar una prospección. Otros negocios son más serios y sus dueños no acuden al garrafón, que era -y es- un recurso carnavalero muy socorrido y que produce notorios dolores de cabeza el día después. Y grandes beneficios al expendedor. Además, ahora pululan por los alrededores bronquistas profesionales, capaces de amargarle la fiesta al más pintado, elementos barriada que actúan en grupo, la hacen y se van. Que aquí nos conocemos todos. Ya no es aquella fiesta tranquila de antañazo, en la que todo se disculpaba, incluso al individuo pesado y borracho, al que, si acaso, se le daba un empujón. Ahora el llamado hospital de campaña se llena de niñatos cargados, drogados y meados. Un asco.

2. Pero, bueno, parece que estas multitudes gustan a la gente, porque si no tampoco acudiría a estos mogollones infames en donde uno no puede ni caminar. No sé si subsiste el rabinaje en el callejón del Corynto, que tenía su gracia porque todo el mundo conocía a los rabinos y las mascaritas o entraban al trapo o huían despavoridas, San José a través. Aquellos momentos no volverán, porque hay demasiada gente que antes no se atrevía a bajar a Santa Cruz y en estos tiempos la fiesta se ha hecho tan democrática que da pena. Y ustedes me entienden.

3. El Carnaval se está muriendo, por repetido. Muchas veces se ha hablado de darle un cambio profundo, pero año tras año a los organizadores les sale todo igual. Al fin y al cabo, también las crisis influyen en esto. Gente, muchísima. Disfraces originales y de buen gusto, sólo quizá en el coso, en donde hace demasiado frío para fijarse uno mucho. Pero, bueno, seguimos viviendo del cuento, de cuando el Carnaval era el Carnaval, incluyendo al rabinaje del callejón del Corynto, si es que aún existe, que el Señor lo permita porque tenía su gracia.