DEJA VER

Nuestra manera de hablar

De siempre me ha parecido que nuestra manera de expresarnos, el uso del lenguaje en estas Islas y los vocablos diferentes que manejamos, junto con nuestro particular acento, hacen que el habla de nuestro pueblo tenga un particular atractivo. Pero también he de reconocer que se está perdiendo progresivamente, siendo importante la labor de quienes lo han estudiado y han publicado sus trabajos. Hace ya muchos años sufríamos una colonización lingüística a través de tanta gente de fuera que venía a hacer el servicio militar o a ocupar plazas de funcionarios. Inconscientemente, se iban adoptando palabras y expresiones foráneas en detrimento de las nuestras. Por ejemplo: bocata, en vez de telera. Y creo que hoy en día, la implantación de nuevos vocablos y la desaparición de muchas de nuestras expresiones, son obviamente fruto de la influencia de la TV, del lenguaje de Internet y de las redes sociales; es decir, de eso que llaman la sociedad de la información.

Palabras como jeito, chuchazo, troncocol, guanajo, fechillo, cachimba, arriscarse, enchumbar, gaveta, sarantontón, machango, piche, fonil, tupido o zorullo han desaparecido prácticamente de nuestro vocabulario. Y recuerdo cuando en vez de asomarse, se decía alongarse. Aquellas madres gritando: “Arturitooo no te alongues en el murooo…”, para rematar con un: “¡Como te caigas del muro… te mato!”… Chachi ha sido suplantado por cojonudo y decir el nota es otra de las expresiones que ha ido cayendo en desuso. Y una, que sin ser nuestra, pues evidentemente era argentina, estaba totalmente asentada en nuestro habla, era pibe. Imborrable aquellas Navidades que apareció por casa mi amigo Poldo Cebrián y me dijo: “Mano, agarra la guitarra y vamos a la Rambla a hacer feliz al piberío”.

En insultos y descalificaciones ha pasado lo mismo. Es casi imposible escuchar tortolín, salsaboba o tolete. Antes de que apareciese la palabra gay, nosotros usábamos vasiola, vasioleta o varvuleta. Hasta nuestro pollaboba, insulto en el que se te llenaba la boca a la hora de proferirlo, se ha visto sustituido por el gilipollas que nos ha llegado de fuera. Y eso que nosotros teníamos un sistema de reducirlo a la mitad, pero para darle más consistencia. Me explico, si decíamos: “El nota es medio pollaboba…”, estábamos ratificando que el tipo era mucho más de lo que la frase daba a entender.

Había frases que eran auténticas sentencias: “Ya el conejo me arriscó la perra”, “El que quiera lapas, que se moje el culo” o “Vete a freír chuchangas”.

Nos quedan pocas expresiones nuestras y deberíamos hacer un esfuerzo por preservarlas. Por ejemplo: “¡Ños, mano!” y “¡Vete por ahiii!”. ¡Ah!… y “Deja ver…”.